Un pilarense suelto in the US (IV): Un dia en la vida

Se siente demasiado bien volver a escribir en español de nuevo. Entre escribir notas periodísticas en inglés y poemas (porque escribo poemas en ingles ahora, para una clase obviamente) ya se hace insoportable el deseo de volver a la lengua escrita natal. Y por eso, he aquí mi nuevo post. Un día en la vida de un pilarense en North Park University, Chicago, Illinois, Estados Unidos.


Anderson Hall.
Mi típico día de semana comienza con el despertador sonando unas cinco veces entre las 6:45 y las 7:20 de la mañana. Porque una vez no alcanza para desterrarme de los brazos de Morfeo, me es preciso experimentar todo ese proceso cada mañana para mínimamente sentarme y escaparme de tan cómodos dominios. Ya van creo dos veces que me golpeo la cabeza con la cama de arriba (dominios de mi querido roommate surcoreano, don Woongki Oak), cosa que ayuda sin duda a cumplir el objetivo, pero es a las claras más doloroso. No sé por qué hacen las camas cuchetas tan bajitas. Quizás pensaron en ayudar a los remolones de una manera brutalmente efectiva.

Cuando finalmente pude incorporarme y vestirme, pongo cada cosa en su respectivo bolsillo. Celular en el izquierdo, pañuelo y ID (“ai di”) en el derecho, y billetera en el de atrás de ese mismo lado. El izquierdo de atrás es el libre, como el sol cuando aparece. Es curioso el tema del “ai di” en la universidad. Olvidarse esa tarjetita de plástico es como salir sin alma a la calle. No podes volver a entrar a tu cuarto, no podes abrir puertas de otros edificios, no podes ir al comedor ni al gimnasio, no podes nada. Es básicamente elemental. Oh, la tecnología. Y en la USAL de Pilar nunca funcionaron las tarjetas magnéticas y las vienen promocionando hace un año y pico.

Una vez salido del cuarto, pongo primera y voy al baño. La magia de los baños compartidos. Encontrarse cara a cara (la de recién levantado, claro) y a diario con gente del mismo piso que ves todos los días pero que, la gran mayoría siguen siendo completos desconocidos. Y la basura que se junta los lunes a la mañana, resabios del fin de semana (porque la limpieza es solo durante la semana), es redundantemente abundante. Desde cajas de pizza vacías hasta pedazos de comida. Lindo tufo para empezar la semana.

Acto seguido, bajo las escaleras (entre piso y piso también necesitas el “ai di”). No uso el ascensor porque estoy en el segundo piso. Vago sí, tanto no. Dato curioso, el primer piso en Estados Unidos es la planta baja. Cuesta acostumbrarse al principio, pero no hay vuelta que darle. No pudieron haber sido un poquito más creativos. Saludo a quien quiera este en el escritorio en el hall de entrada y salgo. Ese magnífico momento cuando el aire frío (o la nieve) le da la bienvenida a la piel es lo que te termina de despertar. Y es solo cuestión de segundos, porque desde donde vivo (Anderson Hall) hasta la cafetería/comedor hay diez pasos de distancia. En menos de veinte minutos (o quince, o diez, depende de cuánto tarde en despertarme) como mis dos tostadas con peanut butter acompañadas con una taza de café con leche y sin más preámbulos, camino más o menos despacio hacia la “Physical Plant” donde trabajo.

Firmo la hoja de asistencia, cosa que ya es un hábito a esta altura, de 8am a 11am. Saludo al director de limpieza, un mexicano bajito, morocho, con bigote, medio gruñón y a mi jefe, Mario, un maestro. De inmediato comenzamos con la rutina, Mario y yo. Nos ocupamos básicamente de limpiar dos pisos de los siete de Anderson Hall. Y cada tanto damos una mano en otros dorms. Lo bueno es que nos podemos comunicar en español. Aunque siempre terminamos hablando en spanglish por alguna misteriosa razón.

Verán que Anderson Hall es un edificio redondo, los baños y la lavandería están en el medio del círculo (en todos los pisos es igual), después un pasillo que da toda la vuelta alrededor y conecta con los cuartos que están al otro lado. De adentro hacia afuera sería: baños, pasillo, cuarto. Y estos últimos son medio triangulares, como porciones de torta. En fin, de no tocar un trapo en mi vida, ahora “mopeo” los pisos, aspiro los pasillos, limpio inodoros, cambio focos, barro, saco las bolsas de basura. Los caminos de la vida no son lo que yo esperaba. Pero son 100 dólares a la semana. Bien piola.

Después de trabajar, por lo general tengo una hora para echarme una “power nap” o quedarme haciendo fiaca, para luego retornar al comedor para almorzar. Suele haber comida variada y rica. Pero si la oferta es todo verdura, siempre, SIEMPRE, hay hamburguesas y pizza. Y helado. Estoy enamorado de la ice-cream machine. Cuando sea grande voy a tener una en casa.

Una vez comido, voy a clases. Después si estoy de humor, paso por el gimnasio, que dan ganas de ir de tan grande que es. A las seis de la tarde paso de nuevo por el comedor para cenar, y soy de los que van más tarde. Seis y media cierra. Pero comer a las cinco va contra todos mis principios. La merienda es a las cinco, cenar a esa hora simplemente no va conmigo. Nunca se le ocurrió a esta gente instaurar la merienda por estos lares. Lo que se pierden. Lo que me estoy perdiendo.

Y lo que resta del día, o me junto con amigos, o paso las horas en la biblioteca leyendo o haciendo tarea. Para volver cerca de las diez, once, a mi gloriosa y querida cama a mirar Netflix.

La yapa del post de hoy. Esto pasó hace unas horas. Acompañé a una amiga finlandesa (ahora tengo amistades escandinavas) hasta su departamento porque acá son todos recelosos con el tema de la seguridad. Justo estábamos comparando eso mismo, de cómo en Finlandia no suele pasar nada y de cómo en Argentina pestañeas y te robaron la billetera, la casa, el auto. Que los argentinos ya estamos acostumbrados a caminar por la calle y estar atentos a todo, aún sin darnos cuenta. Cosas que para gente de otro país suenan hasta como si fueran rastros de paranoia. Justo, justo estábamos hablando de eso cuando pasa un auto de policías de civil y nos preguntan si habíamos visto a una persona vestida de negro caminando por el barrio con un arma.

Nunca me paso algo así en Argentina. Y decían que el norte de Chicago es seguro. Ja. Mi amiga preocupada quería que llamara a uno de los autos de la facultad para que no vuelva caminando solo estando ese delincuente suelto. Pero yo soy de Agustoni, papá. Vi tres o cuatro autos de la Chicago Police Department dando vueltas en las cinco cuadras de regreso.
En fin, un día más en Chicago.

Espero que les haya gustado y no se pierdan el próximo capítulo. 

Comentarios

Entradas populares