Cantando bajo la lluvia de Fairfax
La lluvia
me persigue. Como un perro a una pelota de tenis. Así, de una manera casi
instintiva y bestial, como si el mundo se acabara mañana. Pero van pasando los días
y la lluvia me persigue. De Baires a Virginia. De Pilar al verde, frondoso y
boscoso condado de Fairfax. Sin interrupción, pasado por agua siempre. Y no es
que me disguste demasiado, pero sí cambia los planes.
El vuelo
a Estados Unidos estuvo bien. Como es de esperar, son incómodos. El tiempo de sueño
es reducido, especial para ver películas. Esta vuelta vi Rescatando al Soldado
Ryan, una película que hace mucho que quería volver a ver pero que no está en
Netflix y la Play no me lee el DVD. La terminé encontrando casi de casualidad
en el avión, viendo como una vieja manoseaba toda la pantalla y aún así no le
pegaba a ningún botón. Por ahí vi pasar la cara de Tom Hanks y Matt Damon. Es
la tecnología que avanza más rápido que la vida. Tremenda película. Ahora
descubro que además que esos dos grandes de Hollywood también aparecen (más jóvenes,
por supuesto) Vin Diesel y Bryan Cranston. Excelente.
La
segunda película fue 21 Jump Street, porque necesitaba asegurarme unas risas. A
todo esto, como la ley del ex en el fútbol, la ley del bebé en el avión tampoco
falla. Jacinto (sí, pobre*). Unos dos años como mucho, rubio, pantalón azul,
campera roja, y una capacidad para escaparse de los padres nivel Michael Scofield
en Prison Break. O Clint Eastwood en La Fuga de Alcatraz.
El
aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, donde hice escala, debe de haber sido el
lugar más cerca del que estuve de Nueva York en mi vida. Un aeropuerto más que
se suma a mi lista de visitados. Y por suerte los de la aduana y migraciones me
dejaron pasar sin ningún problema. El afroamericano de migraciones era
macanudo, aunque uno va por esas etapas con el sentido arácnido bien alerta,
por las dudas. Porque te tenés que sacar hasta el cinto y los
zapatos. Lo que yo no quería que me sacasen eran los paquetes de alfajores
Terrabusi. O la camiseta de Banfield que traje para regalar. Porque la de Boca
(que también traje para regalar a un amigo de San Diego que poca idea tiene de
lo que es el fútbol argentino) es mundialmente conocida; la de Banfield es casi
como un OVNI por estos lares. Pero pasó y llegó al condado de Fairfax, para mi
amigo de los sándwiches de Banfield.
Y la
lluvia. La única receta hasta ahora que sirve para que pare de llover es sacar
el paraguas. Es increíble, pero cierto. Sin paraguas, llueve. Con paraguas, no.
Eso lo descubrimos con Fernandou (el hincha de Banfield) cuando lo acompañé a
pasear los perros del hacendado condado de Fairfax, donde los yankees viven en
suculentas mansiones en medio del bosque. En casas que tienen varios pisos, sótanos
que son enormes, jardines inmensos, son una locura. Bah, como todo en Estados
Unidos, ‘go big or go home’… y hasta las ‘homes’ son supremas por acá. Después
ves a las madres esperando a que llegue el bus amarillo de la escuela, como si
fueran amas de casa desesperadas. Y mientras tanto, los perros (Buster y Bogie,
o ‘double trouble’, como los conocen en el barrio) meando casi todos los tachos
de basura que osaban cruzarse en su camino.
En el
medio de todo eso, me tocó hacer la entrevista de Fulbright. Porque estoy en
pleno proceso de selección para una beca master y la tuve que hacer por Skype
en Virginia, EEUU. De no creer. Así que ya sabrán que en estos primeros días en
Fairfax estuve, además de cansado del vuelo y ansioso por el viaje, muy nervioso.
Pero ya está, ya la hice y ahora me encomiendo a los dioses cristianos, nórdicos
y egipcios para que me den esa bendita beca. Ya de un inicial de 200
aplicantes, quedé en los 34 preseleccionados. Y la selección final es de 15. ¿Se
sentirán así los que pueden ser elegidos por Sampaoli para ir al mundial de
Rusia?
Un último
detalle curioso sobre eso es que si hubiera estado en Buenos Aires tendría que
haber ido a hacer la entrevista a un lugar ubicado sobre la calle Viamonte, en
Capital. Y en el libro que estoy leyendo (Opendoor, de Iosi Havilio) la
protagonista tiene que ir a la Morgue Judicial que justo queda en esa misma
calle. Coincidencias locas. Como la remera de Banfield, que fue una de las últimas
que había en el local y que tenía el número 8, el número que justo usa
Fernandou. Hablame de casualidades o causalidades.
Y así
estamos. Por ahora. Aca en la ‘land of the free, home of the brave’. Escribiendo esto en la previa de
ver un partido de fútbol amateur (que los rivales finalmente no se presentaron
y terminó siendo un amistoso bajo la lluvia) que promete mezcla entre
argentinos, chilenos, gringos, y quién sabe qué más.
*Jacinto.
Una vez en la universidad dije en voz alta que el nombre Eliseo no me gustaba. ‘Qué
padre puede poder elegir ponerle ese nombre a su hijo’. Y atrás mío, un compañero
de clase: ‘Mi hermanito se llama Eliseo’. Chau.
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