La vida de Yunque II

  Una semana había pasado de ese punto de inflexión en su vida, de la pérdida de su sustento económico. Siete míseros días que, por lo que se demoraron en pasar, podrían entenderse como un mes. Tantas eran las cosas, que habían ocurrido. Manuel Yunque había empezado la caída libre, y cuando se pierde el agarre, la gravedad se encarga de atraer a una velocidad considerable cualquier objeto al fondo del abismo.

  Sabiendo que presentar la denuncia, que le prestaran atención, era algo sumamente fantasioso, su conciencia le decía que no era necesario ir y padecer los largos e ineficaces trámites. Sin embargo, como cualquier hijo de vecino que cree que por alguna razón superior las cosas van a funcionar bien, Yunque fue. Se chocó con el muro de la realidad cuando, vaya a saber si por coimas o por qué, los policías lo trataron como retrasado mental, se burlaban de él. En fin, ese día lo que creyó más provechoso fue salir de ese lugar.
Como secretario de redacción que supo ser, estaba al tanto de la gran influencia que tiene el poder económico. Cierto es que los grandes grupos económicos manejan los medios de comunicación, o la mayoría de ellos. Y también es un dato veraz que si lo que se quiere es tirar abajo la competencia, y no lícitamente, lo único que se tiene que hacer es entrar a repartir fajos de billetes a diestra y siniestra. “Así se maneja el país”, pensaba. En un primer y común escalafón, distribuir un plato de comida y una gaseosa durante la temporada de elecciones para garantizarse votos; lo mismo repartir heladeras o televisores, el efecto no cambia. Otra categoría, las coimas, los sobornos. Y así sucesivamente hasta llegar a las partes más altas de la pirámide político-económica. Sin duda alguna, su semanario y él eran solo un estorbo que necesitaba ser desplazado. No obstante, pensándolo en frío, la había sacado barata, no es tan raro que se produzcan muertes “accidentales” para allanar el camino en ciertas agrupaciones. 
  Sin documentos, sin tarjetas de crédito, porque le habían robado todo, tenía que empezar de cero. Lo que no sabía era que todavía no había llegado a cero, seguiría cayendo un poco más.
  Suena a frase hecha, no sé si lo es, pero una vez que fuiste contra el sistema, este irá inevitablemente contra vos. Un mes después de todo el ajetreo sufrido la semana de la caída, prácticamente lo echaron de su casa. Aparentemente, porque el asunto en sí fue algo muy turbio, una misteriosa mano negra le fabricó deudas de un día para el otro y por no sé que operativo legal, remataron su vivienda, dejándolo en la calle. Trató de buscarse un buen abogado, pero las mentes que lo enfrentaban fueron más rápidas que él y tenían previstas todas las variables posibles… Por extrañas y similares razones, estos estudiosos de las leyes se negaban a atender a sus peticiones. El único que accedió parecía saber menos que él, y así les fue.
  En ese preciso instante (en el que sí había tocado fondo), Yunque comenzó a preguntarse por qué había hecho lo que había hecho. ¿Por qué se había dedicado al periodismo y no a otra profesión más segura, menos volátil? En algún momento de su juventud hubiera contestado rápidamente, ahora tenía que pensarlo.
  De nuevo en la calle, miró a ambos lados. Al parecer tendría que irse adaptando a ese estilo de vida, la ciudad como casa, en sentido bien literal. Lo poco que tenía era lo que llevaba puesto.
  Errantemente caminó y caminó, con la cabeza gacha, las manos en los bolsillos, mirándose las puntas de los zapatos que iban acumulando polvo. La esperanza era ya una palabra sin significado verdadero para él, la felicidad mucho menos. El trabajo, algo que le había quitado todo. Y la vida…
 - La vida es una mierda ¿no?- le dijo alguien.
 Yunque levantó la mirada.
 - Yo sé reconocer a uno de los míos cuando lo veo- dijo de nuevo. El dueño de esa ronca y desgastada voz, consumida por el cigarrillo, era un hombre de unos cincuenta años, de pelo enmarañadamente enrulado y mugriento. Vestía unos harapos que ni se acordaban de la existencia del lavarropas, ni de la tabla de lavar. Barbudo como pocos. Y dado al olor que despedía, sus ropas no eran las únicas que olvidaron el agua.
 - ¿Me está hablando a mí?- preguntó Yunque.
 - No creo ver a nadie más.
  Sentado estaba el vagabundo sobre una pila de cartones (entre los cuales seguramente dormía) y  a su lado había un viejo carrito de supermercado con unas pocas pertenencias.
 - ¿Quién es usted?
 - Yo trabajaba para el diario Opinión Crítica hace varios años… te conozco, bah, te vi en fotos de tu semanario, por lo general los leo antes de usarlos de abrigo… o mejor dicho, los leía.
 - Entonces usted…
 - El “usted” guardatelo para tratar con gente más importante- dijo, y agregó- sí, yo estuve donde estás vos ahora, hace más o menos diez años… y desde entonces que merodeo por las calles. Si escribiera un libro sobre todo lo que se aprende viviendo así, probablemente ganaría el premio Nobel, pero prefiero dejárselo ganar a otros por unos años y después dar el batacazo.
  Yunque estaba confundido. No sabía si estaba soñando, delirando, o si verdaderamente ese hombre era la encarnación de su futuro.
 - Vos sos Manuel Yunque ¿verdad? Yo soy Ramón Varela, mucho gusto. 

    
TO BE CONTINUED

(*aclaración: este relato es puramente ficticio, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia)

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