El Michael Douglas del subdesarrollo
De los
creadores del Jack Nicholson del subdesarrollo, cuya aparición fue en ‘¡Dos cafés para la mesa diez!’, llega su tan solicitada continuación. Y lo más gracioso
fue que ocurrió en el mismo bar, hace ya varios meses. Esta vuelta no lo vi
cuando entró, sino que ya estaba sentado en una de las mesas de afuera del bar
palermitano en el que trabaja Juan Tolva, el mozo que más sabe de fútbol.
Pareciera ser que este pequeño enclave gastronómico, en una esquina a cuadras
del Alto Palermo, fuera como el restaurante The Ivy de Hollywood. Pero, vale
decir, su ‘sudaca version’.
The Ivy es
un restaurante muy fifí de Hollywood que, aparentemente, es el punto elegido
por numerosos actores y actrices de la gran pantalla para ir a comer. Su nombre
se debe a las hiedras, las plantas enredaderas, que recubren árboles, algunas
paredes, y hasta su delicado cerco blanco que delimita el patio. Un lugar con
un toque francés que ejerce un efecto de imán sobre varios fotógrafos que se
apostan con sus teleobjetivos en la vereda de enfrente para ver si tienen
suerte y ven a alguna celebridad. En cierta medida, me hace acordar al bar ‘Le
Voyeur’ que Fontanarrosa describe en su gran novela ‘La Gansada’, donde la
gente paga para acceder a un restaurante y ver cómo y con quién come la gente
pudiente. “Tú solo puedes escuchar, de tanto en tanto, un murmullo, una corta
ovación, un clamoreo, cuando entra alguien muy conocido o cuando llega a una
mesa algún postre muy impactante”, describe el autor.
En
contraste, en Palermo tenemos este bar que apuntaría a lo mismo, solo que sin
hacer tanta alharaca. Si no, díganme en qué lugar coinciden el Jack Nicholson y
el Michael Douglas del subdesarrollo, sus clones argentos. Quizás estuvieron filmando una película y
ni estábamos enterados.
Sin
embargo, ahí estaba. Sentado como un ser común y corriente, como si fuera un
simple mortal. Con su cabello canoso algo despeinado, una barba de varios días,
y un talento de película para saborear su tostado de jamón y queso. Y ni hablar
de cuando tomaba gaseosa. Comía en una postura un tanto incómoda, a mi parecer,
pero quién soy yo para cuestionar a una estrella de Hollywood. Una pierna
cruzada sobre la otra, su brazo izquierdo sobre el regazo, maniobrando
exclusivamente todo el operativo con la mano derecha. Diestro en el arte del buen
comer.
Para
aquellos lectores que gusten de la moda, su forma excéntrica de vestir no pasó
desapercibida. Zapatos de gamuza negros, algo gastados, como si recién saliera
de la secundaria; pantalón de vestir marrón claro y holgado; camisa blanca,
pullover gris, y campera de cuero negra. Una pinta de matón de poca monta.
Habría que ver en sus próximos estrenos a ver si hace algún personaje parecido,
ya sabremos, pues, su origen. El único accesorio del outfit, un morral negro
que hacía juego con la campera, apoyado a un costado de la mesa.
Espero que
la próxima vez que lo cruce en el bar, si es que vuelve, me anime a ir a
pedirle un autógrafo. Porque en aquella oportunidad fue una experiencia
emocional muy fuerte y no pude.
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