Las mujeres y el básquet
Hace un par de días descubrí una verdad insoslayable. Una de esas cosas que pasan en la vida y en las películas (y seguro en TNT también) pero que resulta difícil de creer aunque estén frente a nuestras narices. Y es que las damas... también putean. Hasta le pueden sacar el primer premio a los hombres en una competencia.
Fue la noche del viernes pasado. Después de
mucho tiempo volví a entrar al Club Atlético Pilar (al Rancho), ahí donde
entrené dos años. Mi último antecedente como espectador había sido el año
pasado. Después mi grado de presentismo, que ojalá fuese más alto, bajó a cero
porque estuve seis meses alejado de estos pagos.
Está
cambiada la cancha. Remodelaron las tribunas. Quedó linda, aunque da la
sensación a primera vista que ahora entra menos gente. Pero las dimensiones
poco importan a esta crónica.
Llegué al Rancho alrededor de las nueve de la
noche, media hora antes del comienzo del partido y casi ya no había lugar. Me
senté en uno de los extremos de la grada del costado, a escasos metros del
grueso de los aficionados del club Ciudad de Campana. Y es que Atlético venía
de ganar de visitante y con imponerse esa noche de local adquiría el pase a las
finales del torneo oficial de Primera División de la Asociación de Básquet
Zárate-Campana.
El clima era familiar, tranquilo, como debe ser
en un club de barrio, supongo. Existe ese condimento de la rivalidad entre
simpatizantes pero dentro de un marco de respeto. Por ejemplo, al lado mío
estaba sentada una pareja que alentaban a Campana. Lo más bien, hasta
conversamos un par de veces. El highlight
de la charla fue cuando, apurado por el reloj, un jugador de Campana tiró la
pelota desde el otro lado de la cancha y esta dio contra una de las lámparas
colgantes del techo. “Qué suerte que no se cayó”. “Sí, todavía”, mientras la
luz se tambaleaba. Y así se ubicaban intercaladas las aficiones.
Pero esa tranquilidad aparente se vio quebrada
en lapsos esporádicos. Porque Campana perdía y la culpa de todo siempre la
tiene el árbitro.
“Amargo”, “ridículo”, “andá a festejar los
puntos de Atlético con los hinchas, botón”, “sacate la camiseta del Rancho hijo
de p…”. Adjetivos descalificativos, insultos, agresiones verbales que iban en
un in crescendo constante, como una
sinfonía de Mozart o Beethoven, pero sin instrumentos. Y sin armonía.
Cualquiera diría que estas frases soeces eran
reacciones guturales de un hombre, de un barra brava andrajoso con barba de
tres semanas. Uno de esos que va a la cancha todos los domingos a alentar a su
equipo y salta en la popular al ritmo de los cantitos futboleros. Pero no. Ese
cualquiera diría está equivocado. Primero, como ya viene siendo evidente,
estamos hablando de básquet. Y segundo, era una mujer.
Bah, un par de mujeres. Cómo tales palabras
pueden llegar a salir de la boca de una dama no lo sé. Pero los tiempos
cambiaron, definitivamente. Dos mujeres, una rubia y otra morocha, de unos
treinta y tantos. Dos mujeres que se quedaron sin voz de tanto gritarle a los
árbitros.
Solo un hombre se sumó al tren de los insultos,
como para resguardar ese honor mentiroso de que pintarle una obra maestra de
puteadas al árbitro es algo masculino. Pues ya no. Los “hijo de p…”, “la c… de
tu madre”, y una larga lista de etcéteras han trascendido géneros.
Porque el básquet, como el fútbol y otros
tantos deportes, ya no son exclusivos de los hombres. Y qué bien que le ha
hecho esto al mundo. Tanto dentro como fuera de la cancha. Los hombres ya
puteaban, insultaban, se agarraban a las piñas. La historia lo demuestra.
Y ahora las damas, dejaron de serlo. Se han
convertido en esa pasión humanoide que combina amor y odio entre-chocante
dentro de los mismos colores. En eso que te lleva a gritar “saquen a ese
muerto” porque no viene haciendo nada en todo el partido. En eso que te saca un
grito de guerra cavernícola cuando ese muerto mete un triple imposible. Se han
convertido…
Se han convertido en hinchas.
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