Mi primera semana en Madrid


Hace una semana que estoy en España, en una nueva aventura, y ya estoy aprendiendo un montón. Cruzar el charco solo con pasaje de ida, no voy a mentirles, da un poco de miedo. Sobre todo, porque es adentrarme en lo desconocido. Es la primera vez que voy a una ciudad en la que no conozco a nadie, que tengo que alquilar y vivir con desconocidos, y lo peor de todo, tener que poner a prueba mis casi nulos conocimientos en la cocina (que, claramente, dista mucho de ser mi hábitat). ¿Cómo me está yendo? Hasta ahora, bien. Aún no sé con seguridad qué será de mí en las próximas semanas, salvo que tengo una maestría por delante. Y con eso, vamos.


Si todo sale bien, los primeros días de la semana que viene van a ser clave para empezar a asentarme como es debido por estos lares. Ahora, en este fin de semana, estoy en un impasse. Porque esta semana que pasó fue hacer puro trámite, recorrer potenciales pisos compartidos para alquilar, algo de turismo, y mi constante (y, sospecho, eterna) batalla culinaria. La semana que viene, no obstante, puede comenzar con soluciones.

Pasando a cosas más amenas y entretenidas, podemos hablar de la hermosa calesita lingüística que vengo viviendo. Porque, saben, después de haber vivido un semestre en Estados Unidos, quizás piensen que es mejor mi situación actual porque es un país en el que se habla el mismo idioma. Qué sé yo. En EEUU uno se podía hacer el boludo cuando no entendía alguna palabra alegando justamente la diferencia idiomática. ¿Pero acá…? Ajá. El colapso de las neuronas cuando te dicen algo en español, en una conversación cotidiana, y vos te quedás ahí, sonriendo y saludando como los pingüinitos de Madagascar.  Porque ya estaba enterado de que en España cogen todo con la mano, o los medios de transporte, no se agarran ni se toman. Pero qué carajo es un ‘estanco’. O un ‘fotomatón’. Parece algo sacado del doblaje de una película. Que, a propósito, a veces me siento así, como si fuera parte del reparto de una película doblada al español. Supongo que ya se me va a pasar esa sensación en algún momento.

El ‘che vos’ es ‘oye tú’. Un ‘departamento’ es un ‘piso’. Sí, ya sé, ya parezco la canción ‘Follón Kilombo’ de don Rafa Pons. Pero es que es así, el shock de idioma existe, aun cuando las dos partes hablamos español. La cuestión es: ¿Hasta dónde ceder para ser mejor entendido? ¿Y hasta qué punto bancar el vocabulario porteño argento en honor a la madre patria? Lo sabremos en el próximo episodio.

Y, por último, quería dejar asentado lo que fue mi búsqueda de yerba mate por el centro de Pozuelo de Alarcón (que es ahí donde me estoy quedando), una pequeña ciudad que está a unos 15 minutos en tren al oeste de Madrid. Me habían dicho por acá que en cualquier Carrefour se consigue yerba. Por eso, no tuve mejor idea que ir a uno que está cerca de la estación de tren y preguntarle a una señora que trabaja ahí. Enseguida se le desfiguró el rostro y exclamó: ‘¡Discuuuuulpa!’. Así, indignada y añadiéndole ues. Tuve que aclararle que buscaba yerba mate. Aparentemente, a la marihuana le dicen ‘hierba’. Qué más quiere la señora que ver entrar a un argentino buscando faso. Se ve que nunca fue a California. Al final, terminé comprándome yerba paraguaya en un chino. Sí, un argentino comprándose yerba paraguaya en un chino en España; la mejor definición práctica de comercio internacional.

Otro ejemplo de eso son mis compañeros de piso esta semana. El dueño, español, que además tiene un loro (en realidad es una cacatúa ninfa) que se me para en el hombro y picotea mi cadenita. Y el otro inquilino, un estadounidense de Washington DC. Quién lo diría, primera semana en España y ya anduve hablando bastante en inglés.

La semana que viene, supongo, vendré con personajes nuevos. 

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