Un pilarense suelto in the US (VI): Todo tiene un final, todo termina
Con la mascota de los Chicago Cubs. Foto: Matías Mestas |
Después de horas y horas de deliberar con mi círculo de consejeros, he decidido revivir mi blog. O por lo menos intentarlo (de nuevo). Porque lo que me mata es ser constante. Pero no importa, aquí estamos.
Se preguntarán por qué el título sobre un final si este es un nuevo gran comienzo gran. Pues porque (ya ven que he decidido incorporar el "pues" a mi vocabulario, ojo) tenía que terminar el ciclo de crónicas sobre mi sueño de vivir y estudiar en Estados Unidos. No podía revivir el blog sin terminar ese ciclo de crónicas asesinado por mi falta de constancia. Es por ello que les traigo este texto que fue escrito para ser publicado por el Depto. de Intercambio de la USAL (mi querida universidad), a través del cual hice el viaje. Por eso, también, las loas.
No sé si lo publicaron ya, si no lo publicaron, será entonces la primicia. Pero tenía que revivir mi blog. Y que viva la patria.
Comienza el relato.
La ciudad de los vientos, así es como le dicen
a Chicago. Por el viento y porque los -20 grados bajo cero en invierno te hacen
tiritar aún más esos vientos. Y es que en el día más frío del año sacarte el
guante estando afuera para mandar un mensajito era un camino de ida. Pero no es
tan malo, yo estuve ahí, en North Park University (NPU). Todo gracias a la USAL
y a la honorable Dirección de Cooperación e Intercambio Internacional.
Desde el puente, en NPU. Al fondo, Anderson Hall. Foto: Matías Mestas |
Así es, estuve viviendo y estudiando durante el
primer semestre de este 2015 en una universidad estadounidense. Para alguien
como yo fue el sueño del pibe. Teniendo las expectativas tan altas, igual se
quedaron cortas contra lo que verdaderamente fue. Una experiencia increíble.
Que no es un todo sino la suma de las partes: la universidad, el campus,
Chicago, viajar, y las personas que conocí.
North Park como universidad es excelente. Por
lo menos en el área de las humanidades y las ciencias sociales, que es en donde
más o menos encajan las cuatro materias que cursé. A saber: Creative
Writing, Multimedia Journalism, International Politics y Gospel Choir. Aprendí
montones de cosas nuevas, de mí, de mis compañeros, de los profesores. Le tomé
el gusto a la poesía (que siempre leo novelas nomás), perfeccioné mi edición de
videos periodísticos, descubrí perspectivas distintas para analizar eventos de
trascendencia mundial y viví lo que es cantar en un coro gospel estadounidense.
Y todo en inglés. Además trabajé part-time
dentro del campus haciendo limpieza y mantenimiento. Mis jefes eran
mexicanos, por ende, aceité el desprestigiado, mas no menos popular arte denominado espanglish.
Inserto en un sistema de
educación diferente, en el que hay evaluaciones casi semanales (o semanales,
depende la materia) y que sin buscarlo, llegás afilado al parcial. Algo que
cuando te lo dicen antes pensás cosas tan alocadas como que el organismo no te
da para evaluaciones semanales. Sin embargo, después, cuando te dan las notas
finales, sonrisa de oreja a oreja y gracias North Park por los servicios
prestados.
Lincoln Park Zoo. Sí, epígrafe redundante. Foto: Matías Mestas |
El campus una joya. Tanto durante
el invierno, frío, resbaladizo, con la nieve a veces hasta las rodillas y el
río que lo atraviesa congelado; como en primavera, verde, floreado, con todo el
mundo afuera y el río corriendo libremente. Gansos, conejos y ardillas
pululando por doquier. A eso, súmenle un gimnasio enorme con pista de
atletismo, canchas de fútbol y básquet (todo adentro de un edificio); y una
biblioteca en la que daba gusto estar. Tanto por la diversa oferta bibliográfica
como por los grandes televisores y computadoras Apple último modelo del
subsuelo.
Vivir la dormlife, con sus pros y sus contras es algo único que creo todo
estudiante debe experimentar. Mi compañero de cuarto (de la 205) era un
coreano. ¿Alguna vez pensé que iba a pasar un semestre de mi vida viendo todos
los días a alguien del otro extremo del mundo? No. Dos culturas diferentes en
un cuarto con forma de porción de torta (porque, Anderson Hall, el edificio
donde viví, es circular).
Saliendo del campus, la ciudad de
Chicago tiene tantas cosas para hacer que sencillamente no te alcanza el
tiempo. La ciudad del mafioso Al Capone, la de uno de los edificios más altos
del mundo. Esa ciudad que tiene en un museo y abierto al público a uno de los
pocos submarinos nazis que no fueron hundidos en la Segunda Guerra. Esa ciudad
de los Bulls, de los Cubs, de los Blackhawks. Y de tantos bares no tan
mundialmente reconocidos pero que sin duda te amenizan las noches de fin de
semana. De yapa, el transporte público funciona como los engranajes de un reloj
y las normas de tránsito se respetan.
Una de las tantas nevadas. Foto: Matías Mestas |
Estando allí, también tuve la
oportunidad de expandir mis horizontes y visitar familiares. Pasé mi spring break en Washington DC, mi Easter break en St. Louis y me relajé, tras
un arduo semestre de estudio, en Miami y los cayos de la Florida. La
experiencia norteamericana al cien por ciento. La Casa Blanca, la tumba de
Kennedy, el Arco Gateway de St. Louis (el monumento más alto de los Estados
Unidos), Key West, Islamorada. Y entremedio de eso, viajes en el famoso tren
Amtrak y en el colectivo Greyhound (ese gris que se suele ver en las películas
de Hollywood).
Y para cerrar, mención especial a
las personas que conocí. Gente de Corea del Sur, Italia, Suecia, Finlandia,
Noruega, Dinamarca, Francia, Alemania, Ecuador, Colombia, Escocia, China y
otros que seguro se me pasan. La mesa de los internationals siempre presente en
la cafeteria. Obvio también conocí estadounidenses, no obstante y aunque
parezca mentira fueron los menos con los que entablé amistad. Y mención más que
especial para mis dos compañeras argentinas y usaleras, que me simplificaron la
vida a fuerza de mates, guitarreadas y charlas, y que ya son mis hermanas de
intercambio.
En fin, una experiencia
inolvidable que me sirvió de mucho en todos los aspectos de la vida. Es más,
seguro me voy a dar cuenta que me sirvió de mucho más con el pasar de los años.
Y personalmente me sirvió para coronar mi carrera universitaria, aunque todavía
me falte dar la tesis (que, vale decir, está en proceso).
No queda nada más que decir,
salvo las gracias implícitas, pero que siempre hace bien decirlas, a mi
familia, a la Dirección de Intercambio, y a la USAL por permitirme vivir esta
experiencia.
Saludos a todos,
Matías
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