La larga marcha
Carabasa, diez y media de la mañana.
Un sol radiante y caluroso, finalmente digno de ser llamado primaveral, agobia
a todos los que estamos parados allí. Entonábamos las estrofas de las canciones
de misa para ir practicando mientras aguardábamos el comienzo de la procesión.
Es que no se va a las fiestas patronales de Carabasa todos los días; por lo
menos, fue mi primera vez. Para los que no conocen, es una localidad que está a
pocos kilómetros de la ciudad de Pilar, yendo hacia Manzanares.
Había de todo. Desde un pelado que
calificaría como la versión argenta del de Breaking
Bad, hasta los abanderados de un par de colegios de la zona. Los
abanderados, como debe ser, con sus respectivas escoltas, salvo por un colegio
que al parecer no quiso exponer a más de dos chicas al calor no tan severo.
Claro, demasiado sacrificio. Total, esas fiestas patronales son una vez al año
y al patrono San Francisco de Asís seguro que no le molesta. Sin embargo, hubo
más gente. Empleados municipales para tirar para arriba, desde los que
organizaban el tránsito para que nadie se lleve puesta a la procesión, hasta
los que nunca hacen nada y están ahí para estar. Niños, las madres, los padres,
el intendente con su elenco privado de 4 o 5 personas, la gente que simplemente
es fiel a su pueblo, los sacerdotes, el obispo. Esa cantidad de almas,
amontonadas allí, a la vera de la autopista, esperando que la voz de los
altavoces dé la orden de avanzar.
Y sí ya el hecho de integrar esa
pequeña peregrinación hasta la capilla (que en el campanario, a falta de
campana, había un parlante; la modernidad) era lo suficientemente importante,
más lo era el de sacarse fotos para documentar que verdaderamente estuvieron
ahí. Tal es así que varios de los niños, los padres, las madres, el intendente
con su elenco privado de 4 o 5 personas… sí, a casi ninguno le faltaba la
cámara digital. Porque aparentemente si no hay foto, no vale. Hasta, quizás,
cabe detenernos unos minutos a reflexionar y preguntarnos: ¿qué puede tener de
interesante ver diez fotografías de alguien caminando? No lo sé. Con una o dos
ya se sobreentiende que se formó parte de la procesión. Quizás hay vocación
para ser fotógrafos de sobra y los pilarenses somos muy afortunados.
Hasta que por fin empezó el
movimiento. Poco a poco, los que conformábamos esa masa de personas encaramos
por la calle por la que más tarde llegaríamos a la capilla. Era la larga
marcha. No como ir hasta Luján tal vez, pero sí lo bastante caluroso como para
que pesaran los pies y los hombros. Por suerte, el trayecto no se desviaba y se
podía agachar la cabeza e ir para adelante, cual ganado. Obviamente, en vez de
mugir, se cantaba (algunos más alegremente que otros) y se rezaban las
oraciones correspondientes. En el medio, chicos correteando de aquí para allá,
sacándose fotos; padres aprovechando para comprar una botella de gaseosa y así
evitar deshidratarse; madres empujando cochecitos; las voces del coro que se
escapaban de los altavoces; algunos ciclistas casuales que se toparon con el
gentío. Un cuadro bastante peculiar y ameno, sin contar con el calor,
obviamente. Aunque a la sombra se la pasaba bien (cosa que íbamos a corroborar
más avanzada la jornada), e incluso refrescaba un poco demasiado. Los que
disfrutaron menos que los caminantes fueron los que, en sus autos, se vieron
obligados a detenerse para dejar pasar a la marcha que, valga la redundancia,
iba a paso de hombre. Y menos aún, aquellos que no tenían aire acondicionado.
Finalmente, la caminata concluyó. Llegamos
a la capilla. Por cuestiones de espacio, para evitar una alienación religiosa,
la misa fue afuera. El público se dividió inmediatamente en tres partes. Por un
lado, los que tuvieron la dicha de estar franqueando el altar: el coro y los
que se encargaban de guiar la misa (además de los sacerdotes claro está y del
obispo). Esos tenían sombra y lugares bastante cómodos para sentarse. Por otro
lado, las personas que quisieron aprovechar el placer que a priori brindaban los bancos alineados muy ordenadamente frente al
altar; el calor los arrepentiría más tarde, por lo menos de pensamiento. Y más
atrás, la tercera parte, los que aprovechamos la sombra de los árboles al otro
lado de la calle. Sin la comodidad de un asiento sobre el que apoyar nuestro
peso (salvo por aquellos pocos adelantados que se avivaron de la presencia de
la parada de colectivo), pero sí, con la fresca de nuestro lado.
Sin
embargo, nada de esto fue suficiente para mantener quieta y calma a la gente.
Las cámaras siguieron sacando fotos e incluso hizo su providencial aparición la
fotógrafa que tenía todas las luces de ser la “oficial”. Los trend topics (lo denomino de esta manera
por la cantidad, no para mofarme del hecho) fotográficos de la celebración
religiosa fueron el obispo detrás del altar y los abanderados, atrás a la
sombra. Incluso, cuando en un momento específico de la misa tuvieron que
levantar las banderas, las señoritas del colegio que no quiso que más de dos
alumnas sufrieran una insolación, parecían carecer del conocimiento necesario
para tal tarea. Lo cual resalta por ser lo único que tienen que hacer.
Otro
detalle bastante llamativo fue una pareja, parados al sol pero bien preparados.
La mujer aportó su buen gusto luciendo un sombrero alto de mimbre (sí,
altísimo) de ala ancha, para que al sol ni se le ocurra molestarla; el último
grito de la moda. Su marido, a la sombra del sombrero/sombrilla de su mujer,
con un estuche grande a la cintura bien gaucho en el que a falta de facón
guardaba su smartphone full HD.
Y
si ese espectáculo no era suficiente, la otra atracción fue el desfile de los 4
o 5 empleados exclusivos del señor intendente. Una mujer vestida como
secretaria ejecutiva y tres hombres vestidos de traje negro y con anteojos
ahumados, como si de agentes del FBI se tratara. Cualquiera pensaría que
oficiaban solamente de guardaespaldas estos hombres, pero no. Iban y venían,
atendiendo a los pedidos de la autoridad máxima del municipio. Yendo a guardar
su saco cuando este se acaloró. Alcanzándole un vaso de agua cuando tuvo sed. Y
quién sabe qué más. Una paradoja, para él trajeron un bidón y para el resto de
la gente alguna generosidad municipal repartió escasas botellitas de agua que
no alcanzaron ni para un cuarto de los espectadores. Mientras tanto, el obispo
(que de lejos parecía Benedicto XVI, y de más lejos, el emperador Palpatine de Star Wars) presidía la celebración.
En
fin, una larga marcha que tuvo grandes recompensas. Más allá del beneficio
espiritual que nos brinda ir a misa a los católicos, después disfruté de un
excelente asado y más tarde Boca ganó 1 a 0 el superclásico, en el gallinero, y
sin público visitante. Pese a haberme levantado temprano un domingo y de
padecer el estar parado al rayo del sol, terminó siendo un muy buen día.
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