La voracidad argentina de hacer filas en los aeropuertos
No es la primera vez que viajo en avión, no es la primera vez que voy de aeropuerto en aeropuerto, y tampoco es la primera vez que noto esa aparente necesidad que tiene el argentino de hacer fila. Es como si eso los (y hablo en tercera persona para no perderme en el relato, no excluyéndome del grupo) remontara a una realidad encapsulada en la que hacer fila es el cable a tierra que los saca del orden de estar en otro país. Es que quizás el único orden que conozcan sea el de hacer fila. No importa si las butacas están numeradas, no importa si los pasajes te especifican la letra y el número del lugar, o el grupo en el que podés subir. En esos largos y tediosos minutos, no importa nada, solo la fila.
Si prestan atención, ocurre en diferentes situaciones de la ciudad de la furia, por ejemplo. En el cine (siempre hablando de los que tienen butacas numeradas, claro), en el teatro, en las canchas de fútbol, en las terminales de colectivo de larga distancia... o como me pasó a mí la semana pasada: en el aeropuerto de Houston, Texas. Pareciera que el afán de ser primero, ese sentirse adelante del que viene atrás, vale más que la normalidad de respetar un orden preestablecido. Es que si el argentino promedio vive queriendo ser primero en algo, aunque sea en lo más mínimo de la vida cotidiana (como subirse a un bondi vacío), el argentino que le escapa al promedio puede llegar a salirse de la métrica y terminar siendo Messi, Lucha Aymar, Manu Ginóbili, Favaloro, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni, Julio Cortázar, Victoria Ocampo, y así. Siempre hay un argentino metido en todo, o es lo que nos gusta pensar.
Resulta que faltando más de media hora para el vuelo que me devolvería a la Argentina luego de tres entretenidas semanas en Estados Unidos, una madre se le aproxima a su hijo de unos diez años y le dice: “Andá preparando todo, falta todavía para subirnos al avión, pero ya empezamos a hacer la fila”. Algo que, estando en el gran país del norte, me resultó extraño porque en EEUU la gente no hace fila en estas circunstancias. ¿Y por qué? Porque confían en el sistema, supongo, en la aerolínea que les dice que si sacaron un pasaje para sentarse en el asiento 15-C, se van a sentar en el asiento 15-C. No importa si suban primero, segundo, vigésimotercero o último. Eso sí, los que vuelan en primera clase o pagan extra, son llamados en los primeros grupos de abordaje; no obstante, hasta el momento en que los llaman, están sentados sin demostrar mayores preocupaciones.
Distinto era el panorama con el que me encontré al ir a ver qué fila era la que se estaba armando. Y entendí todo. Al lado del cartel perteneciente al cuarto grupo de abordaje (el anteúltimo en subir) estaba sentada la familia entera de la mujer e hijo que antes esperaban al lado mío. Como si estuvieran en el jardín de infantes, sentados en ronda en el piso, con el agregado de los petates. Así que esa era la fila que se estaba haciendo, que en realidad la empezaron a hacer ellos, cuando todavía faltaban como cuarenta y cinco minutos para que comiencen a subir los grupos anteriores.
Después, claro, como mi viejo me dijo una vez en la antesala de un teatro, ‘fijate que en Argentina la gente ve que hay alguien haciendo cola y va a hacer cola’. Es magnético. Es inevitable. Diez minutos después ya la fila llegaba hasta el otro extremo del salón. A tal punto que los últimos prácticamente podían dar media vuelta y subirse a un avión con destino a Santiago de Chile. La cinta que habían dispuesto los de la aerolínea (United Airlines) para tratar de delimitar esta actitud rectilínea inconmensurable y argenta ya había quedado olvidada a la altura del décimoquinto pasajero. Y eran para subir en el cuarto y quinto grupo. Los del primero al tercero, que yo estimo, mayoría de turistas no argentinos, esperaron sentados esa media hora restante y se fueron incorporando cuando sus grupos fueron llamados por el altavoz. Como es la regla allá por esos lares.
Siempre termino sorprendiéndome de lo mismo en estos viajes, pero la imagen era surrealista. Solo era necesario darse vuelta y mirar al resto de las puertas de la terminal y en la única que había una fila que directamente cortaba el paso era la que daba acceso al vuelo Houston-Buenos Aires.
Por mi parte, subí último del cuarto grupo. Oh sorpresa cuando llegué a mi asiento, estaba vacío, y con espacio para guardar mi equipaje de mano como corresponde. Con la diferencia de que yo esperé sentado esos 45 minutos previos.
Qué sé yo. Salvando las distancias y otras comparaciones más profundas y acertadas que las mías, algunos somos de un mundo donde el caos está a la orden del día, donde aterrizás un miércoles al mediodía y hay amenazas de paros, gendarmes corriendo por el costado de la autopista, tráfico de la selva y gente caminando por el medio de la calle. Otros viven en países donde los autos frenan en los carteles de stop y le dan prioridad de paso al peatón. Parece algo de otro mundo hasta que vas a ese otro mundo y lo vivís en carne propia. Un amigo y colega me lo subrayaba con ironía: ‘No somos muy distintos, te diste cuenta ¿no?’.
Eso sí, no sé bien por qué, pero más allá de la familia, de los amigos, y una larga concatenación de etcéteras, el caos argentino se extraña... hasta que volvés.
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