¿Qué hace una abeja en un gimnasio? Zumba


Bien, ahora que tengo su atención gracias a este maravilloso chiste que escuché hoy a la mañana en la radio, déjenme contarles una experiencia de vida y muerte que aconteció durante mi caminata de esta tarde de domingo. Algo tan simple y tan trascendental en la vida de cualquier ser humano como lo es ser picado por una abeja por primera vez.


Es gracioso porque en los 23 años que he vivido en este mundo siempre pensé que cuando me picara una abeja el dolor iba a ser inconmensurable y que no iba a ser capaz de soportarlo. La realidad, otra vez, se quedó corta en la carrera contra mi imaginación y ahí yo, frente a tan inesperada situación, seguí caminando como si nada hubiese sucedido. Aunque sí me guardé el pequeño aguijón para inspeccionarlo después con un poco más de detenimiento. 

Pero déjenme empezar por el principio, porque la picadura fue como un castigo divino. O por lo menos, si estos insectos tuvieran un dios propio, tranquilamente podría haber sido la venganza. ¿Y por qué? Pues porque nunca en mi vida uno de los mencionados bichos me había clavado su aguijón y es el día en el que cuento un chiste (malo para unos, bueno para otros) sobre abejas que el destino hace que mi dedo anular de la mano izquierda sea objetivo de uno de estos ataques, bien a lo ‘tora, tora, tora’.

Yo estaba caminando, como vengo haciendo diariamente desde que regresé de Europa y espero que, contra todos los pronósticos, pueda mantener esta iniciativa. Caminaba porque durante mis travesías del otro lado del charco me caminé la vida y, además de comerme también la vida, bajé algo de peso; así que establecí no perder eso ahora que juego de local. Como añadido, me escucho dos podcasts enteros cada caminata y eso hace que me siga moviendo durante, mínimo, hora y media. Por eso, aguante todo.

Después de escuchar durante poco más de cuarenta minutos uno de los podcasts de mi programa radial periodístico favorito, On Point, de Tom Ashbrook (un programa radicado en la ciudad de Boston), comencé a escuchar un podcast de la NBA. 

Con alrededor de treinta grados, el sol ya bajando en la tarde pilarense, y el sudor corriendo sobre la frente, yo seguía caminando, escuchando cómo la carta que escribió Ray Allen anunciando su retiro de la NBA había conmovido a los locutores del programa tanto como a mí. Porque claro, vale mucho la pena leerla. Fue mientras contaban una anécdota sobre este icónico francotirador de la naranja, que sucedió ‘lo peor’.

Parece ser que Allen, hace un par de años cuando ya jugaba en Miami Heat, después de un partido en el que no jugó la cantidad de minutos que acostumbraba a tener por juego fue directamente a una cinta de correr para completar en la máquina lo que le faltaba. Algo sumamente curioso y que demuestra la dedicación de don Allen. 

En algún momento de la anécdota, o antes, o después, pero quería ponerla por escrito porque está buenísima, pensé que tenía una mosca sobre el hombro, molestándome. Todo ocurrió en un par de segundos. Llevé mi mano izquierda al hombro derecho y cuando sentí que la mosca no salió volando y se quedó entre mis dedos, mi sentido arácnido reaccionó y me dije ‘mierda’. En el ínterin en el que tenía a la abeja en la mano y que la alcancé a revolear, en ese microsegundo de trayecto eterno... dolor, dolor, dolor. Punzante dolor. Duró nada. Pero dolió. Enseguida miré y vi el aguijón clavado ahí, en la mitad del dedo anular (en la falangina, para los que gustan de la anatomía humana), de cara al mayor. Un punto rojo y algo hinchado. De inmediato me saqué el aguijón, que salió bastante entero, lo que me parece me ahorró bastantes problemas.

Lo cierto es que a raíz de este enfrentamiento, uno de nosotros murió. Y yo seguí caminando los quince minutos que me faltaban. Conservé el aguijón para mirarlo un rato en casa. Pero ahí quedó todo. No se me hinchó tanto como pensé que me iba a pasar y no me escandalicé tanto como muchos años pensé que me iba a escandalizar cuando me picara una abeja.

En fin, ahora quedó en la anécdota. Y en la enseñanza de que, por las dudas, no voy a contar chistes sobre insectos más venenosos. Nunca se sabe. 

Comentarios

  1. Si no hubiésemos tenido la charla de la abeja, y la de los porteños vs provincianos no hubiese existido mi risa para con el comentario ¡23 años y es la primera vez que te pica una abeja?! Donde estuviste amigo?! Encerrado al estilo Blast from the past? (no me preguntes, googlealo).
    Yo no quiero decir nada, pero esto acá no pasa.

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    Respuestas
    1. Sos loca, eh. jajajaja No sé qué decirte, soy un bicho de ciudad (?)
      Conste que respondo bajo amenaza y perdones por no contestar antes. Ya voy a revivir el blog, de verdad, algún día...

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