Saber o no saber
Por lo general una persona se siente mejor cuando sabe algo que cuando no lo sabe. O por lo menos, ese es mi caso. Eso que sostienen algunos, que hay momentos en los que es preferible no saber nada sobre algo que está ocurriendo, no me cierra.
Quizás sea mi espíritu de periodista, quizás simplemente sea algo innato en mí, o quizás sea un rasgo distintivo de la humanidad. En lo que a mí respecta, es importante saber. Pero no voy a empezar a defender mi punto haciendo una apología de la lectura ni nada parecido. Es más, creo que ya he escrito un par de textos en este blog que apuntaron a eso y a mi amor por los libros (vale decir que ya sumé otra biblioteca a mi cuarto, es la tercera y están todas repletas), y que otro más no sería pertinente, por lo menos hoy no. Voy a contarles un par de anécdotas, cuyo hilo conductor se me reveló hace unos días volviendo de la facultad en colectivo.
Apuntemos primero al saber. Yo estaba sentado en el colectivo, esperando los quince minutos más o menos que tarda en dejarme cerca de casa. Prestaba atención al camino para no pasarme y terminar quién sabe donde. De repente, el hombre que iba sentado al lado mío comenta algo en voz alta, algo así como: "No voy a llegar más". No me lo dijo a mí, no se lo dijo a nadie, o sí, a sí mismo. No obstante, inconscientemente estaba esperando que le contesten, sino no hubiera expresado en voz alta. Entonces para satisfacer ese deseo, le pregunté: "¿Adónde va?". "A la calle Tal", me contestó enseguida. A lo que respondí un "ah", que dio inicio a un silencio incómodo. Por lo general yo nunca sé las calles por las que voy, soy un desorientado importante; me sorprendió el darme cuenta de que sabía cual era la calle Tal. Justo en ese instante, el colectivo dobló y efectivamente, era la calle que aquel hombre estaba buscando. Al notar que no se percataba, o que no sabía que estábamos transitándola, le dije: "Esta es la calle Tal". Me miró agradecido, se levantó, le dijo algo al chofer y se bajó. Después de todo eso, me sentí bien conmigo mismo. Una pavada así, me alegró el día.
Y ahora, el "no saber". Nos bajamos del tren con un amigo, en una localidad a la que teníamos que ir, pero que apenas teníamos idea de las calles que teníamos que seguir para llegar a nuestro destino. Bien perdidos, anduvimos encuestando a un par de personas para que nos despejaran esa incógnita. Finalmente, hubiésemos caminado menos si no hubiésemos ido en dirección contraria por un par de cuadras, pero bueno, recorrimos la ciudad. Menos mal que preguntamos. A raíz de esa odisea, me acordé. Un día, hace un par de años, una persona me preguntó dónde estaba la terminal de colectivos. Al agarrarme totalmente desprevenido y al no saber (vuelvo a aclarar que soy un desorientado) yo tampoco, le dije cualquier cosa. No quería quedar como un ignorante que no conociese las calles de la ciudad en la que vive. En fin, lo mandé exactamente en sentido contrario. Minutos después, me di cuenta de mi error y me alejé de la zona. No quería saber qué podría pasar si aquel hombre volvía a encontrarme.
Y así es, saber algo, por ínfimo que sea, puede alegrarte el día. Al no saber, salir huyendo. Y esto creo puede aplicarse con más profundidad que dos simples anécdotas. Una compleja dicotomía casi análoga a la que propone Hamlet, saber o no saber.
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