Sobreviviendo a Flybondi
Debo
confesar que cuando decidí que iba a hacer un viaje en Flybondi tuve algunos
mínimos temores. Una aerolínea nueva en el país, la primera low cost, con menos
de un año de vuelos sobre territorios argentinos y, sobre todo, con muchas
críticas, problemas técnicos, mitos y leyendas. Mi experiencia, por si a
alguien le importa, fue positiva. No fue ‘uau, qué emoción’, pero cumplió y
punto.
Ya el
pequeñísimo aeropuerto de El Palomar me resultó algo fuera de lo normal, con
gente sentada esperando afuera, en el pasto, cual día de picnic. Y luego un
edificio mínimo. Aunque supongo que esto es una cuestión de perspectivas, de si
conociste antes aeropuertos más grandes o no. Lo que sí es sumamente positivo
es que el tren San Martín te deja al lado, casi parecido al aeropuerto de
O’Hare en Chicago, donde el subte te deja prácticamente adentro.
Enseguida
nomás entré a la sala de embarque, con unas dos horas de espera más o menos por
delante. Pero jamás se puede llegar lo suficientemente temprano a un
aeropuerto. Porque nunca se sabe. Y menos con Flybondi y en un país como
Argentina, por todo lo que figura en el párrafo uno.
No
obstante, El Palomar me regalaría una alegría rápidamente para inclinar la
balanza a su favor. Como si se tratara de una comedia de Hollywood, pude ver en
primera fila la pelea del hombre contra la máquina, el hombre contra el
progreso, el hombre contra el futuro. Un viejo contra una máquina expendedora.
Nunca
publiqué mucho sobre mi gran viaje a Barcelona en 2016, pese a que lo tengo
todo anotado en algún cuaderno, pero una de mis aventuras catalanas incluye mi
batalla personal contra una máquina expendedora en el metro de aquella hermosa
ciudad. Ver a otro hombre sucumbir peor que yo fue, por lo menos, reconfortante.
Y es que si
es tu primera vez con una de esas máquinas, pueden llegar a ser la encarnación
de Terminator mezclado con Master Chef. Es la máquina que no quiere cumplir con
el propósito para el que fue creada. Quizás el principio de la rebelión sobre el
que tanto escribió Isaac Asimov en sus novelas. En mi caso, allá en la capital
de Catalunya, sí vi la pequeña espiral girar pero la barra de Snickers nunca
cayó. En el caso de este señor, de lejos, fue dudoso. La cuestión es que fui
después, billetes en mano y, oh sorpresa, solo con marcar el número del
alfajor, éste cayó. Escondí rápidamente la plata que nunca usé y disfruté de mi
alfajor gratis. En algún lado el dios de las máquinas expendedoras decidió
enmendar su error para conmigo. La redención.
Si son
asiduos lectores del presente blog, sabrán que existe una ley universal que
dice que los argentinos tienen una necesidad natural de hacer filas en los
aeropuertos cuando no son necesarias. Algo que no me simpatiza y que lo aclaroen ‘La voracidad argentina de hacer filas en los aeropuertos’. El Palomar es
otro ejemplo de ello.
Pero
volviendo a Flybondi, lo que sí no había visto antes es que ofrezcan las
llamadas bolsas de mareo antes de que empiece el vuelo. Es como afirmarles a
esos 37 nuevos voladores que viajaron ese día por primera vez en un avión
(porque al final piden que levanten la mano) que malas cosas están a la vuelta
de la esquina. O de la nube. O de la turbulencia. La ‘libertad de volar’, el
lema flybondiano, trae bolsitas para vomitar. Y claro, los primerizos van
cagados hasta las patas. O si no, pregúntenle al joven que viajó al lado mío
que enseguida se colgó de una de esas bolsitas diseñadas para contener el
vómito de media persona. (Spoiler alert: estuvo a punto cuando aterrizamos, pero
no llegó a vomitar, gracia’ a Dio’).
Lo que sí
sucedió fueron bebés llorando, otro llanterío coral. Y que el vuelo se demoró
como una hora porque hubo que bordear una de las tantas tormentas que azotaron
al Litoral en estas últimas semanas. También hubo pasajeros aplaudidores cuando
aterrizó la nave. Otra cosa que hasta el día de hoy no puedo entender. Nadie
aplaude a los colectiveros de larga distancia, por ejemplo. Aplaudiría sí a un
piloto en una situación extraordinaria como el amerizaje sobre el río Hudson en
2009 (interpretado después por Tom Hanks en la película ‘Sully’).
No
obstante, salvando esos casos puntuales, el vuelo fue normal. Las azafatas muy
atentas, más que en otros vuelos en los que me ha tocado estar, el viaje fue
tranquilo, nada que me hiciera siquiera pensar en alguna de esas acusaciones
infames que se le hace a la empresa. Por ahí tuve suerte. El blooper fue la
señora que, al llegar al aeropuerto de Posadas, ignoró la demarcada zona de
peligro para sacarse una selfie muy cerca de la turbina. Enseguida casi que la
tacklearon los empleados de Flybondi. Punto a favor para ellos. Punto en contra
para la sed que tiene cierta gente de sacarse fotos a toda hora.
La otra
anécdota graciosa fue una vieja en el tren San Martín que no sabía cómo hacer
para escuchar sus audios de WhatsApp y me pidió que le haga de interlocutor.
Así que Norma, si estás ahí, es mejor salir desde Plaza Italia y no de Retiro
para llegar adondequiera que quieras llegar.
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