Clásico pilarense: juego, pasión y caos

El Club Atlético Pilar (“Rancho” para los amigos) y el Club Sportivo Pilar se enfrentaron una vez más en un partido histórico. El espectáculo del básquet estuvo, el desastre que lo acompañó, también. Mi crónica del encuentro.

Fue la noche del domingo, el Rancho había empatado la semifinal el viernes anterior y estaba a punto de jugarse el pase a la final contra el clásico rival de toda la vida: el “Rojo”. El club de la calle Ituzaingó contra el de la avenida. La cancha del Atlético ya venía palpitando ese tercer partido decisivo desde que el árbitro había pitado el final del encuentro anterior dos días antes.

Cerca de cuarenta minutos antes del comienzo apenas había lugar para los espectadores. Nadie quería perderse ni siquiera la entrada en calor de los jugadores que más tarde se vestirían de estrellas del básquetbol local.

Tomás Lynn (18 puntos) haciendo de las suyas. Crédito Fotografía: diarioresumen.com.ar

Estacioné a tres o cuatro cuadras del club previendo posibles eventualidades poco felices. Total, caminar no cuesta nada. El antecedente inmediato fue haber esquivado por segundos a la “hinchada” del Sportivo (bengalas y bombas de estruendo de por medio) acercándose por Ituzaingó el viernes anterior.

Pagué la entrada añorando esos dos años de haber jugado en las inferiores (junto con grandes leyendas, vale decir) y, entre otras cosas, no pagar para ver a la primera. No obstante, ahora como buen ciudadano y simpatizante ocasional del equipo, aboné el precio. Haber llegado temprano me permitió elegir una buena ubicación en el escalón más alto de la grada, privilegio que perdería eventualmente al irme a comprar un choripán en el entretiempo.

De a poco se iba gestando el ambiente. Tanto pilarense junto alrededor de una cancha de básquet es algo digno de ver. Me encontré con varios conocidos y amigos de aquellas “épocas doradas” en el Rancho. Hasta ahí el público era en su mayoría familias, jóvenes y demás gente que solo quería ver el superclásico de la ciudad de Pilar. Los barras de River, alquilados por Sportivo, llegaron más tarde que al partido anterior justamente porque habían ido a ver al conjunto de Núñez. Pero esa noche Atlético tampoco se quedó atrás, en cierto momento entraron con bombos y platillos barras de otro equipo de fútbol de la zona. Era previsible que no iba a terminar bien.

El partido empezó bien para el Rancho. Parecía que el triunfo anterior y la repetición de la localía tenía cierto peso en el partido. Las buenas combinaciones entre el base del Atlético, Tomás Lynn, y el escolta Federico Michelini, comenzaron a reflejar el dominio local. Afirmado enseguida por el gran desempeño de Ballicora en la pintura.

Ese cuarto terminó 16-9 y en su transcurso me di cuenta de que a mi izquierda tenía a los familiares de uno de los jugadores del Rancho y a mi derecha, los de uno de Sportivo. Yo, en el medio, estaba más allá del bien y del mal. Obviamente gritando los puntos del Atlético desaforadamente y por supuesto, bancándome los vitoreos de la visita. Los sufriría un poco más en momentos posteriores.

Los segundos diez minutos fueron de nuevo para el Rancho que continuó con el dominio que presentó en el primer cuarto. Así y todo ya se podía notar que Sportivo estaba levantando cabeza, quizá no tanto en los números sino en el juego en sí (que muchas veces no se deja translucir). De la mano del escurridizo Sicardi, la labor defensiva del “Mono” Gallardo y el juego de Gutiérrez, Sportivo iba creciendo después de un primer cuarto en el que se les achicó el aro. Un triple de Gutiérrez sobre el final del segundo periodo dejó eso bien en claro.

A esta altura, además del espectáculo principal dentro de la cancha, las barras contratadas tenían el suyo propio. La visitante, llegados de ver el partido de River, estaba apostada detrás del aro que da a la calle; la local, detrás del otro. Los cánticos iban de un lado a otro adornados con bombos y platillos, desafiándose constantemente. Era tan ensordecedor el aliento que el árbitro tuvo que llamarlos a silencio durante varias partes del partido. El dato anecdótico (y lamentable) fue que ambas se marcaban el hecho de que “con la plata no se alienta” y cosas por el estilo. Más allá de que seguramente varias de esas personas jamás habían visto antes un partido de básquet.

Abandoné mi lugar de privilegio para ir a comprarme la cena, un choripán. Uno de esos que calificaría (como en la publicidad mundialista) como un digno “chori de cancha”. Cuando volví mi lugar estaba ocupado y tuve que sentarme escalones más abajo. Mis pies quedaron a menos de un metro de la línea de la cancha. Más cerca de la acción imposible.

Pero mi cambio de lugar pareció no venirle bien al equipo. Atlético se apagó literalmente en el tercer cuarto. Y los triples de Sportivo comenzaron a acumularse. Les volvió el pulso de tiro a las manos. Triple de Gallardo, triple de Gutiérrez y la afición fue enmudeciéndose. El aliento visitante explotó al terminar ese periodo. La abismal diferencia a favor del Rancho se había esfumado como si nada y el Rojo de la avenida Tomás Márquez estaba abajo por la mínima: 44-43.

Como se aprende desde chico mirando los Juegos de las Estrellas de la NBA, los últimos cuartos son para matarse. Y este no fue la excepción. Encima todos los condimentos que lo hacían aún más picante. El estadio local vibraba. Los aficionados del Rancho no perdían segundos para morderse las uñas, los visitantes creían ver la luz al final del túnel.

Ballicora atacando el aro. Fue el goleador del partido con 28 puntos.
Créditos Fotografía: diarioresumen.com.ar
Al Atlético le costó mantener el ritmo, cosa que aprovechó el Rojo y pasó al frente (si me apuran) por primera vez a lo largo de la noche. Ballicora era la única esperanza para el Rancho con su juego interno, pero no alcanzaba. Las ilusiones se iban borrando de a poco de la cara de los espectadores locales. Después de dos tiros libres de Gutiérrez, Sportivo se puso arriba 61-58 y quedaban poco más que treinta segundos por jugar.

Tiempo muerto y el entrenador planeó la ofensiva para lograr por lo menos el empate. Un tiro fallado que deprimió a todos, un rebote que le quedó a Lynn, un pase clave a Amighini y un tiro apurado tanto por la marca como por el reloj de posesión. El triple resucitó al Rancho e hizo saltar de los asientos a todos. El golpe fue demasiado incluso para Sportivo que no pudo ganarlo con el último tiro y las cosas se fueron al primer suplementario estando 61 iguales.

El cansancio y la tensión hicieron estragos en este punto del partido. El desarrollo se tornó más trabado y se disputó principalmente desde la línea de los tiros libres. Los dos erraron los tiros que podrían haberles dado la victoria. 68-68 y al segundo tiempo extra.
El momento clave de estos últimos cinco minutos fueron del mismo hombre que había embocado el triple de la resurrección: Amighini. Consiguió hacerse de un rebote ofensivo y desde abajo del aro convirtió el doble que fue un quiebre y volvió a poner al Rancho arriba en el marcador. Los tiros libres de Lynn festejados por él y por la hinchada como un gran alivio fueron los clavos que terminaron por sellar el triunfo: 79-74. El silbatazo final y la alegría estalló en el club de la calle Ituzaingó.

Los jugadores festejaron en la cancha, algunos del público se sumaron y todo parecía desarrollarse de forma acorde y amena. Duró poco. Enseguida, fueren provocados o no, los barras riverplatenses entraron lentamente a la cancha y se pararon detrás de la línea de la mitad de cancha. Los insultos se hacían eco. La barra que hasta hacía poco alentaba al Atlético (y que había guardado los bombos antes del final) los enfrentaron. La cancha pasó de ser un campo de juego a un campo de batalla en un abrir y cerrar de ojos.

Varios verdaderos hinchas y propios jugadores del Rancho intentaron separar las primeras peleas. Fue cuando empezaron a volar botellas que se pudrió todo. Ya la batalla era incontenible. Algunos huyeron mientras pudieron. Familias con niños pequeños trataban de escapar aterrorizados del lugar que hasta hace minutos había sido una alegría. Otros nos quedamos parados arriba de la grada, creyéndonos seguros. Pude escuchar a Amighini decirle a sus familiares (o amigos): “váyanse de acá”.

Los disturbios, uno de los tantas sillas que volaron.
Crédito Fotografia: pilaradiario.com
Cuando me di cuenta de que la situación estaba fuera de control (el “operativo policial” eran dos policías varones que ya vieron pasar sus mejores años y una policía mujer) y que era mejor abandonar la misión, evalué la mejor manera de salir (había dos salidas posibles) y emprendí la marcha. Con tanta mala suerte que mientras iba por el costado de la cancha y estando el foco principal del conflicto mucho más alejado, otra pelea se formó a escasos metros. Apreté el paso y me detuve al lado de un amigo (cosa que me dio una sensación totalmente imaginaria de estar a salvo) para dar un último vistazo. Ya no solo volaban botellas sino que las sillas entraron en escena.

Corrí y salí detrás de una familia por el portón que da a la calle, sin poder evitar ver a un par de jóvenes ver cómo rompían a patadas más sillas para sumarse a la batalla. Recién me sentí seguro estando en el auto alejándome de ese club que me dio tantas alegrías.


Sí, Atlético pasó a la final. Sí, ver un Atlético-Sportivo como este es algo que hay que hacer antes de morir. Y sí la fiesta fue arruinada por varios inadaptados. ¿Pero quiénes son más inadaptados? ¿Los barras contratados ajenos a los clubes o los dirigentes que les dan de comer? No hay que ser un gran filósofo para darse cuenta de la respuesta.         

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