La Casa, con C mayúscula
Esta crónica
la escribí hace un par de días y nunca llegué a subirla al blog. Hoy, mi última
noche en el condado de Fairfax, es tiempo de dejar escrita la despedida a la
enorme casa en la que me recibió gratamente mi amigo Fernandou y familia.
Cuando la escribí, llovía; y hoy está lloviendo otra vez. Es como si el agua me
hubiese dado la bienvenida y la despedida, una especie de bautismo de apertura
y clausura de mi estadía en el Fairfax county.
Quién lo
hubiera dicho. Cuando salgo de viaje a visitar a familiares, amistades,
conocidos, con que me den un sofá para tirarme ya es suficiente. Acá en
Virginia, en cambio, llegué a una mansión sublime. La casa que sopapea a todas
las casas.
Los que
me conocen, saben que soy la persona menos orientada del mundo mundial. Por lo
general, soy ese que se vive perdiendo en las ciudades. Sin embargo, acá ya me
pierdo dentro de la casa. Y cómo no hacerlo. Sótano, planta baja, primer piso,
deck, jardín, un garaje como el de los Simpsons, y el todo es más grande que la
suma de las partes, porque vas abriendo puertas y no paran de sucederse las
habitaciones. Con alfombra, con piso de madera, tres comedores distintos,
livings, televisores, todo en plural. La perra Lucy persiguiéndote cada día con
el entusiasmo del primero. Y en la entrada flamean las banderas de EEUU y
Argentina.
Varios
son los que han pasado por esta casa y seguramente varios son los que todavía vendrán.
Me gustaría ver la cara de todos esos al ver que hay una barra en el sótano (sobre
la que tomamos birra, fernet y otros cuentos, escuchando Damas Gratis, Pibes
Chorros y otras hierbas). Y probablemente una de las únicas parrillas argentinas
en todo el condado. Sí, en el condado de Fairfax.
‘En
Virginia está lloviendo’, dice el relator de la final de la FA Cup en la tele
mientras escribo estas líneas. Y es que puedo escribir los versos más empapados
este mediodía, porque sigue lloviendo y parece que la lluvia es proporcional a
los días que voy a andar por aquí (cosa que no terminó siendo enteramente así
porque tuve dos maravillosos dos días de sol). Mientras tanto, penal para el
Chelsea, visto desde un televisor curvo enorme que ocupa la mitad de una pared.
Gol de Hazard. A la vez, Lucy, caminando de acá para allá, sentándose, parándose,
sin paz, pensando quién sabe qué.
Y no es
el primer can que, como yo, cae sin planearlo en una casa de esta magnitud. Por
acá pasó también Harry Truman. No quien fuera el expresidente de los EEUU, sino
el perro de LuAnn Bennett, que fue candidata a legisladora por el distrito de
Virginia hace dos años.
Es la
Casa, con C mayúscula. La Casa en la que los sillones se reclinan como por arte
de magia, la Casa desde donde conocí el condado de Fairfax, que tiene una barra
en el sótano, la de los mil almohadones, y que parece que nunca se termina.
Como la ‘Historia Sin Fin’, de Michael Ende.
Sin
dudas, vale la pena llegar a ser brigadier de la Fuerza Aérea Argentina para en
algún momento vivir una parte de tu vida en un lugar así, como ya lo hicieron
antes otras 34 personas (más acompañantes) en esta Casa.
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