Los jóvenes de hoy no tienen personalidad



Me he dado cuenta de que irme a cortar el pelo suele ser un reducto de historias bastante interesante. Así lo prueban ‘Del pelo y los Rolling’ o ‘Fiesta judía en la peluquería’, dos crónicas que escribí en años anteriores. Y ahora, quizás la última vez que haya ido a mi peluquería favorita de Pilar, vuelvo con uno de esos relatos que surgen de la más radical espontaneidad y que resultan siendo ideales para un blog como este. Todo empezó con dos cordobeses, padre e hijo, a los que apenas se les entendía cuando hablaban y que, cuando aceleraban un poco la cadencia de sus palabras, parecían pasarse al farsi.


“No se les entiende nada a los cordobeses”, me dijo la peluquera, una vieja que probablemente sea, en su oficio, la mejor del condado. Pero eso fue recién cuando se fueron. Unos veinte minutos antes, que se empezó a cortar el hijo, es el momento exacto en el que debe comenzar esta historia. A la pregunta de qué tipo de corte quería, el pibe afirmó: “Quiero un degradé”. Un degradé. A lo que hemos llegado como sociedad para que un joven de unos 18 o 19 años vaya a una peluquería a pedir “un degradé”. ¿Adónde quedó ese ‘bien corto, con tijera’ o ‘pasame la maquinita’? Son cosas que escapan a mi entendimiento. Menos mal que estaba la palabra autorizada ahí de la coiffeur.

El degradé (que, en realidad, la denominación correcta es ‘sombreado’) es un tipo de corte en el que la cantidad de pelo va decreciendo desde la parte superior de la cabeza para abajo. Distinto del ‘con tijera arriba y rapado a los costados’, que es más militar, sobre todo por el hecho de que no se tiene que notar ningún desnivel. Tiene que ser todo lo más continuo y fluido posible. Un corte que últimamente, según la peluquera, está siendo regurgitado a la popularidad por los futbolistas de primera división.

“Los jóvenes de hoy no tienen personalidad, todos se cortan el pelo igual, todos quieren ser jugadores de fútbol”, me dijo. “Para nosotros es mejor igual, porque los futbolistas siempre nos dan más trabajo; lo otro que también vienen a pedir mucho es el blanco platinado, y yo les pregunto si están seguros porque no saben lo mal que les puede hacer”.

El ‘Kun’ Agüero y Paulo Dybala son algunos que se me vienen a la mente, en cuanto a ejemplos recientes de platinado de cabello. E imposible dejarlo afuera a don Israel Damonte, el jugador que no mira en las fotos. De acuerdo a la peluquera, para sacarle el color a los pelos más oscuros se necesita decolorar dos o tres veces, por lo menos. Algo que genera un ardor brutal en la cabeza. Imaginen que algo así no puede ser beneficioso para la salud capilar.

“Pero siempre fue así, eh”, continuó la vieja. “En un momento era el pelo largo, los jugadores se dejaban el pelo largo y entonces venían todos pidiendo que les haga el tipo de corte de tal y tal; y otro así que marcó una época fue el flequillo de Palermo”.

El flequillo de Palermo. Uno de los recuerdos que tengo de mi abuelo es que cuando fuimos a ver un partido de verano, de Boca, en Mar del Plata, me compró el flequillo rubio de Palermo. Eran unos pelos sintéticos que venían con un elástico para atárselo uno en la cabeza y quedar igual que el ‘optimista del gol’. Evidentemente, hay mucha gente que, por aquellos años, fue un paso más allá.

“¿Y qué dicen los padres cuando vienen los pibes a pedirse cortes raros así?”, le pregunté a mi interlocutora. A lo que me respondió: “No te creas, eh, a veces los padres son peores que los hijos; hace algunos años laburaba al lado de un local de piercings y la madre estaba llevando a la hija a hacerse uno y la piba no quería… con los cortes de pelo me ha pasado lo mismo”.

Así que, en fin, no siempre es todo culpa de las generaciones más jóvenes. Aunque podríamos decir que mientras siga habiendo fútbol, va a seguir habiendo negocio.

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