Y me quedé con 'Grandes esperanzas' nomás
No está de más decir que encaré la lectura de este libro con grandes esperanzas. O, más acertado, con grandes expectativas. Y, como suele suceder, no es la mejor manera para acercarte a ninguna obra literaria. Por obvias razones, el nombre de Charles Dickens ya marca cierto status y, más aún, porque ‘Grandes esperanzas’ es la novela que se menciona en uno de mis relatos favoritos, ‘Mesa para dos’ de Lori Peikoff, un relato que ya hemos compartido en este blog. No obstante, si bien en la novela se puede apreciar claramente el talento de Dickens con la pluma, la historia terminó por cautivarme muy poco. O, quizás, muy poco en relación a lo que esperaba.
Una vida trágica la del pobre Pip. ‘Grandes
esperanzas’ se ocupa de narrar justamente eso, la infancia, adolescencia y
madurez de Phillip Pirrip, alias Pip, un huérfano aprendiz de herrero que vive
en un pequeño pueblo a las afueras de Londres junto a su hermana mayor y su
cuñado. Los caminos de la vida lo llevan, en medio de una dura realidad, a
conocer a una señora de alta alcurnia, que básicamente contrata al joven para
entretenerse. Tiempo después, y un aspecto fundamental en la novela, Pip se
entera de que es el destinatario de un misterioso benefactor filantrópico, cuyo
deseo es que Pip deje su pueblo y vaya a Londres a realizar todo lo necesario
para convertirse en un noble caballero.
Dicho esto, y exponiéndome posiblemente al
escarnio popular, ‘Grandes esperanzas’ me dejó con poco más que eso, grandes
esperanzas. Y con una sensación de que nunca, para mí, terminás de conectarte
con el libro. Un ejemplo claro de ello me sucedió al principio de la novela. A
mí me gustan que los comienzos sean potentes, cautivantes. No obstante, en este
caso, la primera exposición del personaje principal se me hizo larguísima,
tediosa, y recién pude sentir una verdadera conexión más hacia el final de la
primera parte, cuando aparece la figura del misterioso benefactor. Y luego,
cuando parece que todo va, por fin, a encarrilarse y a agarrar ritmo, de nuevo
se pierde el momentum. Al menos, esa fue la sensación constante que me dejó el
libro.
Creo que lo que me lleva a decir esto, sin
haber leído mucho de Dickens (más allá de ‘Canción de Navidad’ que sí me gustó
bastante) es que, en ‘Grandes esperanzas’, no pareciera haber un hilo conductor
concreto más que la vida de Pip y sus amores, desamores, desgracias, y
aciertos. Entonces se hace un tema muy amplio y que, más que nada en el medio
de la novela, se hace difuso, denso y algo difícil de seguir. Pienso que eso,
esa falta de delimitación argumental, le quita brillo y empuje. En terreno de
comparaciones, me hizo acordar a aquellas novelas de Julio Verne, en las que se
nota demasiado que las escribió por encargo y que tenía que llenar páginas. Me
dio esa impresión.
Sin embargo, no todo es negativo. Ciertamente,
se nota la buena mano de Dickens en cuanto a las descripciones tanto de
personajes como de lugares, y se puede resaltar el entramado de circunstancias
que tejió alrededor de la vida del pobre Pip. Así como también la capacidad del
autor para consignar frases memorables y conmovedoras, que hasta podría decirse
que son obras de arte en sí mismas. Esos aspectos fueron los que, en mi
opinión, mantienen a flote una historia que, de otra manera, se torna larga,
densa, y que, por momentos, hasta parece perderse en los detalles.
En conclusión, un buen clásico, pero hasta ahí
nomás. Calculo que no es de lo mejor de Dickens, o eso espero, o quizás no lo
agarré en el momento más indicado de mi vida. ¡Quién sabe! Lo que sí me dejó
pensando es que, por eso, por entrar a la historia con grandes expectativas, es
que me dan mucho ‘miedo’ emprender la lectura de los clásicos y siempre he
tratado de escaparles. Por suerte, hay otros varios ejemplos en los que sí he
comprobado que son clásicos por algo. En pocas palabras, no recomendaría
empezar a leer a Dickens por este libro.
Por supuesto, si tenés una opinión diferente
con respecto a este clásico de Dickens, tu comentario siempre es bienvenido.
Una frase: “Dios sabe que nunca hemos de
avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el cegador
polvo de la tierra que recubre nuestros corazones endurecidos”.
Una calificación: 3 estrellas.
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