Dar el paso
Un hombre rutinario que acostumbra sentarse en
su silla de ruedas en la costanera. Todo el mundo lo conoce, pero nadie conoce
su historia. Una costumbre que se inició muchos años atrás por uno de los
tantos golpes que da la vida. Una costumbre que… ¿estará por terminar?
Las nubes grises inundaban el cielo sin dejar
que ningún rayo de sol acariciara la ciudad. “Es la historia de mi vida”, pensó
Luis y empujó las ruedas de su silla. Se acomodó de espaldas al río, pegado a
la baranda. Miró la calle, un escalofrío le recorrió la espalda de arriba
abajo. Una lágrima se le cayó del ojo izquierdo, suicidándose.
Mucha
gente pasaba por allí, paseando cual turistas por la costanera, otros quizás
apurados por sus trabajos, o los que preferían la fresca del río cercano para
hacer ejercicio. Pocos se conocían entre sí, pero todos conocían a Luis. Ese
hombre amable, bien vestido y sonriente que siempre estaba en el mismo lugar.
No obstante, solo los que lo veían hace años discernían que su sonrisa no era
alegre sino triste; una máscara para enfrentar a los caminantes. Lo raro era
que nadie sabía su historia.
Cuando
la lágrima se rompió contra el suelo, vio como el auto lo embestía en esa
calle, en ese mismo lugar. Fue un instante. Un relampagueo en el que terminó
una vida a pie y comenzó una sentado. Un instante que rememoraba todos los
días.
- ¿Por qué llora, buen hombre?
- No estoy llorando- dijo Luis, respondiéndole
a ese hombre alto y de tez morena- solo recordando- agregó.
- Venir a este lugar todos los días no va a
devolverte las piernas- dijo el negro, alegremente- ese auto no va a pasar de
nuevo.
- ¿Qué? ¿Cómo…? ¿Cómo sabés eso?
- Sólo lo sé- dijo- vamos.
El
negro tomó la silla y lo empezó a empujar. Paso tras paso, caminando,
corriendo. El aire rompía contra su cara, le revolvía el pelo. No tenía esa
sensación desde aquellos días en los que solía correr por allí, antes del
terrible accidente.
- Ahora corré- sintió que le susurraban al
oído- si sabés que podés.
Tenía
razón, podía sentir lo mismo que antes con su silla. Podía volver a ser el de
antes. Nunca se hubiera animado a abandonar su lugar de lágrimas de no haber
sido por…
- ¿Cómo te llamás?- preguntó, girando la cabeza
para mirar al negro.
Pero
ya no estaba. Su silla se deslizaba sola, por la inercia.
De
repente, todo se detuvo. Miró hacia delante. Dio un paso…
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