Con las gafas en la ducha
Es llamativo cómo algo que uno hace habitualmente (como escribir, en mi caso), de repente, deja de ser prioridad. Son cosas que pasan, supongo. Porque la vida pasa. Y, a veces, es mejor parar. Al mismo tiempo, es divertido pensar cómo ciertas boludeces, por más mínimas que parezcan, pueden convertirse en el empujón necesario para volver a empezar. Por fortuna, acá tenemos de las dos variantes. La primera, tal cual está registrado, la última publicación de este blog había sido el 27 de enero de 2021, cuando cumplí 28 años. La segunda, fue ayer, 25 de julio de 2022, cuando por primera vez entré a ducharme con las gafas puestas. Y mi cabeza hizo click.
Porque, claro, hubo una época en la que una
escena tan rocambolesca (como lo son algunas preguntas que se hacen en los
cuestionarios para contratar un seguro de salud) hubiera sido piedra
fundamental de un relato en esta mismísima web. Y no lo descarto, eh. Pero, de
momento, centrémonos en mi regreso.
Entre ese magnífico repaso de esos 27es de
enero de mi vida entre 1993 y 2021 y hoy ha pasado mucha agua debajo del
puente. Y si dejé de escribir en el blog fue por motivos ajenos a la
organización, propios de aquel que osa emigrar y que, contrario a lo que
muestra Hollywood o Instagram, no es todo color de rosa. Ya les contaré.
No obstante, que haya dejado de poblar la
blogósfera de caracteres no quiere decir que haya dejado de escribir. De hecho,
me he escrito varios cuentos muy piolas. Aunque, fundamentalmente, he estado
leyendo. No tanto como me hubiese gustado, no tanto como hubiera leído en otra
época de mi vida, no tanto como si tuviera más tiempo libre. Pero, leyendo al
fin. Y como Matias Dice Blog siempre tuvo su base fuerte en la literatura, pues
qué mejor manera de regresar que hacer un breve repaso por esos 14 maravillosos
libros que he leído hasta ahora.
En ‘El
libro de los abrazos’, de Eduardo Galeano, encontré, entre otros, el abrazo
que me hacía falta del gran amigo colombiano que me dio Madrid. Que alguna vez
dijo que este libro es como su Biblia.
Una frase: “Mientras ocurría, es alegría estaba
siendo ya recordada por la memoria y soñada por el sueño”.
En ‘Quiet:
El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse’, de Susan
Cain, descubrí que, en ocasiones, me gusta (y he perfeccionado bastante el arte
de) disimular mi introversión, pero que, en efecto, soy un tipo introvertido.
Qué le vamos a hacer. Y me agrada. Considero mi tiempo conmigo mismo muy
valioso y si estoy compartiéndolo con vos es porque, o me están pagando, o
realmente te aprecio. Así que ténganlo en cuenta.
Una frase: “Nos dicen que ser grande es ser
audaz, que ser feliz es ser sociable; nos vemos a nosotros mismos como una
nación de extrovertidos, lo que significa que hemos perdido de vista quienes
realmente somos”.
En ‘Nada’,
de Carmen Laforet, viajé en el tiempo a una Barcelona inmediatamente
posterior a la Guerra Civil española, por recomendación de una catalana. Y qué
mejor recomendación que esa. Ahora ya, la calle de Aribau adquiere otro
significado en mi cerebro.
Una frase: “¿No le ha sucedido alguna vez
atribuir su estado de ánimo al mundo que la rodea?”.
Acto seguido, volví a Sacheri. Al gran Eduardo
Sacheri. Al único e incomparable. Hace falta volver, de vez en cuando, a uno de
tus autores favoritos. Y qué alegría darme cuenta de que la magia sigue
intacta. Así me lo demostró con “El
funcionamiento general del mundo”. Porque la vida y el fútbol van siempre
de la mano, aunque sea recordando un viejo torneíto de la escuela secundaria.
Y, de paso, siempre se aprende algo del Profesor.
Una frase: “Uno no sabe cómo funciona el mundo.
Nadie. Pero cuando uno juega a algo, a algo que le gusta, parecería que sí.
Como si uno encontrase la clave para entender el funcionamiento de todo. De
todo el mundo”.
Y si de retornos hablamos, también volví a mi
otro maestro: don Stephen King. Otra apuesta ganadora. En esta ocasión, con ‘The Outsider’. Increíble cómo este
señor no deja de escribir. Y mete un hitazo atrás de otro.
Una frase: “La realidad es como una fina capa
de hielo, pero gran parte de las personas patinan sobre ella durante toda su
vida sin caerse hasta en el último instante”.
El siguiente fue, quizás, uno de mis hallazgos
más esperados. Porque yo había escuchado a este hombre hablar en una entrevista
que le hicieron hace tiempo, en Radio Nacional de España, en la que recomendó
un libro que me encantó (‘El ocho’, de Katherine Neville), y que lo había
influenciado ampliamente. Y si esa novela me había volado la cabeza. Pues,
tenía que leer algo de él. Y eso hice. Y fue un golazo. Me refiero a ‘La dama azul’, de Javier Sierra. Que,
si gustan de las novelas históricas en español, vayan a por ello.
Es más. Casi que inmediatamente después seguí
con ‘Las puertas templarias’. Que no
fue tan uau. Pero también estuvo bien. Y no pongo frases de estos dos porque,
curiosamente, no me aparece ninguna marcada en el Kindle. Algo rarísimo en mí.
Lo que tengo claro es que seguiré explorando su bibliografía.
Otro acontecimiento literario de mi año fue
haber leído un libro después de haber visto la película. Yo soy bastante
purista de hacer las cosas exactamente a la inversa. Pero sucedió. Y fue con ‘El guardián invisible’, de Dolores
Redondo, la primera parte de la Trilogía del Baztán, un peculiar drama situado
en el norte de España. Es una historia atrapante. Lo que sí me agarró de
improviso fue encontrarme en las películas con Leonardo Sbaraglia. Se ve que la
conexión argenta no puede faltar. Siempre, por supuesto, el libro mucho mejor
que la pantalla grande.
Una frase: “En ocasiones, la respuesta no es la
solución al enigma; todo depende de que sepas hacer la pregunta adecuada”.
E inmediatamente después, me cautivé con
Stephen Dixon. Hace varios años, cuando formaba parte de un taller de
narrativa, mi amiga Aldana Perazzo nos leyó un cuentazo sobre un tipo que, como
quien no quiere la cosa, se tiraba de un avión en pleno vuelo para salvar a su
hija que, sin querer, había accionado la palanca para abrir la salida de
emergencia. Y el cuento es la caída. Pero contada de una forma tan
grandilocuente como excepcional. Por alguna razón eso me quedó en la cabeza y,
hace varios meses, le chateé a Aldana para preguntarle si se acordaba de
aquella historia. “‘Volando’ se llama”, me dijo. Y efectivamente. En
consecuencia, procedí a volverme adicto temporalmente a los cuentos de Dixon, y
me leí (de la Editorial Eterna Cadencia) ‘Calles
y otros relatos’ y ‘Ventanas y otros
relatos’. Fue todo magnífico.
Hasta que decidí leer una de sus novelas. ‘Interstate’. Es una premisa
interesante. Sobre las distintas desinencias que puede tener una misma escena
en la vida de una persona dependiendo de hasta el más mínimo detalle. Pero se
me hizo muy denso. Es más, me pareció el ejemplo perfecto de cuando un recurso
literario funciona de manera fenomenal en un cuento, pero que aplicado a una
novela hace agua.
Y así vamos llegando a los tres últimos libros
que me he leído hasta ahora.
‘Aráoz y la verdad’, porque sí, tengo todavía algunos
de Sacheri sin leer. Y, simplemente, no puede ser. En resumidas cuentas, otra
vez, me voló la cabeza. Más porque entré sin saber que estaba emparentado con ‘La Noche de la Usina’. Así que fue una sorpresa doblemente grande. Es la historia
de Aráoz, que se va hasta un pueblito en el medio de la nada para tratar de
averiguar la verdad sobre por qué su ídolo futbolístico de la infancia se había
dejado meter gol y condenado a su equipo al descenso. Y, posteriormente, al
olvido. Por favor, Sacheri, no dejes nunca de escribir.
Una frase: “A fuerza de vivir y de sufrir los
seres humanos terminan por intuir que es imposible hallar un camino sensato
hacia la felicidad, y que si ella acaece es por un capricho tan inconmensurable,
por un accidente tan impredecible que lo único que le cabe al ser humano es
rendirse y orar para que dure más de treinta segundos”.
‘El efecto Frankenstein’, de Elia Barceló. Fue una
casualidad. Porque integra una campaña del Metro de Madrid que fomenta la
lectura. Entonces, infinidad de veces ya me pasó de estar leyendo el mismo
pasaje del libro yendo de Legazpi a Callao y de Callao a Legazpi. Y tuve que
hacer algo al respecto. Por suerte, me gustó. Es una idea interesante y, a mi
parecer, bien lograda, sobre cómo la historia que cuenta Mary Shelley en su
clásico de la literatura universal está, en realidad, basada en hechos reales.
Eso, mezclado con un accidental viaje en el tiempo y una joven de nuestra época
que tiene que adaptarse a cómo trataban a las mujeres a finales del siglo
XVIII.
Y, por último, ‘The Midnight Library’, de Matt Haig. Otra recomendación. Y cuán
acertada. En esta biblioteca de medianoche uno puede recorrer prácticamente
hasta el cansancio los distintos ‘qué hubiera pasado si…’ de la vida de uno y
vivirlos antes de morir. Sin dudas, una de esos libros que te deja
reflexionando.
Una frase: “Nunca subestimes la gran
importancia de las pequeñas cosas”.
Eso es todo, de momento. La incógnita ahora es
qué libro empezaré a continuación. ¡Y a ver si puedo volver a mantener algo de
constancia en este antro!
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