Después del Mundial, el fútbol argentino vuelve a la normalidad
Con el inminente final del Mundial, o la ya vapuleada experiencia de Argentina en Rusia, el fútbol local va de a poco invadiendo los medios. Con amistosos all-inclusive en Boca Ratón y en Sarasota, con pretemporadas, el siempre sorpresivo libro de pases. Y de a poco el flojo desempeño argentino en tierra de Putin va escapándose, la novela de la tarde ‘Sampaoli, pasión morena’ va disminuyendo en millones de dólares, y Messi va volviendo a ser el silencioso ninja del fútbol desde su lugar en el mundo con aire catalán. De este lado del charco, el quilombo del folklore futbolero comienza a copar las marquesinas. Y dale que va.
La realidad era que se extrañaba. Porque a Di María, Higuaín, Mascherano, Messi y el resto del club ya los conocíamos en este tipo de situaciones. Es como si siempre se tratara del mismo cuento, de la misma repetición, solo que algunas veces pasa eso imposible de que lo mirás una vez y llegás a la final, en otra a cuartos, y bueno, en esta última gracias que pasamos la fase de grupos. Pero siempre con esa inseguridad de que jamás podés estar verdaderamente confiado, disimulándolo con la fe ciega futbolística y el orgullo de que somos Argentina, somos los mejores, jugamos bien y últimamente... nos cuesta ganarle a no sé, alguien. Qué sé yo, me resulta curioso que en otros mundiales con un equipo mucho más armado (1998 o 2006) no se haya llegado más lejos. No obstante, no creo haber visto jamás a Batistuta meter un gol lastimosamente milagroso y gritarle a la tribuna que tenía huevos. Metía goles nomás y no nos hacía falta que nos expresara su hombría futbolera. Nos dábamos cuenta.
O en el 2006, con Pekerman, que las letras de su nombre ya tienen mejor manejo de grupo que Sampaoli. Era el llamado ‘grupo de la muerte’ y pasamos primeros. Después llegaría ese gol Verdaderamente -sí, con ve mayúscula- milagroso de Maxi Rodríguez contra México y finalmente el fatídico papelito de Lehmann. En el medio, una alineación titular que (díganme si no) inspiraba confianza, talento y la más maravillosa música del fútbol argentino de esos años: Abbondanzieri; Burdisso, Ayala, Heinze, Sorín; Mascherano (con 12 años menos), Cambiasso, Riquelme, Maxi Rodríguez; Saviola y Crespo. Y un banco con un recambio a la altura de las circunstancias, como corresponde, con Coloccini, Tévez, Palacio, Aimar, Messi, y Lucho González, entre otros. Todos nombres de peso y me animaría a decir que eran todos referencia en sus respectivos equipos. Mas mi memoria puede fallar.
¡Y ahora el único argentino en la final del mundial va a ser Pitana! Ese árbitro al que una querida amiga lo ha visto caminar por las calles de Posadas. Es decir, un ser humano completamente terrenal. No una de las deidades de nuestro fútbol como Messi o Román. Así estamos.
Mientras tanto, la vorágine mundialista va quedando de lado porque a quién le importa ver a Croacia. Un equipo que no le gana a nadie y nos clavó tres. Un equipo que mirá si va a ser candidato y llegó a la final. Un equipo que no pasa de tener cinco millones de hinchas nacidos y criados en su país, pero que seguro muchos de nosotros argentinos vamos a alentar desde nuestros cómodos sillones el domingo antes del asadito. Y del otro lado una Francia que parece que no y te cambia pestañeos por goles. Ni permiso te pide.
Sí, claramente el mundial va quedando de lado. Sin embargo, el mecanismo del llamado folklore del fútbol argentino va engrasando sus engranajes, obligándonos a prestarle atención a amistosos en Boca Ratón y Sarasota porque lo extrañábamos a este fútbol en el que por lo menos Gallardo le exige a sus jugadores que pongan huevo. En un amistoso. Y no lo tienen que andar gritando por los campos como Di María. Ese folklore que nos deposita otra vez en la tierra santa de la chicana que tanto nos gusta. Porque River no quiere viajar a Santa Fe para jugar la Copa Argentina porque Boca va a jugar su partido en la cancha de Lanús. Y por qué la AFA siempre beneficia a Boca. Angelici. Y los de Boca retrucan enseguida con las lágrimas de las gallinas, que vienen inundando nuestro país desde hace años, y que la única manera que tienen para salvarse y flotar en medio del diluvio es el escritorio. ¿El de la AFA? ¿El de la Conmebol? ¿Alguno de Easy, Home Depot, Sodimac o Ikea? No pasa nada muchachos. Es el folklore. No se alarmen, no se exalten, que ya lo estamos viviendo, sintiendo y disfrutando. Como el olorcito que sale de la parrilla.
Como Oscar, un oyente bostero que llamó a una radio deportiva nacional que suelo escuchar y que dijo que por qué lloran los de River (y aclaró, ‘Riber con be larga’) si hace un par de Copas Argentinas atrás ellos jugaron acá en Buenos Aires y le tocó a Boca jugar en el, como le dicen, ‘mal llamado interior’. Y lo que me sonó aún más llamativo, Oscar vive ¡en Núñez! Me hizo acordar a un conocido mío de River que vivía en La Boca (después se mudó porque claramente había alguna incongruencia en su sentido común y en su integridad física si se le escapaba gritar un gol). Hasta que por fin apareció un gallina y dijo que River puede ganar en cualquier cancha, no importa si es acá, allá, o en cualquier parte, como la canción de los Beatles.
Tanto folklore futbolero junto, ya siento como si el fracaso mundialista no hubiese sido jamás. Como era en aquellos lejanos principios de 2018, cuando lo principal era el fútbol local y la gloriosa Copa Libertadores. Cuando los equipos eran Boca, River, San Lorenzo, Independiente, Estudiantes, Gimnasia, Racing, Newells, Rosario Central, Huracán, Vélez, etcétera. Cuando había gambeta en los partidos de fútbol, los jueces no usaban el VAR y Pitana era tan puteado como cualquier otro árbitro argentino y jamás se hubiese imaginado estar pitando a Francia y Croacia en una final del mundo. Tranquilos, muchachos, ya podemos retornar a eso del paso a paso. Porque como dijo Tévez alguna vez: “Volvió todo a la normalidad”.
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