Reportaje #13 - Martina Fiorentino: Una historia de pasión, arte y murales


Mientras vos estás leyendo esto, ella seguro está pintando un mural, pensando en pintar un mural, o empezando a pintar un mural. Pintando, en general. Porque la historia de su vida se puede dividir en colores, pero fue una pincelada sobre un muro la que la dirigió hacia donde está yendo ahora. Ella es Martina Fiorentino, hija de madre italiana y padre argentino, vive en el barrio porteño de Villa Devoto, y tiene solo 22 años. Sin siquiera imaginárselo, tiene una historia magnífica, difícil de creer hasta para ella misma.

Su evolución la pueden ver en su perfil de Instagram, o bien, imaginándosela hablando sin parar en un café de Devoto, a metros de la estación del tren San Martín, que fue donde me contó todo. Donde me dijo un par de veces “ahora que te lo estoy contando en voz alta pienso que tranquilamente podría no haberme animado a hacer lo que hice”. Pero lo hizo y acá estamos.

Si bien desde que tiene memoria siempre quiso ser artista (de hecho, es la única de la familia que ve al arte como una forma de vida), no fue directamente a la pintura. Ama el teatro, hizo canto, baile, fotografía, dibuja, escribe. “Siempre fui muy apasionada en ese sentido, pero en casa lo veían más  como un hobby”, explicó. Bien podría decirse que sus comienzos artísticos descansan en las decenas de cuadernos en los que dibujó alguna vez (en el colectivo, en clase, en cualquier parte). Probablemente, llenos de plantas y flores.


Más que un hobby

La crisis existencial, el darse cuenta de que su vida pasaba por otro lado, ocurrió en cuarto año de abogacía, la carrera que había elegido para poder estudiar algo y, a la vez, seguir con su hobby artístico. Y estamos hablando de abril del año pasado, eh, no hace mucho. Unos años antes, paralelamente, había decidido empezar a mostrar sus dibujos en Instagram. Enseguida, al principio amigos y familiares, después más personas, le empezaron a pedir sus diseños para diferentes cosas (hasta para tatuajes). Acto seguido, comenzó a encuadrar sus dibujos y a venderlos como objetos de decoración, sin otro objetivo que el de quizás hacerse algo de plata para ella, haciendo algo que le gustaba y que ya hacía por su cuenta.

“Esto ocurrió en unos dos o tres meses, fui subiendo seguidores bastante rápido, pero a la vez mi vida era una locura más allá de eso”, comentó Martina. “Estudiaba derecho y teatro al mismo tiempo, me levantaba a las seis de la mañana para ir a Puerto Madero a la facultad, de ahí me iba a trabajar cuidando a una bebé, después desde las siete de la tarde hasta la una de la madrugada estudiaba teatro; llevaba un ritmo de vida que me empezó a hacer mal”.

Por cuestiones lógicas, dejó de darle bola a Instagram, a su microemprendimiento de cuadritos, a su hobby. Acá, aclaró: “Le dediqué a la facultad porque no era que no me gustaba, me iba muy bien, la pasaba bien, pegué un grupo de amigos increíble, eso estuvo buenísimo, fue una etapa muy linda”.


El mural del hostel colombiano

Unos años antes de que le dijera adiós a abogacía, Martina se fue de vacaciones a Colombia con sus amigas. Fue a principios de 2016 y costeó el viaje con los ahorros que tenía de su trabajo de niñera y de esos cuadritos que había pintado meses atrás (y abandonado después). “Nos fuimos tres semanas y fue en ese viaje que se me despertó algo por la pintura, porque hasta ahí era mucho más dibujo lo mío”, comentó.

En un confuso episodio, compró unos pomos de pintura de calidad dudosa y terminó pintando una mandala en la pared de un hostel. Sí, así, sin experiencia previa pintando paredes ni nada, la piba se mandó. “Todavía hoy me pregunto por qué el del hostel me dejó pintar”, dijo.

“Ahí fue que se me despertó un mundo; yo viviendo en la fantasía porque ese mural había sido un horror, pero pensando que si le metía a la pintura, podía funcionar”, explicó. Esa pared sirvió de disparador. Al volver al país, reabrió su cuenta de Instagram y retomó los cuadritos (“porque en ese momento para mí un mural no estaba ni siquiera en juego”). Y fue como una bola de nieve. Empezó a intervenir más objetos con sus diseños: buzos, almohadones, agendas. Hasta ahí con la sola idea de “hacer algo divertido y sacarle a eso un rédito económico, no laburar para nadie, tener mi tienda online”.


La empezaron a invitar a eventos artísticos. Una marca de mates le ofreció hacer una tirada de mates intervenidos. Después, a raíz de ese éxito, la contactó una marca de ukeleles para lo mismo. “De la nada tenía un montón de seguidores, no sé qué pasó”, señaló. En el medio dejó la carrera de abogacía y unos meses después se anotó en Diseño Gráfico en la Escuela de Arte Multimedial Da Vinci.

Sin embargo, el éxito de los mates y ukeleles fue también su perdición. Porque claro, los objetos se vendían un montón. La gente pedía por su diseño. ¿Y quién tenía que estar horas y horas pintando lo mismo todos los días? “Me cansé, no era lo que yo quería, mi cabeza nunca estaba pensando, mi creatividad muerta; y yo siempre tengo esto de innovar todo el tiempo, por ende, la empecé a pasar mal”, afirmó. Por eso es que, tímidamente, empezó a incursionar en los murales.

De Connie Ansaldi a Costa Rica

Lo que se dice ‘tímidamente’ es eso, un decir. Porque ni bien su madre le mostró (como para inspirarla) que Connie Ansaldi promocionaba el trabajo de distintos artistas en sus redes sociales, fue suficiente para que Martina Fiorentino le mandara un mensaje. Por supuesto, fue un lance, no esperaba una respuesta. No al primer intento, por lo menos. Y sí.

Matias Dice (MD): ¿Cómo fue ese primer contacto?
Martina Fiorentino (MF): Le escribí sin esperar respuesta y en menos de un día me contestó que sí, que le haga unas flores en una pared. Yo no lo podía creer, porque encima tenía re poca experiencia en murales. Bueno, después ella se va de vacaciones, yo también, y todo quedó en la nada. Hasta que en uno de sus viajes, creo que estaba en París, sube un video de unas escaleras intervenidas y pregunta si alguno de los artistas que la seguía se animaba a ir a intervenirle las escaleras de su casa.

Se imaginarán como siguió la historia. De haber empezado pintando “un mural que era un horror” en Colombia, a estar pintando con Ron Muralist al lado, uno de los muralistas argentinos más reconocidos a nivel mundial (catalogado como uno de los diez mejores del mundo). “Connie me asesoró un montón, me mostró un mundo que no conocía, de toda gente que se dedicaba a esto, que se podía y que les iba bien; yo ahí, re caradura, mi cuarto mural y ya estaba al lado de Ron”.


MD: ¿Y cómo siguió eso? ¿Cómo llegaste a Costa Rica?
MF: A la semana siguiente de pintarle las escaleras, me vuelve a llamar para pintarle otra cosa. Me pide que le pinte unas flores en el piso. Me acuerdo de estar tirada en el piso y ella vino y me invitó a viajar con ella a Costa Rica, que ella se iba por laburo al hotel de una amiga a la que le habían encantado las escaleras. Quería que vaya a pintar las escaleras del hotel. Yo no lo podía creer. Ahí agradezco que siempre fui muy caradura, muy mandada. Ahora que te cuento pienso que ahí podría no haberme animado porque era un desafío muy grande, no tenía mucha experiencia y agarré y me fui del país sola. Todo empezó ahí, realmente.

En Costa Rica terminó interviniendo las escaleras del hotel y no paró. Siguió pintando cosas en el hotel y en otras partes de la región de Tamarindo. Lo que era un viaje de unas semanas se transformó en tres meses, con nuevos trabajos y nuevos desafíos. “Fue muy revelador el viaje, me dio la oportunidad de mostrarme y descubrir cosas que podía hacer y no sabía; unos meses después me encuentro mucho más segura del trazo, los disfruto más a los murales, y hasta disfruto de los nervios previos, siento que di pasos agigantados que a veces me abruman, fue muy rápido todo”, reflexionó Martina.


Sus murales

No, no solamente le hace crecer hojas y flores a las paredes. También ha pintado a Buenos Aires, a los Beatles, playas, autos, edificios, para casas familiares, para oficinas empresariales, para negocios, bares, en la vía pública. El pincel de Marti Fiorentino gusta de pintar flores, sí, pero no se achica ante ningún desafío. Es más, mientras este reportaje fue escrito y subido al blog, ella estaba pintando su primer gran mural de más de 30 metros. Y en su querido barrio de Devoto, barrio que la vio nacer, crecer y desarrollarse como artista. “Tengo ganas de meterle arte a Devoto porque no hay casi murales y me parece que está bueno”, dijo.

MD: ¿Por qué tantas flores en tus murales? ¿Tienen algún significado?
MF: Desde antes de dedicarme a esto, era lo que dibujaba. A mí lo que me pasa es que me enfoco más en la buena energía y en lo que me transmiten las flores y determinada paleta de colores. Yo busco que al mural lo mires y te transmita alegría, que sea agradable. Encuentro eso en las flores, en la botánica, y más en la ciudad porque te transporta de alguna manera a otro lugar. Igual, no estoy encerrada en ese estilo, trato de abrirme. Si bien ya me pasa que todo el mundo me pide flores, no me gusta encasillarme ni etiquetarme. El otro día me pidieron un mural de los Beatles y lo hice. Entonces sí me gusta que me relacionen con las flores porque me gusta, pero no me encasillo en eso ni loca.

MD: Vi que tenés un mural de la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué te genera la ciudad? ¿Tiene mucho arte Buenos Aires?
MF: Me pasa que con Buenos Aires tengo como un doble discurso. Yo soy un bicho de playa, me encanta estar en patas en la arena, soy muy así de personalidad y toda la vida lo fui. Siempre fui muy de criticar y odiar a la ciudad. Pero en estos últimos años, laburando con el arte, viendo la cantidad de trabajo que tengo, que por vivir en la ciudad se te presentan marcas, muchas oportunidades de mostrar tu arte, vas caminando por la calle y ves arte, fui cambiando un poco de opinión. Lo que tenemos nosotros en Palermo es una locura y cada vez se va abriendo a otros barrios. Hace uno o dos años, las artes visuales dieron un salto tremendo en la ciudad y eso lo valoro mucho.


MD: ¿Y tus proyectos cómo los elegís?
MF: Lógicamente está la parte económica, es un constante ‘tira y afloje’. Al principio agarraba absolutamente todo, hoy, si no me interesa la propuesta o no me divierte, la primera reacción es decir no. Aunque después veo más tranquila si lo puedo hacer y si tengo tiempo, lo hago. Además, ahora que me codeo con un montón de artistas, si alguien me pide algo que no es mi estilo, se lo paso a algún colega.

En cuanto al proceso de pintar, si bien Martina prefiere que la “dejen libre”, en la previa sí prefiere construir la idea entre ella y el cliente. “Primero pido que me cuenten todo, hasta la boludez más mínima, si es para una empresa cuál es el lema, si es para una casa cuánto tiempo están en esa habitación, porque por ahí es importante para la selección de colores; después paso mis propuestas, por lo general, y cada vez me pasa más, me suelen decir que tenga un color o una flor determinada y después que haga lo que quiera, y eso es hermoso, que la gente confíe así en vos, en tu talento”, continúo Martina.

Cuando no está pintando

Ella dice que hace la vida normal de una persona de 22 años, sacando todo este tema de la pintura que hoy es central. A la mañana va a la facultad, a la Da Vinci. Hasta hace poco hacía teatro, pero tuvo que dejarlo por la gran cantidad de trabajo que le salió. Le gusta ver obras de teatro, ir al cine, leer, la cerveza artesanal, juntarse con sus amistades. Es fanática de los Beatles (como cualquier persona de bien, y esto es una nota del autor) y, es más, muchos de los dibujos que hacía en sus cuadernos, además de flores, tenían que ver con los cuatro de Liverpool.


Es hincha de River por tradición familiar, pero no le importa el fútbol en lo más mínimo. No se fanatiza por nada salvo por la selección en el mes del mundial. Tiene algunas playlists que escucha cuando pinta. Prefiere aislarse del mundo en un cine dos horas viendo una película antes que mirar series. Y lee, lee mucho. Algo que, si son lectores de este blog ya lo sospecharán, siempre es bienvenido. Sobre todo para ir haciendo lugar para la última pregunta.

MD: ¿Qué libro recomendarías?
MF: El último que leí me dejó muy flasheada. Igual, siempre me fanatizo con el último libro que leí. En esta oportunidad es “Historia del arte”, de Ernst Gombrich. Este año, estando en Costa Rica, se me despertó una curiosidad enorme por la historia del arte, por saber más de los artistas, por saber de arte en general. Siento esa responsabilidad. Y este libro me gustó porque me habló del artista, qué se le pasaba por la cabeza a personas como Van Gogh, Picasso, Miguel Ángel, qué rol tuvo el arte a lo largo de las épocas, me dejó un panorama que me resultó muy interesante.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares