Un perro, una casa velatoria y una novela corta de gran impacto
Cada tanto surgen en las noticias esas
historias de perros que, misteriosamente, acuden periódicamente al cementerio a
visitar la tumba de quien fuera su dueño. Como si pudieran sentir como lo
hacemos los seres humanos. Historias que a uno lo dejan pasmado, tratando de
encontrarle una explicación a algo que parece no tenerla. ‘Un perro en la
puerta de la casa velatoria’, de María Soledad Fernández, no tiene que ver con
eso, pero sí tiene un perro, un muerto, y logra crear esa sensación de tratar
de ponerle palabras a lo insondable. Un libro cortito, pero emocionalmente
fulminante.
Es fácil tener el prejuicio de que las novelas
cortas son livianas. Quizás es porque uno tiende a asociar el tamaño de un
libro con el tipo de historia que cuenta. Es decir, más largo, más páginas, una
novela necesariamente más pesada; más corto, menos páginas, lectura ligera. Y
no, muchas veces no es así. Y esta novela es una prueba más de ello.
Este libro lo leí el año pasado y es uno de los
que me había quedado pendiente comentarlo porque mi vida tomó un giro de 180
grados y ahora estoy viviendo en otro país. Pero no podía dejarlo afuera del
blog. Lo que me impactó mucho es que es una historia que, en pocas páginas
(creo que ni llega a las cien), toca temas filosófica y socialmente profundos
como la muerte, el aborto, la vida en sociedad y la percepción que tenemos cada
uno de nosotros mismos como parte de esa sociedad. Y, si bien, no es una
exploración concienzuda de estos temas, que tampoco creo que pretende serlo, sí
los pone sobre la mesa de una forma atinada.
La historia comienza con nuestra protagonista,
Carolina, que llega a la casa velatoria donde están por velar a su padre. Con
un mensaje de texto de su madre que reza: “Liberaron el cuerpo. El velatorio es
en 54 y 18, a las 7. No llegues tarde”. Y su madre que no llega. Mientras
tanto, ahí, mirándola, un perro viejo que apenas se inmuta, obstaculizando el
paso. Ese perro será, con toda la intriga, la amenaza, tensión y ansiedad que
logra generar la autora, un interlocutor ‘mudo’ pero recurrente a lo largo de
la trama.
Carolina es la hija mayor de una familia tipo
de la tradicional clase media argentina. Joven y soltera. Quien fuera la
preferida de un padre de pocas palabras, y la oveja negra ante los ojos de una dura
madre que solo quiere mantener ‘las formas’ y pertenecer a un estrato social
determinado en la que ciertas actitudes no son toleradas. Como quedar
embarazada a los 17 años. Por supuesto, donde hay una oveja negra, por
oposición, hay una hermana que es la perfecta, la que sigue todas esas ‘formas’
y no hace pasar vergüenza a la familia.
Aquí ya podemos vislumbrar las piezas que la
autora distribuye sobre el tablero y con las que se valdrá para tocar todos
esos temas antes mencionados. Todo desde la mirada y el pensamiento en primera
persona de la protagonista, con su sentimiento, celos, confusión, enojo, todo
en su estado más puro. Sin dudas, una buena opción narrativa (la primera
persona) para mantener la expectativa y la intriga desde el principio, con ese
mensaje de texto, al final. Un estilo sumamente realista, con algunas
excepciones más propias del género fantástico (de nuevo, el perro que, de
pronto, no es tan mudo), y varios flashbacks que utiliza la autora para ayudar
a plantear las situaciones.
Y es en estas piezas donde veo varias
dualidades que también me parecen claves para el desarrollo de la historia. Acá
vamos a spoilear superficialmente algunas cosas, así que, los que no lo
leyeron, salteen el párrafo. La dualidad más clara, las hermanas. Carolina, a
quien su madre obliga a abortar a los 17 años porque “la vida se te termina con
un hijo” y quien años después padecería un aborto natural queriendo ser madre;
y por el otro lado, su hermana, la perfecta, la abogada exitosa que no quería
ser madre, que queda embarazada y decide abortar. La segunda dualidad ya la
habíamos mencionado, el perro. El único reducto de tranquilidad en un escenario
que, si bien silencioso y triste, transmite caos en la percepción de la
protagonista. Y, por último, la madre, que no llega al velorio porque está muy
ocupada negando la dura realidad, y es su hija rebelde la que tiene que hacerla
entrar en razón. Una clara inversión de roles.
En fin, un libro cortito pero que retrata una
historia profunda, llena de sentimiento, y cuyo tema central está metido ahí en
el medio de la coyuntura política, social y sanitaria argentina. Vale destacar,
también, que la novela es una de las ganadoras del 2° Premio Bernardo Kordon de
Narrativa de la Editorial Conejos y Paisanita Editora. Una lectura
recomendable.
Una frase: “¿Podés
decirme cómo se sabe si uno es feliz?”.
Mi calificación para
el libro: 3
estrellitas. Bueno. Es una novela eficaz, que tiene lo justo y necesario para
conmover casi que a cualquiera. Se me hizo demasiado corta, pero también es
verdad que alargarla quizás no hubiera funcionado tan bien.
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