Los que no son el delincuente en la rueda de reconocimiento

Era un día de trabajo igual a cualquier otro. De ninguna manera pensás que puede llegar a pasarte algo fuera de lo común. El síndrome de la hoja en blanco, que no te funcione bien la conexión wifi, el tener que enchufar la laptop porque la batería dice que dura tres horas pero con suerte supera los 90 minutos. Bah, lo de siempre. Hasta que llega el encargado de solucionarte el problemita del wifi, conecta un cable de red, y magia. ¡Pum! Así. Era tan fácil. Y entre conversaciones surge el tema. De qué pasa con los que no son el delincuente en las ruedas de reconocimiento.  


Todo había comenzado un día atrás con una confusión concerniente a la reconstrucción del crimen de María Marta García Belsunce, en El Carmel. Resulta que un conocido de una conocida fue llamado para ser testigo del operativo policial en cuestión. Digo ‘llamado’ a que la ley tiene la potestad de elegirte en plena calle y de improviso para que pases el resto del día siendo testigo de, en este caso, la reconstrucción de un crimen. Otras, de un allanamiento. Y así. Después me enteré de que mi viejo estuvo presente en una situación similar alguna vez y que, en aquella instancia, uno de los testigos se fue a la casa (que le quedaba cerca) y volvió más tarde. Se armó un quilombo. Pero bueno, hasta que hablé con el encargado de arreglarme la conexión a internet, yo desconocía todo esto. 

La confusión se había dado porque el conocido de una conocida tiene un nombre parecido a un amigo mío, que a la vez, conoce a las restantes personas que integran esta ecuación no matemática. Entonces, por algún designio divino, pensamos que era él. No sé si se logra entender. Sin embargo, no era. Resulta que el conocido de una conocida y mi amigo no se llaman igual por una letra de diferencia. Más bien, por un enroque de letras (como Axel y Alex, por ejemplo). 

No obstante, el salvador de internet sí es pariente del conocido de una conocida. Y hablando del tema y que qué graciosa la equivocación, surgió la anécdota. Cierto día, hace un par de meses, la policía lo había agarrado para ser parte (no de la reconstrucción del caso García Belsunce) sino para integrar una rueda de reconocimiento. Qué lindo debe ser, y lo digo con un ataque de ironía, que vayas caminando tranquilo por la vida y la policía interrumpa tu día y te imponga este deber ciudadano. Como pasar por salida en el Monopoly, no cobrar los 200 pesos e ir directo al calabozo. 

Jamás me imaginé, salvo por las películas y series, cómo puede llegar a ser una rueda de reconocimiento. Mucho menos, de dónde salían las personas que tienen que pararse al lado del delincuente para que la víctima o algún testigo, desde atrás de un vidrio, lo señalen como culpable. Debe ser incómodo. De repente, dejar de ir a trabajar, o al supermercado, o a arreglarle la conexión de internet a alguien, para ir a pararte al lado de un criminal. Pero sucede, evidentemente. Un saludo para todos esos valientes.

En este caso, mi interlocutor se encontró con otras varias personas que estaban en su misma situación. Algo de tranquilidad, por lo menos. Y ahí mismo alguien les empezó a decir dónde tenían que ubicarse y qué tenían que hacer. ¡Era el delincuente! Aparentemente tenía una vasta experiencia en ruedas de reconocimiento, fiscalías y comisarías, un amplio y extenso currículum, santas puertas giratorias de la justicia argenta, y el susodicho ya estaba ducho en el proceso. Hasta que un policía lo mandó a callarse. Porque sí, algo no cuadraba.

Lo curioso es que mientras que para el resto era más o menos un martirio estar ahí, una situación incómoda, el caco estaba en su salsa, tranquilo, hablando como pancho por su casa. Ni siquiera se inmutó cuando la autoridad competente le reveló que él había sido señalado como culpable. Es más, ya cuando lo llevaban esposado nuevamente en el ascensor, manifestaba su disconformidad con el fallo, que todavía no habían pruebas suficientes.

Me hizo acordar a una de las historias que cuenta Manuel Vázquez en su libro ‘Mitos y leyendas de Pilar’. En esa anécdota se narra que atrás del viejo bar Apolo en Pilar (a metros de la plaza principal) funcionaba un garito clandestino y que cuando cierto día les cayó la cana, se dieron cuenta de que entre los detenidos había “altos funcionarios, destacados comerciantes, profesionales de intachable trayectoria y hasta un sacerdote”. Qué locura ¿no?

Así están las cosas país. Entonces, ya saben, cuando un oficial de la ley les pare en la calle para pedirles el documento, traten de anticiparse y cruzarse de vereda. O bien, ante lo inevitable, están yendo de urgencia a visitar un pariente muy enfermo en el hospital que se le ocurra. Y si no puede redimirse, sacrifíquese por el resto de nosotros y sea uno de los que no son el delincuente en una rueda de reconocimiento. 

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