Una ciudad vertical que casi llega al cielo
El primer
libro que leo en formato digital, en mi Kindle, un formato que no me apasiona
pero que tuve que adoptar por cuestiones de logística. Dicho esto, y como
amante del género distópico, ‘La ciudad vertical’ de Javier Torras de Ugarte me
pareció una buena historia, con una trama original, bien pensada y prometedora.
En algún punto queda a medio camino de esa promesa, pero, aun así, en el
balance es más lo positivo que lo negativo. ¡Vamos a desandar un poco los
pasillos de esta ciudad vertical!
La historia
se centra en Madrid, en un futuro distópico donde los deshielos producidos por
el calentamiento global han diezmado a la población mundial y la mayor parte
del remanente ha huido de la superficie de la tierra, hacia arriba. Así nacen
las llamadas ciudades verticales, enormes rascacielos en donde la luz solar y
el aire fresco son tesoro de la clase alta (que, consecuentemente, viven en los
pisos superiores), y la clase baja vive en peores condiciones en los pisos más
bajos. Claramente, una representación directa del orden de las clases sociales.
Fuera de la ciudad han quedado los mestizos y otras malas hierbas, que son
malas solamente porque las Grandes Familias (con sangre más pura) han
perpetuado un relato estigmatizador en la sociedad. Toda la trama gira en torno
a que una persona descubre que lo que aprendió a lo largo de su vida no es lo
que parece y decide ir más allá.
En el
medio, el autor juega con ciertos conceptos que me llevaron a pensar en lo
medieval o en lo ‘tolkienamente’ fantástico, siempre integrándolos en la trama
futurista. Por un lado, el tema de la endogamia está muy presente: los miembros
de las Grandes Familias (que tampoco eran muchas) mantenían relaciones sexuales
entre ellos para preservar la ‘raza pura’. Algo bastante típico durante el
medioevo. Por otro lado, en lo referente a Tolkien, hay un pasaje en el que se
describe un bosque que me hizo acordar a Rivendel. Sí, locura, porque en vez de
elfos eran… ¡clones!
Entonces,
claro, en mi opinión la novela presenta partes muy buenas y bien logradas, con
una trama base sumamente tentadora. Sin embargo, otras que no lo son tanto, que
podrían haberse resuelto, quizás, de otra manera, y que le sacan algo de ritmo
a la narración. Hay toda una parte mística en el bosque (que incluye a mi flash
rivendelesco) que me resultó confusa. Me gustó mucho más cuando la acción se
abocó en la ciudad vertical.
Pues, bien.
¿Lo malo? Hacia la mitad de la historia se hace confuso y medio tedioso, como
si el autor se perdiera en la densidad y el misticismo del bosque. Por otra
parte, hay varias historias paralelas que no terminan de plasmarse lo
suficientemente bien. Y, además, da la impresión de que el autor invirtió
demasiado en describir la ciudad vertical y no tanto en los personajes, y si
leen mis reseñas sabrán que me encanta el desarrollo de los personajes.
¿Lo bueno?
Una idea fundamental ingeniosa y original, con una vasta descripción en
detalles históricos y técnicos que suman a la hora de recrear la imagen mental
de una ciudad vertical y cómo llegó a ser lo que es. Asimismo, las aventuras
del protagonista y los conflictos que debe resolver también me parecieron
llamativos. Más que nada con los sorpresivos giros argumentales que el autor
dispone hacia el final de la obra, algo que ayuda bastante a recuperar el ritmo
que se pierde cuando la trama abandona la urbe (aunque quizás el final fue muy
perfecto).
En fin, me
gustó. Como una primera aproximación a este autor creo que vale la pena. Se
nota que se le da bien el mundo de lo distópico. En cierto punto me trajo a la
memoria la novela (aunque va completamente por otro lado) ‘El año del
desierto’, de Pedro Mairal. Así que sí, sin dudas es un autor al que volvería
en algún momento. Siempre esperando más, por supuesto.
Una frase: “A veces la fe, la creencia ciega en una
determinada idea, puede llevar a los hombres a cometer los mayores pecados”.
Mi calificación para el libro: 3 estrellas. Bueno.
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