Mi Madrid Diario del Coronavirus Día 47: De mascarillas, tapabocas y barbijos



Es 30 de abril. Hoy será el último día formal de cursada del máster, día del trabajo final. Y es el día 47 desde que el presidente español, don Pedro Sánchez, decretara el estado de alarma. El cuadragésimo séptimo. Fue recién en los cuarentas de esta cuarentena que, por fin, pude conseguir mascarillas en la farmacia. Porque acá le dicen así, mascarillas. Y es difícil dejar de llamarle a una cosa como le llamaste toda la vida (para mí siempre fue ‘barbijo’) para que la gente te entienda a la primera. Me pasa con otras palabras también.


Vienen siendo días complicados y con cierta incertidumbre. No quiero decir que mucha incertidumbre, porque creo que ya me estoy acostumbrando a esa sensación general. Aunque pareciera que, de a poco, todo va mejorando. Ya dejan salir a los niños a caminar, acompañados por sus padres. El uruguayo, uno de mis co-pensionistas, empezó a salir a pasear con su pequeña hija y me comentó el otro día que se ven muchos niños, y muchos policías. Ojalá que siga todo avanzando y lleguemos a la ahora famosa ‘nueva normalidad’, que no será, seguramente, la normalidad que todos conocíamos y queríamos sin darnos cuenta.

Mi cierta incertidumbre y días complicados son, empezando por lo segundo, las clases online. Últimamente me están dando más dolores de cabeza que otra cosa. No voy a ventilar los motivos, pero mi único aliciente para no perder los estribos ha sido que ya estoy viendo la línea de meta. Continuando por lo segundo, mi cierta incertidumbre fue, nuevamente, mis anticoagulantes. Porque se me estaban terminando y desde el centro de salud no me atendían. Hasta que lo hicieron y me confirmaron que sí, que mi receta electrónica sigue vigente.

En consecuencia, pude ir a la farmacia, sentir la libertad del aire por unos minutos. Y sentirlo de forma diferente porque me rapé a cero por primera vez en la vida. De verdad se siente diferente. Al menos los primeros dos días. Después ya se vuelve normal. La nueva normalidad. Aunque la primera semana es como tener papel de lija en la cabeza. De todas formas, al resto del mundo pareció no importarle, porque la vieja que me atendió en la farmacia no me dijo nada. Solamente me vendió los anticoagulantes (que sigo sin creer que me salgan ¡centavos!, gracias sistema sanitario español) y dos mascarillas (barbijos, tapabocas) que, al llegar a la pensión, me di cuenta de que resultaron siendo tres. Capaz ese pequeño desliz fue su forma de reconocer ese corte de pelo inédito en mi vida. O quizás fue un silencioso gesto de solidaridad. O quizás, simplemente, un error.

Al otro día, pude ir al supermercado con barbijo (mascarilla, tapabocas) y, déjenme decirles, es muchísimo más fresco que ir con un cuello polar, como lo venía haciendo. Sobre todo, teniendo en cuenta que está empezando ‘la calor’. En el supermercado, el cajero me regaló una de esas bolsas de tela. ‘Regalo de la casa’, me dijo. Se ve que le habrá dado pena que mi bolsa y mi mochila estaban al borde del colapso. O quizás fue un gesto de solidaridad. O capaz un nuevo reconocimiento a mi corte de pelo inédito.

En fin, ahora me quedan dos mascarillas quirúrgicas de un solo uso y el pelo me está creciendo rápido. Lo que sí seguirá siendo mi duda es si decirle mascarilla, barbijo o tapabocas. ¿Ustedes cómo le dicen? ¿Cuál es la manera correcta? Oh, santo patrono del óptimo uso del lenguaje, ayúdame. Porque barbijo, si bien es la acepción con la que crecí, me suena a barba. Tapabocas tiene una simplicidad atractiva, pero también te tapa la nariz, entonces ¿en qué quedamos? Y no me hagan empezar con esa aparente necesidad que tienen los españoles de agregarle el sufijo diminutivo ‘-illa’ a palabras que no lo necesitan. Realmente me molesta. Lo dejamos para alguna próxima entrega.

¡Que tengan buena cuarentena!

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