No alimentarás a los coatíes

Pareciera deber ser el décimo primer mandamiento si Dios hubiese pasado por el Parque Nacional Iguazú antes de sentarse a dictarle a Moisés lo que se debe y no se debe hacer. Pero claramente o se olvidó de decirle o quiso que sus seguidores padecieran los ataques gastronómicos de las bestias más temidas en todo el oeste (del río Iguazú): los coatíes. Porque evidentemente el barba se tomó su tiempo con las Cataratas como con las pirámides de Egipto y bien sabemos que ahí desencadenó las diez plagas. Quizás con solo diez coatíes ya alcanzaba por estos lares. Os advierto, pues: “temed, bellacos, si vais con un pancho en la mano por los senderos de dicho Parque Nacional”. O como bien te gritan los carteles: DO NOT FEED THE ANIMALS.




Tanta pomposa introducción fue para remarcar una de las impresiones que me dejó el Parque Nacional Iguazú cuando anduve recorriéndolo hace poco más de diez días (y que quiero volver constantemente desde hace poco más de diez días más o menos) y es un problema grave de atención para con los turistas angloparlantes. Bah, en realidad, y entre paréntesis, me lo hizo ver mi compañera de travesía porque yo estaba demasiado ensimismado en mi vida de turista. Porque si bien para los que dominamos el bello y complejo idioma español todos los carteles son muy ‘por favor’ y ‘gracias’, para un estadounidense, inglés, australiano, escocés, o qué sé yo, un japonés que hable inglés, las señales son imperativas, locuaces, como si hubieran sido escritas por un sargento que jamás se bajó del pony. Lo gracioso es que una y la otra están juntas y hasta podría darse la interpretación de que mientras para los divinos y amables hispanohablantes ‘por favor, no alimente a los animales’; para los desobedientes e irrespetuosos anglosajones DO NOT FEED THE ANIMALS (ni se te ocurra alimentar a los animales). 

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Esos animales son, por lo general, los coatíes. Unos pequeños y a primera vista simpáticos cuadrúpedos que tienen la enorme necesidad de hacerse con la comida de cualquier ser humano lo suficientemente distraído. Y es que la reacción es esa. A primera vista son unas hermosas criaturitas de la Creación y cuando pestañeaste para la segunda vista ya te quedaste sin ese cono de papas fritas que compraste después de haber estado caminando dos horas bajo el sol misionero. A tercera vista ya los ves como un híbrido de mono y mapache, sigilosos cual hombre araña, y con las uñas del Freddy Krueger que habita en las pesadillas de todo manicurista. No hace falta más que acercarse a cualquiera de las estaciones del pequeño tren que recorre las Cataratas para ver el espectáculo. Coatíes descolgándose hábilmente de las ramas de la selva misionera para arrebatar panchos (y esto lo vi ao vivo), infiltrándose en la parte de abajo de los cochecitos, desgarrando bolsas de plástico, asediando las mesas familiares cual hienas en el desierto, combatiendo palmo a palmo con los infantes... y todo porque, pese a tanta precaución, algún vivillo se descuidó y les dio algo para picar. Denles ustedes de comer, ¿no? Total, estos pequeños mamíferos no son voraces para nada. Ni siquiera deberían aparecer como ejemplo de ‘voraz’ en los diccionarios.

Y como los DO NOT FEED THE ANIMALS que no se acatan en su totalidad, también hay otros varios DO NOTs que en este momento se me escapan. Imagínense, igual, que tienen que ver con la basura (y me animaría por un DO NOT THROW GARBAGE) y con transitar por los senderos predeterminados. Cada uno de ellos sin su ‘por favor’ en inglés, como si no hiciera falta. Tampoco puedo olvidar el todavía más profundo y estremecedor “tu comida me mata”, con el dibujo del óbito coatí y las imágenes de los yaguaretés muertos en la ruta. Es el equivalente a los pulmones podridos en los paquetes de cigarrillos.

No obstante, más allá de todo eso y de que definitivamente el Parque Nacional Iguazú tiene que hacer una completa revisión de sus traducciones al idioma inglés, es una de las maravillas del mundo natural que vale la pena visitar por lo menos una vez en la vida. La adrenalina de sentarse a comer bajo el acecho de los coatíes es casi tan grande como dejar que la vista se pierda en las profundidades de la Garganta del Diablo mientras el agua te empapa hasta el alma.

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