El colombiano marinero de agua dulce
Lo bueno de tener un amigo colombiano, cuya
lengua no le teme para nada a la palabra ni tampoco a las buenas historias, es
que uno no se cansa de escucharlas. Historias de ríos, de pueblos ribereños, de
su gente. Pero también de fútbol, política, aeropuertos sin aviones, y
revolución. Juanjo puede ayudar a formar gobierno a España, darle solución a la
crisis latinoamericana, y aconsejar al DT de la Selección Colombia, todo al
mismo tiempo y con una cerveza de por medio en algún bar de la noche madrileña.
Como yo digo que soy ‘oriundo del glorioso
barrio porteño de Caballito’ (pueden ahondar en ello en otro post), don Juan
José dice que es marinero de agua dulce. Y cito textualmente: “Si me preguntan
por quién soy, lo primero que debo decir es que soy un marinero de agua dulce
que navega por los ríos de Colombia en busca de las historias que habitan en
sus orillas”. Ya se imaginarán ustedes.
El colombiano es un ser de río. Pasó del Cauca,
del Chocó, y de otros varios ríos terminados en ‘dó’ que ahora se me escapan, a
mirar el río Manzanares desde el puente de Toledo, en Madrid. No obstante,
sigue siendo cauce vivo de aguas colombianas, a través de sus historias, de
anécdotas, de ser, al parecer, una de esas personas que le habla hasta a las
piedras; y que seguro serán esas piedras costeras, redondeadas, erosionadas por
el agua de algún río de Antioquia.
Una birra con Juanjo es entretenimiento y
aprendizaje. Casi como la televisión. Más bien, como la radio. Juanjo no te
dice ‘mi amigo’, te dice ‘mi parcero’. No te da vueltas para contarte algo,
sino que le encuentra la vuelta para hacer de una charla común, una charla
interesante. Por ejemplo, el otro día, que me sorprendió con la etimología de
la palabra ‘amable’. Porque eso, Juanjo cuando te saluda para despedirse te
desea todo lo bueno del mundo, siempre tratándote de usted: ‘tenga buena
noche’, ‘buen camino’, etc. Y alguna vez le dijo a alguien ‘gracias, muy
amable’ y ese alguien le contestó algo así como ‘¿Usted sería capaz de amar a
alguien como yo? Porque eso es lo que significa la palabra amable’. Y… ¡Bum!
Efectivamente, significa ‘digno de ser amado’. Así que, moraleja, cuando le
decís a alguien que es amable, le estás diciendo que lo podrías llegar a amar.
Seguro la anécdota no es tal cual porque, claro,
el colombiano la cuenta mejor. Y si escribiera todas sus historias tan bien
como cuando las narra ao vivo, no hay dudas de que tendría un libro que valdría
la pena comprar. O no sé, un blog. O un podcast, al que la gente del campo
colombiano pudiera ir escuchando mientras va fumándose un par de tabaquitos
(porque los cigarrillos ‘armados’, dice que, pueden ser también unidades de
tiempo/distancia).
Y cuando él no es el emisario de las historias,
te recomienda otros cuentistas como para que te diviertas y tengas para rato. Como
cuando me introdujo a un personaje, a ‘El Flecha’ de David Sánchez Juliao, que
terminó convirtiéndose en nuestra figura del último Argentina-Brasil disputado
en Arabia Saudita y que vimos por tv con
los relatos en francés, acompañados por el gran Karim (oriundo de Marruecos),
estando nosotros en Madrid, España. Sí, alto cambalache. Pero el partido pasó
de inmediato a un segundo plano cuando empezamos a escuchar las andanzas del
mencionado personaje.
Un colombiano del campo, que conduciendo su jeep Willys
se aviva de que tiene que escribir hasta tarde y que se le terminaron los
cigarrillos. “¿Usted no ha escuchado nunca la historia de ‘El Flecha’?”, dice
Juanjo. Y cuando sale con ese tipo de preguntas, ya aprendí que recién está
comenzando, que se viene lo bueno; un río de historias o una historia de ríos,
o en este caso, de un boxeador de profesión y vacan de fracaso.
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