El Nuevo Periodismo: una misión imposible posible

El desafío era conseguir un libro que estaba agotado en todas las grandes librerías, que no se conseguía por ningún lado y que cuando le preguntabas a los libreros enseguida te envolvían en un halo pesimista de misión imposible. Pero no de esas misiones imposibles posibles, como las que se cansó de conquistar Tom Cruise; sino las verdaderamente imposibles, como lograr que la gravedad hiciera caer para arriba la manzana de Newton. Otros, simplemente, te daban esperanza, un ‘aguardame que lo busco en el sistema’, quizás retrasando lo inevitable, quizás confiando en un sistema raramente redentor. Y después estaban los de la raza ‘te cambio esa esperanza por esta otra’, que al no tener el libro deseado enseguida quieren venderte otro porque ‘es más o menos del mismo tema’. El libro que yo estaba buscando era ‘El nuevo periodismo’, de Tom Wolfe. Si vos lo tenés, sentite afortunado.


Todo comenzó algún tiempo atrás en una clase del posgrado en la que nos encomendaron elegir uno de entre tres libros para leer, hacer un análisis y varios más etcéteras que no vale la pena aclarar en este blog. De los tres, uno ya lo saben. Los otros dos: ‘Santa Evita’, de Tomás Eloy Martínez, y ‘A sangre fría’ de Truman Capote. Como éste último ya lo había leído en la facultad, el azar me llevó a inclinar mis preferencias por don Wolfe, sin saber en ese momento las peripecias que me conllevaría conseguirlo.

Paradójicamente, ‘El nuevo periodismo’ fue publicado en 1973, así que aquí estamos, renovando lo nuevo hasta el hartazgo. Lo gracioso es que en él se postula la pregunta de si el Nuevo Periodismo es realmente nuevo. Y no lo era entonces para don Tom Wolfe, y no lo es ahora para este humilde servidor. 

Lo verdaderamente llamativo, igualmente, no pasa (en este caso) por el contenido del libro, mas sí por el quilombo que fue conseguirlo. Una historia de desventuras, pasión, libreros desganados, testimonios desgarradores, adrenalina y desesperanza, hasta que finalmente hubo luz al final del túnel.

Pasé días ingresando a librerías en la Ciudad de Buenos Aires y en Pilar, esas librerías grandes de renombre, buscando ese bendito título. Sin suerte. A ver, tampoco era que estaba en una misión. Simplemente entraba a las librerías porque me quedaban de paso. Vagamente pensaba que el destino me había llevado hasta allí, hasta aquel sucucho atestado de libros en la avenida Santa Fe, y que ahí seguramente estaría el buen samaritano que me diría: ‘sí, lo tenemos en el depósito’. Pero no. Todas y cada una de esas grandes casas de libros me fallaron. Pensé en conseguirlo por internet, o peor, (con perdón de las divinidades) conseguir el PDF.

Hasta que una tarde, antes de subirme al 57 para volver a Pilar, me desvié un poco de mi ya habitual recorrido y me aventuré en los puestitos de libros de Plaza Italia. La leyenda dice que si el libro que buscás no está ahí, entonces ya debe de estar transitando otras dimensiones; o, en su defecto, siendo alimento de las tortugas, elefantes y dragones que alguna vez sostuvieron la Tierra. Con eso en mente, habré estado una larga media hora inmerso entre esos pequeños escaparates sin vidrio, con libros que van del piso al techo, libreros que parecen saberse de memoria los títulos de los mil y un libros que tienen a disposición de los curiosos, y del otro lado mesas con más y más libros. Una experiencia de literatura surround, que si te gusta el olor a libro viejo (o añejo, como los vinos) tenés que vivirla.

Empecé por el lado opuesto a La Rural (para los que se ubican). Sabrán que son dos hileras de puestos que se dan la espalda entre sí. Serán diez de cada lado, no los conté. Lo cierto es que habiendo encuestado a todo ese costado, yo seguía sin dar con el libro de don Wolfe y ya había adquirido tres nuevos (usados) ejemplares para mi siempre creciente biblioteca. He aquí: ‘El conde de Montecristo’, de Dumas; ‘Historias de Cronopios y de Famas’, de Cortázar; y ‘The Kite Runner’, de Khaled Hosseini, un autor afgano que conocí bajo excelente recomendación hace un par de meses. Eso me suele pasar cuando ando suelto entre libros.

Ya el otro lado de los puestos los empecé a andar desalentado en mi búsqueda por ‘El nuevo periodismo’ que aparentemente nunca llegaría. No obstante, en el antepenúltimo puesto, un librero canoso, viejo y narigón (y lo digo porque el mismo reconoció su arrogancia nasal) me tiró un hálito de esperanza: “Yo no lo tengo, pero si seguís buscando por acá lo vas a encontrar”. Claramente, yo respondí dubitativo, desconfiado, que no, que no creía porque ya había caminado casi todo el lugar y todas las respuestas eran tan iguales como un ‘no lo tengo’, ‘no se consigue más’, ‘si lo conseguís, después vení que brindamos’, entre otros cuentos.

A lo que el viejo respondió: “¿No me creés? Andá y preguntá”. Le agradecí y fui y pregunté. Al fin y al cabo solo quedaban dos puestos y ya tenía la mente elucubrando que toda la situación era un caso perdido. Una misión más imposible que la de Cruise. Ese pensamiento pareció confirmarse con el anteúltimo puesto, que me disparó un ‘no’ desalentador. Como cuando los comentaristas estadounidenses de la NBA dicen ‘puso el último clavo en el ataúd’. Pero como dice el slogan de Adidas ‘imposible es nada’, tampoco lo fue el libro de Wolfe. Porque en el último puesto (ese que se ve en la foto), el pibe que atendía me contestó, como si nada: ‘sí, lo tengo’. Estiró la mano y de ahí, de estar expuesto a la vista como cualquier otro libro común y corriente en uno de los estantes centrales, me lo entregó. Hasta parecía injusto. Después de tanto problema, mínimo tendría que haberme enfrentado a una marejada de zombis, o exponerme a resolver los enigmas del mundo de las esfinges de ‘La historia interminable’, o luchar mano a mano contra Zeus y Thor. Pero no. Ahí estaba, al alcance de cualquier mortal.

Y pagué y me fui contento. No sin antes regresar sobre mis pasos para ir a decirle al viejo narigón que había tenido razón. ‘Viste pibe, esta nariz no se equivoca’. Y me fui con una quinta edición de ‘El Nuevo Periodismo’, de Wolfe. Una quinta edición del año 1992 (uno antes de que yo naciera), editorial Anagrama, impreso en Barcelona. Y eso me recuerda que tengo varias historias de Barcelona escritas en algún cuaderno perdido en alguna parte de mi habitación. 

En fin, ahí está. Al final, todavía existía.

Comentarios

Entradas populares