Reportaje #9 – Carolina Composto y el arte de viajar bailando
Bailar es
una forma de comunicación, de vivir, es respirar, es el lenguaje del alma. A
eso sumale viajar alrededor del mundo. Viajar bailando. Esa es la cuestión. Y
ese es el lema que mueve los hilos de Carolina Composto, al ritmo de la música,
casi sin importar qué género musical sea. En la calle o sobre un escenario, en
Estados Unidos, Luxemburgo o Turquía, la novena entrevistada de este blog no
para de bailar, ni de viajar, y digámoslo, es todo lo que está bien. ¿A quién
no le gustaría viajar bailando? Según ella, es tan fácil como animarse y “amigarse
con la incertidumbre”. El noveno reportaje de Matias Dice, sin dudas, tiene
ritmo de aventura.
Su pasión
por el baile comenzó en San Miguel, provincia de Buenos Aires. Ahora ella tiene
25, pero más o menos a los 12 años su madre la anotó a una clase de tap como
respuesta para canalizar el potencial talento de una niña que jugaba a armar
coreografías. Todo el tiempo. De ahí, una prima que la vio en una presentación
de fin de año la convenció para tomar clases de danza jazz en su estudio en
Capital Federal. Y así continuó pasando por diferentes ritmos hasta hoy, a tal
punto de asegurar que “un tipo de danza identificó una etapa de mi vida
distinta”. Tap, jazz, clásico, danzas urbanas, hip hop, swing… y la lista
sigue.
De hecho,
aclaración del autor, fue gracias a un video de ella que empecé a ir a clases
de swing yo; así que, ahí tienen, además de viajar bailando, es una influencer
del baile. La diferencia es que, mientras para ella el swing es el escape a su
tipo de danza habitual, para mí es un desafío. No obstante, un desafío
minúsculo en comparación con lo que Carolina tuvo que enfrentarse antes de
dejar todo, decir “nos vimo’”, y salir a girar por el mundo.
El desafío de viajar bailando
“Ya de
chiquita mi sueño era ir a estudiar danza a Estados Unidos, no quería ni viaje
de egresados, ni fiesta de 15, ni viaje a Disney, nada, yo quería bailar;
estaba obsesionada con irme becada, audicionar y que me contraten”, contó
Composto, mientras tomábamos un café en el Starbucks de Cabildo y Olleros. ¿El
resultado? Ganó una de las becas pero no se pudo pagar el viaje. Y a partir de
ahí comienza lo bueno. De un momento de tristeza catastrófica, de ver el sueño
de su vida irse en un avión al que no se pudo subir, a encontrar una
solución. Con esa resiliencia y la osadía de dejarlo todo fue que empezó la
travesía de coreografiar los caminos del mundo.
“Lo que
hice fue hacer un Work & Travel primero, con la idea de ir a laburar y, con
el tiempo que me sobrara, meterme en clases de baile ya estando en Estados
Unidos”, explicó. “Ahí empecé a viajar y me di cuenta de que era tan sencillo
como irte a otro país, presentarte a una audición y que te contraten, no era
tan difícil”.
El primer
viaje fue a Utah. Allí comenzó a hacer contactos dentro del ambiente. Y cuando
se quiso dar cuenta, estaba recorriendo el mundo haciendo lo que más le gusta. “Me
empecé a hacer un montón de contactos, uno te lleva al otro y nunca más volví”,
expresó. La aceptaron en dos compañías under de Nueva York, participó del
Herrang Dance Camp en Suecia, trabajó como bailarina en Pachá, en Ibiza, uno de
los boliches más grandes del mundo. Después Italia, otros países de Europa,
Turquía, Georgia, Rusia… “Y de Rusia me fui a México porque enganché un pasaje
barato por 150 euros, y ahí me quedé en Centroamérica”, continuó.
Pasaron
varios años desde que se fue hasta que volvió y ya los planes son retornar a
Herrang en julio, después Alemania. ¿Y volver? ¿Quién sabe? Pero sus expectativas para el futuro parecen no hablar castellano argento. Quiere poner un estudio de danza y una productora audiovisual exclusiva para bailarines. Sin embargo, aún no sabe dónde.
Matias Dice (MD): ¿Qué es bailar para vos?
Carolina Composto (CC): Bailar es respirar, es un estilo de
vida. Es la manera en la que elijo comunicarme con otras personas. Me parece un
idioma universal hermoso que me excede a nivel felicidad. No es algo que elijo
no hacerlo, no tengo poder de decisión sobre, es un tener que y punto. Me pasa
de caer a fiestas donde no conozco a nadie pero en las que sé que se baila, y
en las rondas te toca bailar y así mostrás quién sos. Desde ahí en adelante te
empezás a relacionar con otras personas a través del baile que, quizás, ni
siquiera hablan tu idioma.
En Herrang
me pasó de conocer a una persona que era de Palestina y ellos el swing lo bailan
sin tomarse de las manos, porque no se pueden agarrar los hombres y las
mujeres en Palestina. Entonces, con este chabón mi manera de comunicarme fue
esa. Él estaba parado adelante mío, me pidió para bailar, cuando lo fui a
agarrar no me tocó, se generó una especie de dígalo con mímica, hasta que
empezamos a bailar y ahí me explicó todo. Es tu manera de presentarte ante
otros y es re lindo porque no es algo que decís que sos, no podés mentir, no
podés hacerte la que bailás bien. Y eso sos. Es súper puro.
MD: ¿Cómo fue el paso de la rutina, el trabajo,
la familia, la facultad, a lo desconocido?
CC: Fue terrible, un cambio muy abrupto. La rutina
no es lo mío, no me hace feliz. Si bien yo amo dar clases, tenía que respetar
un horario, un jefe, parciales… Y cuando me fui todo dependía de mí, si tenía
plata o no, si te iba bien o mal, todo dependía de mí y de cómo invertía mis
capacidades.
Así,
Carolina sorteó muchas dificultades. Llegó a trabajar de mesera en un
restaurante en México (“Nunca pensé que podía ser tan mala en algo”), a sacarle
fotos a los turistas, subirlas a la web y venderlas a cinco dólares la foto por
Pay Pal. Pero eso, solo en situaciones críticas. Si la cosa estaba más o menos
controlada, era sacar su boombox en cualquier calle o subte del mundo y bailar.
Nada más que bailar. Un método con el que juntó bastante plata que le sirvió
para moverse de país en país. “Estuve todo un año con esa manera de vivir, irme de un país a otro, conocer artistas, bailarines, ver dónde estaba la onda
del circuito, audicionar; haciendo couchsurfing, dormir en la casa de un
desconocido, bailar en la calle, irme a otro país, y así”, detalló.
Y eso le
enseñó a confiar. En la gente desconocida y en sus decisiones. Porque jamás
paró en un hostel, siempre viajó porque justo alguien que conocía bailando en
un lugar tenía un conocido o familiar en otro lado al que ella quería ir. Y
así nomás. Se puede decir que no planeó su viaje sino que su viaje la planeó a ella,
a su experiencia, a sus experiencias. Porque siempre tenía puntos en común con quien se cruzara. “Si
te ponés a pensar, no puede ser que en un año y medio que estuve viajando sin
parar, nunca me haya cruzado con alguien que no fuera artista, bailarín o
cineasta”, dijo Carolina.
“Confiar
fue una de las cosas más valiosas que aprendí… ¿Viste que te dicen que es re
peligroso? Bueno, hay gente buena en el mundo; yo viajé un año y medio y nunca
tuve ningún problema”, añadió.
MD: ¿Es para cualquiera algo así o tenés que
ser una persona especial, no tener vergüenza?
CC: No, todo lo contrario. Conocí un montón de
gente introvertida que viajan justamente para superar eso. Es una cuestión de
animarse, de cerrar los ojos y lanzarse, y que te encuentres con lo que te
encuentres. Por ahí te vas una semana y te das cuenta de que no es para vos y
te volvés, pero ya estuviste una semana fuera de tu zona de confort y eso ya te
enseñó algo.
MD: ¿Y qué le dirías a la gente que está
dudando en salir de esa zona de confort?
CC: Que nada es tan grave como parece. Todo se
puede arreglar. Mientras estás pensando si hacerlo o no, se te pasa el mismo
tiempo que podrías haber invertido en viajar. Yo sé que un limitante suele ser
el tema de la plata, porque uno no está acostumbrado a irse sin un mango, pero
siempre hay alternativa. Es cuestión de elegir un camino distinto. Animarse. La
gente le tiene mucho miedo a la incertidumbre y yo digo que hay que hacerse
amigos de la incertidumbre. Porque esa incertidumbre te puede llevar a un
montón de cosas nuevas, y hay cosas que no vas a obtener siguiendo el mismo
camino de siempre. Si querés algo distinto, tenés que empezar a hacerlo de una forma distinta.
Y así vamos
llegando al final de una charla sumamente amena que, como datos de color,
incluyó anécdotas nivel: “Aparecí hablando con Iván de Pineda en su programa ‘Resto
del Mundo’ cuando lo fue a filmar a Utah”; y “En Turquía, haciendo dedo,
parábamos a los autos con carteles que decían ‘Alá te está mirando’ o ‘Alá te
lo agradecerá’, y los autos frenaban… encima nos manejábamos todo por señas
porque allá casi nadie sabe inglés ni español”.
Igual, no
íbamos a terminar esta charla sin la pregunta que ya podríamos llamar ‘de rigor’.
Y es si tiene algún libro para recomendar a nuestro querido público. ¿Su
respuesta? “El elemento”, de Ken Robinson; y “Autobiografía de un yogui”, de
Paramahansa Yogananda, que además dicen que era el libro favorito de don Steve
Jobs. “Uno es sobre la vocación y otro sobre la vida; el último me lo
recomendaron hace muchos años en una etapa hippy, pensé que nunca en la vida lo
iba a leer, pero hace poco lo encontré en el Kindle, lo leí, y uau,
impresionante”, concluyó.
Si querés saber un poco más sobre este arte de viajar bailando, seguí su blog que es tan simple como viajarbailando.com
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