Fiesta judía en la peluquería
Estaba yo el otro día
cortándome el pelo, porque ya llevaba un matorral. Y fue después de ver todo lo
que había caído al suelo que comenzó el tema de la fiesta judía en la
peluquería. Decidí escribirlo porque tiene algo de surreal.
“Voy a tener que empezar
a vender mi pelo”, le dije a la peluquera, en broma. A lo que ella replicó en
un cuasi-oxímoron: “Sí, parece una rata desplumada”, en referencia a mis
cabellos perdidos que formaban un aura de naturaleza muerta en el piso,
alrededor de la silla. En su sabiduría, me dijo que el kilo de pelo se estaba
comprando a varios miles de pesos y que uno de los públicos más interesados en
adquirirlo era el judío. Porque una de las opciones que tienen, en la
ortodoxia, las mujeres judías casadas es precisamente cubrirse el pelo. Por lo
que anduve leyendo, se lo cuidan como si fuera un objeto sagrado. Y una de las
opciones que utilizan para cubrírselo es con una peluca.
Me siguió explicando que
de ahí el interés de los judíos ortodoxos en comprar pelo. Para las pelucas. Y
ahí entendí que el negocio del pelo podía ser un abanico muy grande de
oportunidades. Por un lado, la gente que se está quedando pelada. Después, la
gente que se quedó pelada. Y por otra parte, la que yo desconocía, las personas
que por precepto religioso se cubren el pelo con pelo de otra persona. En la
teoría, solo muestran su pelo real cuando están con su marido.
Así continuó la
conversación, que fue breve, porque no se tarda mucho en cortarme el pelo a mí,
por más largo e indomable que hubiese estado. Y justo antes de irme me contó lo
de la fiesta judía. Porque una clienta de ella tiene un salón de eventos y
suele organizar fiestas de ese tipo. Me contó que en esas fiestas ortodoxas no
se pueden mezclar mujeres y varones, por lo menos al momento del baile, porque
el baile es considerado un acto de seducción, una distracción que debe ser
evitada al máximo.
Entonces, la
organizadora de eventos, en estas ocasiones dividía su salón a la mitad, con
una hilera de espejos, para cumplir con los pedidos de quienes habían pagado la
fiesta. Una vez, un grupo de adolescentes se empeñó en intentar romper uno de
los vidrios. Ya saben, la rebeldía de la adolescencia. Y casi lo lograron,
porque por más de que la mujer les dijera que no lo hicieran, los pequeños
rebeldes no obedecían.
Circunstancias
extraordinarias demandan medidas extraordinarias. ¿Qué hizo la mujer? Empezó a
bailar frente a su reducido público adolescente. El poder del baile logró lo
que las palabras no pudieron. Los niños salieron corriendo espantados. Hablame
de adaptabilidad.
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