Un pilarense suelto in the U.S.: sobre trenes y aviones

Primera vez que escribo desde suelo norteamericano y estoy sentado en un tren de dos pisos. Ya con eso alcanzaría para describir esta gran experiencia. Pero voy a proceder a elaborar un poco más para mantener viva la argentinidad que hay en mí.


Antes que nada quiero contarles que esta mañana fue la primera vez que vi nieve desde que estoy acá. Amaneció todo blanco, bien como en las películas. Árboles, autos, calles, todos cubiertos por una capa de nieve. Increíble. Yo me sorprendo pero a la vez estoy yendo a Chicago, donde esos paisajes van a ser tan usuales que probablemente me canse de verlos.

Hace mucho frio. No obstante, ya me compre todo el kit de supervivencia. Desde una campera con varias capas hasta una trampa para matar osos grizzlies. Eso último es mentira, ja. El que parece un oso con toda la ropa puesta soy yo.

Pero para no aburrirlos tanto con un relato cronológico de mi viaje, lo que quiero hacer es comparar los medios de transporte en los que tuve la agraciada oportunidad de viajar. Y por qué no, compararlos también con sus pares argentinos. Avión, metro (la manera pro de decirle al subte) y, en este mismo momento, tren. Prepárense, porque entre turbulencias y traqueteos vamos para adelante.    

Desde Miami a Washington DC. Los beneficios de sentarse
junto a la ventana.
En primer lugar, hablemos del avión. Esta vuelta no tuve la suerte de viajar en uno de los más nuevos aparentemente. Ay de mí, me falto esa codiciada tele individual que tanto amé en viajes anteriores. Tuve, bah, tuvimos que resignarnos a mirar la película nocturna en varios televisores distribuidos a lo largo del techo del pasillo. Quien les escribe, del lado de la ventana (cosa que tiene sus pros y sus contras, las cuales detallaré más adelante), no tuvo por ende la posición más cómoda para hacer de espectador de una de las últimas películas de Woody Allen. Una que un hombre se encarga de desenmascarar falsas videntes y que, oh casualidad, se enamora de una. Mi habilidad para resumir el argumento no es la mejor, pero la película estuvo bastante buena a decir verdad.

Sin embargo, el hecho de sentarme junto a la ventana no solamente me impedía ver cómodamente la televisión. También me impidió transitar libremente hasta el baño. Algo esencial que se aprecia aún más en esas situaciones. La dificultad radicaba que tenía una pareja con su pequeño y adorable hijo al lado mío. Y con pequeño y adorable quiero decir inquieto e insoportable. Gracias a Dios se durmió poco después de despegado el avión, motivo que dificulto mi odisea al baño más tarde. Pero sí, lo positivo fue que pude ver las ciudades desde arriba. Desde Asunción hasta Miami. La próxima, denme pasillo.

Ahora pasemos al metro. O al subte, como quieran llamarlo. Fui usuario bastante habitual del metro de Washington DC. Y si existe algo que puedo asegurar es que no tiene nada que ver con lo que conocemos como subte en mi tierra patria. El subte en Argentina es sinónimo de gente apretujada, incomodidad, y de “cuándo me van a robar”; el metro, en cambio, es más ancho y por ende más cómodo, tiene butacas acolchonadas, alfombra… Lo único en común es que van sobre vías bajo tierra. Y ni hablemos de las estaciones, y de cómo cuidan los transportes en uno y otro país. Digamos que en el metro es difícil encontrar algo sucio. Ah, y te avisan en una pantalla cuántos minutos faltan para que llegue el próximo.

Algo verdaderamente increíble y, a la vez, tan común por estos lares.

Asi era mi panorama en el Amtrak.
Siguiendo con las descripciones comparativas, vayamos al tren, que es donde estoy ahora. Convengamos que estoy acostumbrado a viajar en LOS NUEVOS VAGONES DEL SAN MARTIN. Que lo único innovador que tienen es que te dice las estaciones y que las puertas se cierran solas. Comprenderán entonces mi parecido a Gulliver en tierra de gigantes cuando me aprestaba a subir al Amtrak de dos pisos. Sí, dos pisos. Diría que es casi como un hotel sobre rieles. Tiene un vagón que es restaurant (un poco careli), y otro que es una especie de cafetería/buffet con precios más accesibles. Ahí te atiende un afroamericano (porque decirles negros está muy mal visto) con pocas ganas de hacer sociales pero que cumple decentemente con su trabajo.

Los asientos son sustancialmente más anchos y cómodos que los del avión, con bastante lugar para las piernas y hasta para poner una mochila por ejemplo. Por esas casualidades de la vida estoy sentado cerca de la escalera que queda justo encima del baño. Es como si fuera la revancha de mi viaje en avión. Además, se puede caminar entre vagones sin ningún tipo de problema, para estirar las piernas. Pasan a revisarte el boleto y todo. Como en esos trenes que uno ve en las películas pero que cuando se sube a uno en Argentina se decepciona. Aunque yo viví en la época que se podía correr al San Martin y subirse en movimiento; eso era excitante.

Está bien que el Amtrak de Washington a Chicago es de larga distancia y que el San Martin de Pilar a Capital no, pero es mi único marco de comparación. Mientras en uno ves a wachiturros subiendo en Derqui, en el otro ves a una pareja amish subiendo en West Virginia. Los amish son esos que en teoría nunca aceptaron la tecnología, pero he aquí dos que viajan en tren. ¡Es un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad! Eso sí, la mujer de negro y con esa cofia blanca característica y el hombre de pantalón, camisa y una barba parecida a la que hubiera lucido Gandalf de joven.

Mientras que en uno tu compañero de asiento puede ser un paraguayo, acá me toco una hondureña. La multiculturalidad en cada uno de estos dos ejemplos de tren es extremadamente diversa pero tan distinta. Vale decir, que acá respetan todo.

En fin, no es que esté haciendo una apología de la forma de vida norteamericana, ni que sea menos argentino, ni ninguna de esas pavadas. Simplemente, acá la sociedad funciona bastante mejor. Y la diferencia es shockeante. La sola forma de saberlo es vivir la experiencia, como tengo la suerte de estar haciéndolo.

Y así nomás es. Me despido de esta primera nota de un pilarense suelto in the U.S. siendo las 9PM, sintiendo a la gente roncar a mi alrededor y por ponerme a leer “Sobre héroes y tumbas”. Mañana llego a North Park University, lugar donde voy a vivir por los próximos cinco meses y a compartir cuarto con un asiático. No puedo esperar.

Este relato lo subiré al blog cuando consiga Wi-Fi… porque en el tren no hay. Creo que eso es lo único negativo del Amtrak por el momento.

Hasta cuando nos volvamos a ver.  


6/01/2014

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