Suck my halloweenies
No vale la
pena intentar traducir la obscenidad de la frase porque pierde la gracia. Como
todo en esta vida, siempre es mejor la versión original. Por eso no me agradan
las películas dobladas. Y, aunque esto claramente tiene que ver con Halloween y
esa fiesta pagana ya pasó hace algunos días, lo que sí vale la pena es la
historia que la envuelve. Por otro lado, sé que en algunos años no me
perdonaría el haber dejado pasar la posibilidad de bloguear esto para la
posteridad.
Fue uno de
mis primeros fines de semana en Madrid. La primera vez que salía a enfrentarme
a las luces de la incertidumbre madrileña, a sus bebidas, aromas y sabores.
Curiosamente, acompañado de la primera persona que conocí en la capital
española: un estadounidense de Washington DC. Un trasvase inesperado de
capitales de países del primer mundo que, aunque sea por un pequeño rato, me
dejó algo confundido. ¿Porque cómo puede ser que con mi primer compañero de
piso en Madrid estemos hablando en inglés de los Washington Nationals (flamantes campeones de la MLB), de la NBA, y de por qué todo es más grande en
Texas? Se ve que mi simpatía por yankilandia me persigue.
Nuestra
intención había sido, en un principio, ir a un restaurante de comida mexicana
para sentir el picante. Sin embargo, no pudo ser. Al llegar al lugar resultó
ser que había que reservar mesa con anticipación y no, nosotros no estamos para
esas movidas. En la era de la inmediatez, qué es eso de tener que esperar. En
consecuencia, decidimos encomendarnos al santo patrono de la noche madrileña y
qué bien que nos hizo. Porque, después de un confuso episodio terminamos en un
barcito que era mitad bar, mitad librería, y el idioma principal, el inglés.
Una esquina de lo más inusual, que en la planta baja cumple con todos los
requisitos para ser un bar/café y en el subsuelo, escaleras de por medio, es
una librería. La magia está (además de entre portada y portada) en que las
copas y los vasos no se limitan a su sector. Y, por supuesto, a esa hora de la
noche, reinaba el alcohol.
Ustedes se preguntarán
qué tiene de divertido eso. Libros y gente alcoholizada hablando en inglés.
Bueno, había algunos ingredientes especiales más. Uno, que habían adelantado el
festejo de Halloween pero solo dos personas se habían dado por enteradas: uno
de los dueños, disfrazado de ‘Buscando a Wally’ (con quien estoy en la foto); y
un francés, cuyo disfraz daba a pensar en un guitarrista de alguna banda de
punk rock de poca monta. Cañas gratis toda la noche era el premio por ir
disfrazado. ¡De haberlo sabido antes!
El otro
ingrediente, un juego de preguntas y respuestas con infinidad de premios.
Obviamente, por esto de haber adelantado Halloween, la temática esa noche fue
relacionada al terror. Las únicas dos respuestas en las que pude ayudar a mi
grupo fueron dentro del tópico de la literatura. Una era decir quién es el
autor del libro “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de quien he hablado hasta el hartazgo en uno de los episodios de mi querido podcast ‘De Fútbol y libros’; la otra, el
autor de ‘La milla verde’. Robert Louis Stevenson y el maestro don Stephen
King. Ese fue el fin de mi contribución. Bastante, para haber sido la primera
vez.
No
obstante, el premio, los shots de vodka gratis, lo ganamos por el nombre que
decidimos ponerle a nuestro equipo. Necesitábamos un nombre original,
llamativo, provocador, salirnos de lo habitual y, obviamente, también
relacionado a la mencionada fiesta pagana que ya estábamos comenzando a
celebrar una semana antes. Fue en ese momento de zozobra creativa que a una de
las chicas (otra norteamericana, no recuerdo si de Atlanta o Detroit) se le
ocurrió ‘Suck my halloweenies’. Esa frase obscena que no merece ser traducida
porque pierde la gracia. Pero ustedes dirán si, después de todo, merece haber
sido contada.
*Ahora que lo escribo, no sé por qué pero me hizo acordar a otra noche bizarra pero en Chicago. Se las dejo acá: 'Meando como Al Capone'.
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