Un pilarense suelto in the US (III): Entre ardillas, birras y limusinas

Van pasando los días y me es posible ir descubriendo más cosas sobre el evidente salto cultural entre Argentina y Estados Unidos.


Básicamente, el hecho de cambiar la merienda por la cena es bastante shockeante por si solo. No obstante, otra cosa curiosa es que muy poca gente camina. Diez cuadras es una distancia imposible de caminar. Enseguida recurren al colectivo o al tren. Entonces sí existe en el mundo gente más fiaca que yo, un dato que vale la pena notar.

Caminando por la city. Mirando para arriba.
Aparte está buena la caminata. Por lo menos por esta zona hay varios lugares interesantes. Para un lado hay un cementerio enorme, con tumbas de todos los tamaños y colores. Para el otro, cruzando el río, hay un parque también de grandes dimensiones. Lo sorprendente de ese parque (River Park, porque la creatividad de los norteamericanos es verdaderamente magnifica…) son las ardillas, y los patos.

El porteño como yo está acostumbrado a ver solo palomas en los espacios verdes de la ciudad. Acá, en cambio, si bien se ven de vez en cuando algunas palomas, predominan sin ninguna duda las ardillas. Corriendo en círculos, saltando, persiguiéndose, jugando con las hojas caídas de los árboles, subiendo troncos a toda velocidad. Un espectáculo digno de ser contemplado.

Por otro lado están los patos con los que me crucé esta mañana. Unos quince ejemplares, dueños completos del lugar, bastante alejados del río, por cierto. Una lástima la calidad de imagen de mi súper celular, pero bueno.

Y me olvidaba, una vuelta atravesando el campus a altas horas de la noche (tipo 9pm) vimos pasar una familia de conejos saltando por entre la nieve y dejando sus huellas. Es la fauna de los alrededores de la Ciudad de los Vientos. O sea, Chicago.

Gran noche gran.
En cuanto a mis aventuras, el fin de semana fue bastante movido. La noche del viernes fue épica en todo sentido. Me falto cantar en el karaoke nomas. Será para la próxima. Pero bebimos, reímos, bailamos, jugamos al pool, ganamos en el pool (la dupla argentina), y volvimos al campus trece personas en una limusina. Si tres son multitud, trece son millones. Y dividiendo el precio nos salió increíblemente barato. Creo que era imposible encontrar una mejor manera para cerrar esa noche. Espero que mi cumpleaños sea algo parecido.

El sábado estuve embadurnado de mala suerte. Todo iba bien. Nos tomamos una birra con Hunter en un pub irlandés, disfrutando los privilegios de tener 21 años en Estados Unidos, por supuesto. Los bares acá tienen más televisores HD que un canal de televisión y transmiten cualquier cantidad de partidos. Desde básquet universitario hasta hockey sobre hielo profesional, sumado a una gran cadena de etcéteras. Es gracioso ver la expresión de los guardias cuando ven mi documento argentino, no tienen ni la menor idea. Calculo que ven el 1993 y me dejan pasar. Previo a la cerveza (Coors, cerveza Coors, barata y buena calidad), un burrito bien cargado y algo picante. Sí, abunda la comida mexicana.

La mala racha empezó más tarde, a la noche. El plan era asistir a un show de comedia stand up. Un grupo de personas llegó justo antes de nosotros y compro las entradas que quedaban. Nos quedamos afuera, dos europeos y yo. Ante la negativa, irremediablemente surgió la salvadora idea de ir a tomar una cerveza mientras esperábamos que salieran nuestros compañeros que si habían podido entrar al show. La mujer del bar nos pidió “licencia de conducir estadounidense o pasaporte”. Obviamente, tres extranjeros, nadie tenía licencia de manejo; y con el pasaporte en el bolsillo no anda nadie. Perder la visa no es negocio.

Terminamos tomando un cafecito. Todo el espíritu fiestero.




Van Gogh y yo.
Y finalmente el domingo, anduve descubriendo mi amor por el arte. Que tampoco es demasiado amor. Más bien una relación amor/odio. Caminamos por los pasillos del Chicago Art Institute. Uno de esos lugares dentro de los que uno se puede perder con facilidad, lleno de cuadros y esculturas. Desde Van Gogh, Picasso hasta arte maya, griega, oriental. Cuadros que van desde el piso hasta el techo. Lanzas, armaduras. Un colmillo de elefante africano tallado al detalle. Y todo junto. Si fuera un enamorado del arte volvería para recorrerlo por completo. Pero no. Yo soy de esos que paran, leen la explicación de la obra, miran unos minutos y siguen camino. Hay gente que analiza, los explica en voz alta, los mira de más lejos, de más cerca. Yo no. Aunque me sentí un poco más en mi salsa en el área de los griegos. Creo que nunca vi tanto mármol junto en una misma habitación.


Giordano's Pizza.
Después terminamos comiendo pizza. Gran pizza gran. Creo que con decir que una porción aterrizó olímpicamente sobre uno de mis pantalones nuevos ya alcanza para explicar lo rica que estaba.

Y así nomás fue. Seguiré caminando las calles de Chicago, la Ciudad de los Vientos.



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