En casa con Heisenberg



Hace varias semanas hablaba con Serenito, la incansable, incallable, pero por sobre todo, muy buena onda mente brillante detrás de la cuenta @adondeyque, y le decía que prefiero ver las montañas rusas a través de la comodidad y seguridad de una historia de Instagram antes que subirme a una y superar mi miedo. Porque sí, me dan terror. Algo parecido me pasaba con la serie ‘Breaking Bad’. Estaba bueno ver todo el enquilombado mundo de la producción de metanfetamina desde la comodidad del sillón, teniéndolo como algo muy lejano, algo meramente ficcional. Hasta que llegué a Madrid y viví un encuentro cercano del tipo “tenemos un Heisenberg en el piso de arriba”.


Fue una experiencia tan surrealista como real y desconozco si alguno de nosotros, los moradores de esta casa (que somos varios), llegamos a ser conscientes en algún momento de la gravedad del hecho. Ahora ha pasado a ser una anécdota más, de esas que uno se guarda para contarle a los nietos… o, en su defecto, a los lectores de un blog. Empezaba recién el mes de diciembre de 2019 cuando nuestro Heisenberg llegó por primera vez a la casa.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Yo estaba en la cocina (porque, en disconformidad, me encuentro mucho más tiempo del que me gustaría estando ahí) cuando entró la dueña de la casa acompañada por un hombre alto, de unos treinta y largos años, pelado, barba rala, y con una mochila al hombro. No me acuerdo el nombre que me dijo, pero fue ese el momento que nos presentaron y, diría, casi la única vez que lo vi. Qué sé yo, en esas semanas pasaron tantos a ver las habitaciones libres que tampoco le di mucha bola.

Dije que fue ‘casi la única vez que lo vi’ porque no estoy seguro de si la segunda vez fue algo que realmente viví o si lo soñé. Era la madrugada de un viernes, creo. Y como la maestría curso de lunes a jueves, por lo general, si no nos vamos de birras con quien se preste, me quedo despierto hasta tarde sea leyendo, mirando una serie o película, escribiendo o escuchando podcasts. En una de esas, salgo de mi cuarto en el medio de la noche, tratando de no hacer ruido para no despertar a nadie (porque en estas casas españolas las paredes, no sé por qué, no retienen el sonido), y me encuentro con la puerta principal de la casa abierta. Y llovía, y hacía frío. Piensen, diciembre, Europa, frío. Yo no entendía nada. En esa confusión, entra él, el pelado, Heisenberg. Con el rostro demacrado, la camisa desabrochada, empapado. Me dijo algo como: “Lo siento, no era mi intención molestarte”.

Quiero que se detengan unos segundos a contemplar con su imaginación la total y completa rareza y bizarreada de esa situación. Yo, como me estaba meando y, medio dormido, le dije que no se preocupe, que todo bien. Seguí mi camino, meé, y cuando volví a mi habitación pensé si no me convenía cerrar la puerta de la pieza con llave desde adentro. Porque había algo raro en todo eso. Después me dormí. La vida siguió. Eran épocas de trabajos finales en el máster, mi mente estaba en otra, los días pasaron, y la gente siguió hablando castellano con ese acento poblado de ‘guay, coño, tío, chaval, ostras y hostia’. Nadie parecía saber nada de Heisenberg. Y, de hecho, nada se supo. Había desaparecido.

El capítulo siguiente fue cuando, a mediados de diciembre, la casera llegó preguntando si alguien lo había visto. Sí, yo estaba otra vez en la cocina, lavando los platos. Y no, no lo había visto. No dije nada del episodio del encuentro de madrugada porque no sabía si había sido real. Se ve que Heisenberg no contestaba los mensajes y, si bien había pagado un adelanto a la casera, no había pagado la totalidad del monto del primer mes de alquiler. Convenientemente, había dejado de contestar el teléfono, ni llamadas ni nada. Entonces la casera, con un testigo, abrió la puerta del cuarto del susodicho. Y no había nadie, solo mugre. Cajas de pizzas a medio acabar, ropa tirada maloliente, un fiel retrato de descuido y abandono. “Si esto sigue así la semana que viene…”, empezó la casera.

Ese mismo día me enteré de que los dueños de la casa habían ido al domicilio de los padres de Heisenberg (porque para alquilar le habían pedido que pusiera una dirección de contacto) y que estos, después de un confuso episodio, habían dicho que estaban peleados, que hace años que no lo veían, que les traía sin cuidado.

Y a la semana siguiente, al final, desalojaron la habitación. El panorama era aún peor del de la vez anterior. O, quizás, es que en esta oportunidad sí vieron lo que realmente había. Cucharas quemadas, cocaína, vaselina, amoníaco, vasos de vidrio ennegrecidos, botellas llenas de pis. Un panorama desolador. El rumor es que, en algún momento, Heisenberg volvió y pidió disculpas a los dueños, antes de irse de nuevo. No sé. Semanas después empezaron a circular versiones de que, durante la noche, otros lo habían visto conversando con extraños en la puerta de la casa y que de su habitación salían olores nauseabundos.

Por mi parte, no me di cuenta de nada. Lo que sí, me deja pensando si realmente viví esto, si fue ‘bad information’, o si fue todo un sueño colectivo. Como no podía ser de otra manera, la referencia ahora es que tuvimos un ‘Breaking Bad’ en casa. Nuestro propio Heisenberg.

Comentarios

  1. ¡Hola! La verdad, es una situación totalmente surreal jajaja

    Te empecé a seguir, saludos :)
    Eri ~ The Magical Library

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Eri! Gracias por tu comentario. ¿Viste? Una locura que tenía que dejar inmortalizada en el blog. Ahí yo ya te seguí también, porque entré a chusmear al tuyo y me encantó! Saludos desde Madrid.

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    2. Gracias por seguirme, y fuerza en este momento tan terrible que estamos viviendo. ¡Saludos!

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