El gigante que me vio crecer
Imponiendo modas, desde 1993. Foto: Matías Mestas |
Todos tenemos un auto que perdura en nuestra memoria por ser el que acapara los recuerdos de la infancia. Eso y la foto fueron los gatillos que dispararon este relato. Uno de los primeros que escribí gracias al Taller Narrativa Pilar, al cual pertenezco. ¿Y vos de qué auto familiar te acordás?
El gigante que me vio crecer
Ni rojo ni colorado. Bordó. Ahora
que lo pienso quizás era como la camiseta de Lanús, o sea, granate. Que viene a
ser una variedad del rojo. O no. Capaz era solo bordó.
Y allá viene, resplandeciente bajo
el sol. Como debieron haber visto los nativos americanos a esos primeros
conquistadores con armadura. Pero una bordó. Abollada en el extremo delantero izquierdo y con las ventanillas bajas por el aire no acondicionado. Mi viejo,
todavía con el pelo negro, al volante.
Tiene mucho mérito porque fue el
segundo auto familiar desde que respiro en este mundo. Solíamos tener un Renault
18 gris. Por lo que el 19 no fue un auto más, sino que fue “el” auto nuevo. Ese
que por primera vez embarazó mis fosas nasales con el olorcito característico y
que me dejó despidiendo al anterior como Jake le dice a Roland en La Torre
Oscura: “Adelante, entonces. Hay otros mundos además de este” (del inglés, “Go on then, there are other worlds than
this”, que la traducción deja prácticamente sin magia).
Si uno se pone a pensar, puede
dividir las etapas de la vida en los autos que tuvo. Por ejemplo: yo nací con
un Renault 11 y ahora me manejo en un Clio. Sin ánimos de hacerle publicidad a
la marca Renault. Es que mi viejo, parece, es el aficionado. Pero, sobrando
comentarios irrelevantes, mas no por eso menos importantes, las vivencias
experimentadas en esas naves terrestres son demasiadas. Desde las memorables
hasta las no tanto.
Partiendo de ese momento en el que
te das cuenta de que sabés leer cuando pronunciás toda la oración de uno de
esos carteles de calle. Hasta ese de pánico y confusión en el que girás en
trompo volviendo de Misiones en un día de lluvia. Y entre medio hay muchos más.
Como esas tantas ocasiones en que me dormía en el asiento de atrás y al
despertar, de nuevo en el garage,
preguntaba “¿cuándo nos vamos?”, habiéndome ya perdido de todo el paseo. O las
veces que dejaba la huella de mis zapatillas en el tapizado, porque había que
viajar cómodo, no sentado.
Y esas gloriosas odiseas hasta
Posadas para visitar a los primos. Escuchar chamamé en la radio porque era lo
único que se agarraba. O solo estática. Y parar para ir al baño. Comer
“sanguchitos” andando y tener que bancarte las migas por horas y horas.
Hasta que de tanto andar, en un momento
se fue.
Esa nave bordó siguió su vuelo,
despintándome de recuerdos. Que ya no son más que vestigios de color. De ese
bordó que años atrás anhelábamos cruzarlo en la calle para ver cómo andaba. De
ese bordó que hoy, quizás, es chatarra de desarmadero en Warnes.
En fin, antes la vida pasaba a
caballo, ahora pasa sobre ruedas. Quién sabe si en algunos años no pase
volando.
Muy bueno!
ResponderEliminarGracias!
Eliminarme gustó. :)
ResponderEliminarGracias, don!
EliminarYo conocí esa nave !
ResponderEliminarLe faltaba volar nomás!
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