Y dale con la trompetita


Estos últimos días estuve desaparecido, Missing In Action, de todo lo que tiene que ver con este blog y, por eso, les pido perdón. Y es que, además de pertenecer a una excelsa sub-especie que es bien fiaca por naturaleza, sigo adaptándome a esto de escribir varios guiones para un canal de YouTube. Entonces, hasta que no le encuentre el ritmo definitivo a eso, mantener el mismo ritmo bloguero de antes va a estar difícil. Y mucho más, teniendo en cuenta un giro argumental inmobiliario inesperado: resulta que vivo al lado de una escuela de música.

 

Tengo que decirlo. Creo que durante la (¿primera?) cuarentena me desempeñé bien, desplegando una constancia con ‘Mi Madrid Diario del Coronavirus’ nunca vista. De hecho, había tratado de hacer algo parecido cuando estuve viviendo en Chicago y creo que metí tres publicaciones nomás… en seis meses. Pero claro, evidentemente pasaron varios meses de tranquilidad en esta casa y, una vez finalizado el confinamiento, empezamos a escuchar estruendos que turbaron nuestro ambiente sonoro.

 

Los lunes, clases de canto; los martes, clases de trompeta; los miércoles, de percusión, bombos, bongós, batería, batucada; los jueves, canto lírico; los viernes, de saxofón. Y así. Y encima ahora, como es de día hasta como a las nueve y pico de la noche, las clases son hasta las nueve y pico de la noche. Deu meu! Para colmo, mi ventana que da a una medianera, da justo a la medianera que nos separa de la escuela de música. Así que, imagínense, fantástico. Es por eso que, muy sabiamente, uno de mis compañeros de casa gritó hace poco: “¡Y dale con la trompetita!”.

 

Puedo estar exagerando una milésima. Pero piensen una escena en la que se sientan en el pasto del patio delantero de la pensión, en la sombrita, con intención de leer un buen libro, unas dos horas antes de que se activen los aspersores a las 19.55hs, y de repente, los improbablemente futuros Ringo Starr y Roger Taylor empiezan a darle a la batería. Lo mismo cuando intentás ponerte a laburar escribiendo guiones o, mejor, dormir una siesta.

 

En fin, es la armonía de la vida que me toca en Madrid. Un día escribiendo un poema sobre el sonido del silencio y otro día quejándome de estruendosas clases de música. Pero vamos, mirándole el vaso medio lleno a la situación, el alumno de saxo, por suerte, sabe; y, en general, prefiero mucho más esto a los insoportables vecinos que tenía en Buenos Aires. Además, son este tipo de cosas las que nos unen más como compañeros de casa, tener un enemigo común (?). Por otra parte, mirándole el vaso medio nostálgico al asunto, todo esto me hace extrañar mis clases de guitarra con don Juan Gabriel Montanari.

 

Eso es todo. El anterior divague era simplemente para ver si puedo retomarle un poco el ritmo a este querido reducto bloguero/literario. Y es en ese mismo espíritu random que les comparto algunas cosillas que leí y escuché en este último tiempo que me gustaron mucho. Por un lado, el nuevo y largamente esperado blog de mi camarada Serenito: https://adondeyque.com/. Y por otro, un gran podcast (orquestado por Teo Rodríguez) de solo cuatro episodios para los que nos copa el mundo de las ficciones sonoras: https://open.spotify.com/show/3GWDSdYdtY9Z04s7ADt3lc. Ah, y esta publicación sobre qué pasa con los amigos cuando te mudás de país que me llegó al cora: https://medium.com/@florcolacito/359-d%C3%ADas-en-nueva-york-la-amistad-348f33f6d8b6.


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