Todo lo que escuchamos es radio
Antes de empezar con el cuento, quiero dejar en claro que este es otro intento de salvar el naufragio constante en el que mantengo a este blog. Veremos qué tal, hace meses que no escribo nada de ficción. En cuanto al cuento, cualquier similitud con la realidad es realmente pura coincidencia...
TODO LO QUE ESCUCHAMOS ES RADIO
Era una mañana tranquila de una pequeña ciudad, o de un pueblo con aires de grandeza como otros lo podrían calificar dependiendo por supuesto de cuánto cariño le tengas a la tierra debajo de tus pies. Lo cierto es que salía el sol y los radio despertadores comenzaban a liberar las palabras de aquellas personas que ya estaban deseosas de contarle a este pequeño pedazo de mundo las últimas noticias. Hechos que no eran tan importantes, pero que sí lo eran para esos cientos de miles que vivían por allí.
“Muy buenos días queridos oyentes de FM Tu Radio, una vez más amaneciendo junto a vos en una jornada que pinta movidita en cuanto a lo político porque el palacio legislativo ya está colmado a esta hora y allí estamos nosotros como corresponde con nuestro móvil...”.
El conductor del programa estaba lúcido, despierto, ávido de información. El cronista, por su parte, no tanto, sonaba como si recién se hubiera caído de la cama, como si lo hubieran paseado por los nueve infiernos de Dante y después lo hubieran arrojado del colchón. Tan sonmoliento como Ramón, que sí casi dormía y solo había atinado a subir el volumen de la radio antes de darse vuelta envolviéndose más en el dominio de las sábanas. Su negocio entero dependía de esa votación, de que se aprobara esa norma.
Otra persona que prestaba atención a sobremanera a lo que sucedía en el Poder Legislativo era el recientemente elegido alcalde. Obviamente, pensaba tener todo bajo control. No había chance de que se aprobara una norma que brillaba por ser una reminiscencia del gobierno anterior. El pueblo había elegido otra cosa. No obstante, se enteraría más tarde, en cinco minutos empezaría con su ajetreada agenda, reunión tras reunión hasta las seis de la tarde. Se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso que solo lo descifraba quien lo conociía desde los quince años. Apagó la radio, agarró unos papeles del escritorio y salió de su despacho.
Unos kilómetros más al norte, en un restaurante de mala muerte olvidado hasta por el olvido, un cincuentón morocho, medio calvo y con cara de pocos amigos, terminó de hablar por su celular último modelo y dijo: “Está hecho”. Y sonrió. Del otro lado de la mesa, un conocido suyo, algo más joven, pero otro viejo animal de política al mismo tiempo, le devolvió la sonrisa.
“No va a estar hecho hasta que voten”, agregó, acercándose la taza de café a la boca y dando un pequeño sorbo. “Y no me lo voy a creer hasta que el pelotudo este venga a buscar su regalo”.
“Confiá en mí, va a venir”, retrucó el primero. “Es la frutilla del postre, los otros regalos tuvieron muy buena recepción y no veo por qué éste no vaya a funcionar; tomate tu café, comete una medialuna y relajate”.
En el centro de la pequeña ciudad, o del gran pueblo, a metros del palacio de las leyes, mientras la miraba vestirse con el pelo todavía mojado después de bañarse, pensó qué carajo le importaba a él lo que pasara en esta puta ciudad. Le bajó el volumen a la radio, justo después de que la FM Tu Radio dijera que la sesión se estaba demorando porque algunos legisladores no llegaban. Decidió que ese día no le importaba nada. Lo que le importaba era la noche anterior y esa mujer que ahora salía de su departamento pensando que a su novio le iba a decir que se había quedado estudiando hasta tarde con una amiga.
La miró desde la ventana. Si ya la había deseado antes de tenerla en la cama, el día después, el verla caminar alejándose y el estar parado mirándola desde arriba, todo eso empeoraba el cuadro y, a la vez, lo endiosaba de manera tal que no le importó ver que el hombre que se la cruzó en la calle se diera vuelta al pasar para mirarle descaradamente el culo. “Mirá todo lo que quieras, papá; eso es todo lo que vas a poder hacer”, y corrió la cortina con orgullo. Era un Paris mirando las costas de Esparta, mientras se alejaba en su barco con Helena hacia Troya.
“¿No tendría que estar yendo a la sesión, don Riviere? Escuché que estaba por empezar”, le dijo un transeúnte al pasar. Se había quedado tan absorto en el culo de esa morocha que no se había percatado que...
“Don Riviere, ¿me escucha? ¿La sesión? ¿Va a ir? ¿Se siente bien?”, continuó su interlocutor.
“No te conocí Marito, sí, tranquilo, estuve ahí hace diez minutos y no había mucha gente”, replicó. “Me vine a dar una vuelta para repasar mi discurso, ya sabés cómo me pongo en estas ocasiones”.
Sonrió, saludó y siguió su camino. Sin intenciones de volver sobre sus pasos. “Pobre gil”, pensó. “Si piensa que voy a presentarme a la sesión cuando me espera un maletín con...”.
“¡200 mil pesos!¡200 mil pesos es lo que se ganó un vecino en la lotería y nosotros acá trabajando! ¿Qué harías vos con 200 mil pesos? Esa es la gran pregunta que tenés que contestar si querés participar por un par de entradas para el cine; solo tenés que llamarnos, o bien, escribirnos por nuestras redes sociales. Pero ahora volvemos al móvil con una noticia de último momento, ¡adelante móvil!”.
“Duro golpe para el oficialismo”, sentenció el movilero, ya bastante más despierto después de presenciar dos horas una sesión legislativa bastante picante. “Curiosas abstenciones y ausencias desde el propio seno del bloque afin al gobierno le propinaron una estocada inesperada al alcalde quien la semana pasada se había mostrado confiado de antemano por el resultado de esta votación... pero ya vemos que a seguro se lo llevaron preso”.
Al mismo tiempo, don Riviere se limpió la comisura de los labios con una servilleta de papel, estrechó la mano de los otros dos comensales y se fue.
Segundos más tarde, un jardinero creyó haber visto a uno de los legisladores que en la radio dijeron que se había ausentado de una importante sesión. Se sacó rápidamente los auriculares y miró de nuevo. Sí, salía de un restaurante de mala muerte, con un maletín bajo el brazo y esos aires de grandeza con los que algunos describen al pueblo. O a la pequeña ciudad.
Volvió a ponerse los auriculares y siguió podando las plantas de doña Rosa al ritmo de “...all we hear is Radio Ga Ga...”.
12/02/2017
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