No sé por qué me gusta el béisbol

Doscientos dieciséis son los agujeros que se forman en una línea curva simpática que no tiene fin. O 108 de cada lado. Entre esos agujeros, el hilo rojo, que juega con el destino de millones y millones de personas. Y ese juego una y otra vez se reduce a un duelo inconfundible e incontestable entre dos personas. Una, armada con un palo de madera. La otra, que gira entre sus dedos ese hilo rojo infinito, costuras de una pelota que cabe en la palma de la mano, y que de acuerdo a la posición puede producir una bola rápida, una curva, una deslizante... Es eso. Así empieza el béisbol. 


No recuerdo exactamente cuándo me empezó a gustar este deporte. Cosa rara porque nunca lo jugué. Sí sé que desde antes de los 10 años ya me había aprendido las reglas básicas gracias a un videojuego, y que después empecé a ver con el correr de los años todas las películas de béisbol que se cruzaban por mi camino. Así podemos hablar de Moneyball, Mr. Destiny, The Natural, El novato, 42, The Sandlot, Million Dollar Arm, Curvas de la vida, y otras tantas. Eventualmente empecé a mirar algunos partidos por la tele. No obstante, fue recién en 2015 que pude ver un partido de la MLB y tengo el enorme orgullo de decir que fue uno de los Chicago Cubs en el asombroso Wrigley Field. Vale aclarar que ya había visto a los Corpus Christi Hooks en 2010 (pero ese fue de las ligas menores).

Y ya una vez que ves un partido de la MLB en el estadio y que elegís un equipo, no lo abandonás más. Parece como si fuera ayer que fuimos con otros compañeros de North Park University a ver ese primer partido. Un encuentro de temporada intrascendente contra (y creo no equivocarme) los Cincinatti Reds, que no me acuerdo cómo terminó pero que me abrió la cabeza y me hizo querer un poco más a este deporte. Por un lado, porque me di cuenta de que lo entendía bastante bien. Por el otro, por el ambiente que se genera a su alrededor. Y creo que lo que lo hizo aún más especial fue el hecho de que en ese año nadie daba un peso por los Cubs (los favoritos eran los Chicago White Sox), y al año siguiente salieron campeones después de más de 100 años de sequía, maldiciones y embrujos.

Sin embargo, si me detengo a analizarlo en frío, no tengo ni la más remota idea de por qué me gusta tanto. Teniendo en cuenta que es un deporte bastante lento en comparación a esos que tanto nos gustan a los argentinos y que en mi país es sumamente poco popular, no logro entender el porqué. Supongo que es porque lo veo poco y esas pocas veces lo disfruto al máximo. Y que si pudiera ver por lo menos un partido todas las semanas terminaría tirando la toalla de mi interés. Aunque vivo viendo fútbol y me sigue gustando (un poco menos desde que se retiraron Riquelme y Palermo). Quizás porque tiene esa capacidad de pasar de la nada misma a lo más de lo  estruendoso en lo que tarda una pelota en salir del campo. Esa fe que se le tiene al bate, al bateador; o al guante de un jugador de campo que corre y se lanza en el último segundo para salvar un partido. O por ahí ese singular sonido de cuando la pelota besa al bate y todas las sospechas se convierten en la certidumbre casi innegable de un home run. 

Qué sé yo. Ese beso es el equivalente al ‘chas’ de la red en el básquet, o el ver moverse a esa otra red que abraza a la redonda en el fútbol, o el sonido del pique de la pelota y el piso en el vóley. Sin embargo, creo que es superador. No sé si tiene comparación. El ‘clac’ entre bate y pelota, ese de partido definitorio, en el que millones de personas contienen la respiración y enmudecen un estadio entero, ese que pone fin a un duelo de mañas, habilidades e incertidumbres entre lanzador y bateador, ese que despierta la definición de ensordecedor en centenares de miles de almas. No, no tiene comparación. Y si la tiene, entonces que se abra el debate. 

Para terminar, solamente quiero compartirles algo de lo que me enteré hace relativamente muy poco y que me alegró mucho. Desde el año pasado existe una Liga Argentina de Béisbol. Es un primer paso, primero y grande. Y que no me vengan con que es un deporte del imperialismo estadounidense. Porque a ver de qué países vienen el fútbol, el básquet o el rugby. El béisbol llegó tarde, pero ya está entre nosotros y ojalá que siga creciendo por estos pagos.

*De yapa. En la novela “Un yanqui de Connecticut en la Corte del Rey Arturo”, de Mark Twain, adivinen cuál es el primer deporte que el yanqui viajero del tiempo le enseña a los caballeros de la Edad Media.

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