Las chicken wings del Nationals Park
'Let me root, root, root for the home team. If they don't win it's a shame. Aahh. For it's one, two, three strikes you're out. At the old ball game'. Un temazo. Probablemente una de las canciones que más identifica al baseball en todo EEUU. Todo el mundo la sabe y en los estadios la cantan a los gritos. Son unos minutos tremendos que le agregan condimento a la fiesta, como cuando fuimos el lunes a ver a los Washington Nationals al Nationals Park contra los San Diego Padres.
Por supuesto, mi equipo son los Chicago Cubs, pero viniendo de Argentina no siempre se tiene la oportunidad de ver un partido de MLB y de ser uno más del público. Además, un estadio que no conocía, y unas chicken wings (alitas de pollo) and fries riquísimas. No tendrán la mística de los sandwiches de Banfield, pero seguro tuvieron el espectáculo que los yankees le saben poner a los deportes.
Las entradas las compramos por internet más temprano el mismo día. Un par de entradas a unos 20 dólares cada una. Casi sin querer logramos una ubicación inigualable, en las filas de adelante de la segunda bandeja; lugar al que accedimos por una puerta que decía 'members only'. Esa puerta dividía los típicos pasillos de un estadio cualquiera de unos que se parecían a los de un hotel cinco estrellas. Por ahí fuimos y estuvo genial. Esa parte me hizo acordar al estadio de los Dallas Mavericks, también con sus pasillos alfombrados y decorados como si a unos pocos metros no hubiera un certamen deportivo.
Cuando encontramos nuestros asientos ya iban por el tercer inning. Los Nationals ya iban ganando 5 a 0 y el Nationals Park era una fiesta. Nos habíamos demorado porque dejamos el auto a unas cinco cuadras para no pagar estacionamiento, en pleno barrio lleno de negros afroamericanos que nos miraban como los sapos de otro pozo que éramos. Pero no pasó nada. Fueron solo miradas. Todo en son de paz. Hicimos las cinco cuadras tomando unas birritas para ir entonados a ver el partido, precalentando las gargantas. A mitad de camino nos paró un gringo que nos preguntó si era seguro estacionar por ahí, el flaco tenía más miedo que nosotros.
Enseguida supimos que la cosa se iba a poner buena cuando el primer bateador de los Nationals que nos tocó ver hizo un home run magnífico. Ahí ya explotó todo y se desencadenó el show. En números terminó siendo una paliza 10-2. La experiencia fue aún más increíble. Gritábamos 'lets go Harper' o 'come on, Juan', alentando a jugadores que no habíamos visto antes en la puta vida. Compramos más birra. Comimos las chicken wings. Vimos más home runs, una carrera de expresidentes cabezones, casi nos cayó una foul ball en la cabeza, y hasta me filmaron un primerísimo primer plano agarrando una botella gratis de Coca Cola que estaba repartiendo una rubia que, hay que decirlo, estaba buenísima.
Cerca del 7mo inning nos fuimos un rato para adentro y nos sentamos en un living. Sillones, mesas, que te llevan a pensar que estás en el lobby de un hotel. Es curioso como hay mucha gente que va al estadio y se sienta en esos livings a ver el partido por televisión. Es un absurdo más grande que una casa, pero sucede y parece ser normal. Quizá fue por ser un partido de temporada regular, no lo sé. La cuestión era que para hacerlo más loco, en la pared habían unos trencitos que, con sus vagones, marcaban las balls, los strikes y los outs, y otros trencitos se asomaban en cada base de acuerdo a las bases ocupadas en el partido. Eso te da la pauta de la cantidad de detalles y boludeces que forman parte del show norteamericano y que a nuestros cerebros argentos jamás se nos hubieran ocurrido.
Y ganaron los Nats. Fue la coronación perfecta de mi día turístico más activo en Washington DC. Más temprano habíamos ido a recorrer los monumentos nacionales, vimos a un montón de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, y en un día soleado hermoso. Qué más puedo pedir. La única pálida: el mozo de TGI Fridays que no tenía ganas de laburar y se ganó una justa propina de un dolar. Por gil.
Ahora me espera San Antonio. Don't mess with Texas.
Por supuesto, mi equipo son los Chicago Cubs, pero viniendo de Argentina no siempre se tiene la oportunidad de ver un partido de MLB y de ser uno más del público. Además, un estadio que no conocía, y unas chicken wings (alitas de pollo) and fries riquísimas. No tendrán la mística de los sandwiches de Banfield, pero seguro tuvieron el espectáculo que los yankees le saben poner a los deportes.
Las entradas las compramos por internet más temprano el mismo día. Un par de entradas a unos 20 dólares cada una. Casi sin querer logramos una ubicación inigualable, en las filas de adelante de la segunda bandeja; lugar al que accedimos por una puerta que decía 'members only'. Esa puerta dividía los típicos pasillos de un estadio cualquiera de unos que se parecían a los de un hotel cinco estrellas. Por ahí fuimos y estuvo genial. Esa parte me hizo acordar al estadio de los Dallas Mavericks, también con sus pasillos alfombrados y decorados como si a unos pocos metros no hubiera un certamen deportivo.
Cuando encontramos nuestros asientos ya iban por el tercer inning. Los Nationals ya iban ganando 5 a 0 y el Nationals Park era una fiesta. Nos habíamos demorado porque dejamos el auto a unas cinco cuadras para no pagar estacionamiento, en pleno barrio lleno de negros afroamericanos que nos miraban como los sapos de otro pozo que éramos. Pero no pasó nada. Fueron solo miradas. Todo en son de paz. Hicimos las cinco cuadras tomando unas birritas para ir entonados a ver el partido, precalentando las gargantas. A mitad de camino nos paró un gringo que nos preguntó si era seguro estacionar por ahí, el flaco tenía más miedo que nosotros.
Enseguida supimos que la cosa se iba a poner buena cuando el primer bateador de los Nationals que nos tocó ver hizo un home run magnífico. Ahí ya explotó todo y se desencadenó el show. En números terminó siendo una paliza 10-2. La experiencia fue aún más increíble. Gritábamos 'lets go Harper' o 'come on, Juan', alentando a jugadores que no habíamos visto antes en la puta vida. Compramos más birra. Comimos las chicken wings. Vimos más home runs, una carrera de expresidentes cabezones, casi nos cayó una foul ball en la cabeza, y hasta me filmaron un primerísimo primer plano agarrando una botella gratis de Coca Cola que estaba repartiendo una rubia que, hay que decirlo, estaba buenísima.
Cerca del 7mo inning nos fuimos un rato para adentro y nos sentamos en un living. Sillones, mesas, que te llevan a pensar que estás en el lobby de un hotel. Es curioso como hay mucha gente que va al estadio y se sienta en esos livings a ver el partido por televisión. Es un absurdo más grande que una casa, pero sucede y parece ser normal. Quizá fue por ser un partido de temporada regular, no lo sé. La cuestión era que para hacerlo más loco, en la pared habían unos trencitos que, con sus vagones, marcaban las balls, los strikes y los outs, y otros trencitos se asomaban en cada base de acuerdo a las bases ocupadas en el partido. Eso te da la pauta de la cantidad de detalles y boludeces que forman parte del show norteamericano y que a nuestros cerebros argentos jamás se nos hubieran ocurrido.
Y ganaron los Nats. Fue la coronación perfecta de mi día turístico más activo en Washington DC. Más temprano habíamos ido a recorrer los monumentos nacionales, vimos a un montón de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, y en un día soleado hermoso. Qué más puedo pedir. La única pálida: el mozo de TGI Fridays que no tenía ganas de laburar y se ganó una justa propina de un dolar. Por gil.
Ahora me espera San Antonio. Don't mess with Texas.
Comentarios
Publicar un comentario