Cuestionar la literatura: el #lenguaje



Hace poco tuve la suerte de leer uno de esos libros que te absorben por completo y que normalmente se terminan en un día porque la urgencia es inminente. Uno de esos libros que probablemente se guarden en la memoria por su intensidad, y de esos que nos dejan reflexionando sobre algo, cualquier cosa. La fórmula va cambiando dependiendo a la vez de libro y lector, pero en éste caso lo que yo estaba leyendo era “La ridícula idea de no volver a verte” de Rosa Montero.



Para quiénes no lo leyeron, la novela es una suerte de biografía sobre Marie Curie, mezclada con anécdotas y referencias de la vida de la autora. De hecho, el libro está muy bien y me gustó mucho, pero hubo algo que no había visto nunca antes en ninguna otra novela y que me llamó infinitamente la atención: los Hashtags (#). Sí, eso mismo, la autora va introduciendo, cada tanto, distintos hashtags en la novela. En realidad, no me tomó del todo por sorpresa: antes de decidirme a comprarlo había leído unas cuantas reseñas de otros lectores. Mientras la mayoría se deshacía en halagos, unos pocos nombraban este tema de los hashtags como algo molesto.

Y admito que era extraño, verlos de repente, irrumpiendo bruscamente en la narrativa: #HonrarAlPadre, #LugarDeLaMujer, #Coincidencias. Se usaban, después pude entender, como si fueran una marca de la repetición, aquellas cosas que se daban una y otra vez en la vida de Marie y por tanto, en la trama. A veces, también, como un paralelismo entre la vida de Marie y la de la autora. En vez de volver a explicar lo antes mencionado, o invocarlo de alguna manera, Rosa resumía todo ese pensamiento en un hashtag, en un fragmento de menos de quince letras que eran suficientes para explicar lo que ya se había dicho: #Ambición.

Admito que me incomodaron un poco al principio, no es común encontrar algo tan moderno en el papel. Sin embargo, me quedé pensando mucho en esto, y entendí que no sólo funciona perfectamente porque nosotros lo entendemos, sino que, en realidad, ¡lo usamos todo el tiempo! En la vida misma, cuando charlamos con amigos, cuando hacemos uso de la informalidad. Y eso a su vez me trajo un sinfín de otras preguntas: ¿Por qué nunca encontramos estas convenciones del mundo externo en nuestros libros? ¿Acaso el lenguaje no es también la marca de una generación? ¿Por qué preferimos la prolijidad de la literatura antes que la identificación?

Y acá hago una pequeña pausa: sé que cada vez hay más autores contemporáneos que se animan a desafiar este lado tan tradicional de la literatura, pero mi cuestionamiento va más allá, es una pregunta que nos hago como lectores: ¿por qué tenemos una resistencia a encontrar una jerga cotidiana (que paradójicamente usamos todos los días) en un libro?

Y admito que era extraño, verlos de repente, irrumpiendo bruscamente en la narrativa: #HonrarAlPadre, #LugarDeLaMujer, #Coincidencias.


Hace un tiempo leí “Cometierra”, una novela de Dolores Reyes, y me asombró por completo la voz de la narradora. Su manera de decir las cosas era tan cercana, familiar, como si charlara con una amiga. Sin embargo, estuve hasta la mitad de la historia sin haberme dado cuenta de este rasgo tan intrínseco. Es decir que, además de que estaba leyendo algo muy distinto a lo que acostumbraba, aquel tono había logrado inmiscuirse en silencio durante mi lectura, sin que yo lo notara. Resultó ser, en mi opinión, que esa variación del lenguaje fue una parte clave de la esencia que hace a un libro tan excelente como “Cometierra” (que de paso recomiendo mucho, si les llama la atención). Reyes supo cómo utilizar este recurso a su favor, dándole más fuerza y volviendo la historia más real a partir de su uso. Este fue otro de los libros que me dieron una gran lección literaria.

También, hace poco leí un cuento que escribió Hernán Casciari a partir de una charla que tuvo con su hija más chica, Pipa, que tiene dos años. Él le estaba contando la famosa historia de “Hansel y Gretel” cuando llegó a la parte en que los niños se ven perdidos en el bosque. Ella le pregunta entonces: “Pero si estaban perdidos, ¿por qué no le mandaban un Whatsapp al papá para que los fuera a buscar?”. Ouch. Touché. En adelante Hernán reflexiona de una manera muy graciosa el motivo por el cual estas soluciones tecnológicas nunca llegan al final de un cuento: los arruinarían. Propone distintos ejemplos de las historias más conocidas y plantea cómo la telefonía celular resolvería el conflicto en un segundo, y en consecuencia destruiría por completo las intenciones de la literatura. Me encanta este cuento porque en el mundo en el que vivimos, y aunque nos cueste admitirlo… ¡Pipa tiene razón! Así es como estamos acostumbrados a resolver nuestros problemas, ¿es que la literatura no encuentra conflictos acordes a la época en que vivimos? ¿O es una constante defensa de lo analógico, que se salvaguarda especialmente en el papel? Bueno, ya quisiera tener esas respuestas…

Hoy en día, todas aquellas historias de ciencia ficción que alguna vez leímos y creímos imposibles, están cada vez más cerca de volverse realidad. Incluso hablando del presente más inmediato, hay un manejo constante de redes sociales que no se ve representado en la literatura. ¿Qué pasará cuando la era tecnológica nos pase por arriba? ¿Cómo serán las nuevas historias? Y, más que nada ¿aprenderemos como lectores a cederles un espacio o defenderemos a muerte la escritura tradicional?

Una colaboración de @beliteraria para Matias Dice Blog. ¡Gracias! Y vayan a seguirla a Instagram, no sé qué hacen todavía acá (?)

Comentarios

Entradas populares