De la chica que cazaba demonios en el subte

             Era viernes, mediados de mayo. La rutina dividía las horas del día como lo viene haciendo desde que el hombre existe. En la actualidad, para ella, la rutina consiste en tomarse el subte D en Congreso y realizar casi todo el recorrido hasta 9 de julio o Catedral. Cientos de caras distintas por día, cientos de conversaciones diferentes. Algunas más, otras menos relevantes para los que se ven forzados a escucharlas apretujados dentro del vagón a las dos y pico de la tarde. Todas, sin duda, importantes para aquellos que las liberan por medio de palabras a la realidad.

            Y este viernes no fue distinto del resto. Excepto por un pequeño detalle. Alguien osó burlar su propio mundo, interrumpir aquella sucesión de historias entrecruzadas que solo un libro puede generar. Pero es preciso ir respetando la cronología de los hechos, si no, no se aprecia la gravedad del hecho. Además, y para decirlo así al pasar, es probable que el mundo esté en peligro a causa de tan nimio suceso. Por los demonios. Sí, lo estás leyendo bien: por los demonios.
            Suena ilógico. Y está bien que así sea. Ese es el objetivo. Los cazadores de demonios están en una constante lucha por proteger a la raza humana de los ataques de estos malévolos seres que quieren dominar el mundo por alguna extraña razón. Para ser iniciado en ese arte de protección aparentemente hay que leer cierto libro, ser hijo de cazadores o bien, si uno quiere creer todo lo que se dice, beber sangre de cierta copa que desapareció hace miles de años.
            Estoy de acuerdo completamente con ustedes. Todo parece salido de una obra de ficción. No obstante, es innegable la cantidad de historias y leyendas misteriosas que han emanado de los subtes de Buenos Aires a lo largo de los años. Quizás todas sean verdaderas y nuestro simple mote de “leyendas” es una artimaña de estos cazadores para hacernos creer que no se está llevando a cabo tal o cual guerra para preservar la especie humana de un completo exterminio. ¿Quién sabe? Nadie sabía que Estados Unidos espiaba a sus habitantes y al resto del mundo hasta que llegó Snowden para poner las cartas sobre la mesa. Tampoco nadie sabía que la tierra era redonda y giraba alrededor del sol hasta que ciertos genios se cansaron del relato de la época. A ciertas alturas ya no se sabe qué creer y qué no. Hasta quizás lo escrito aquí sea verdadero y ni siquiera el autor lo sabe.
            Una cosa es segura. Ese viernes fue distinto.
            Dos de la tarde. La chica aprovechó que el subte venía casi vacío, lo cual ya sabía, ya que Congreso es la primera estación. O la última, dependiendo del trayecto de cada uno. Pero para ella siempre era la primera. Todos los viernes emprendía ese corto y a la vez interminable viaje para visitar a su padre en algún lugar accesible desde la estación 9 de julio o Catedral. Claramente esa es la parte que no nos interesa.
            La cuestión es que un muchacho se sube también en Congreso. Todavía tenía asientos para elegir. Miró el panorama por unos segundos y fue a sentarse al lado de ella. Quizás el aspecto de una chica leyendo un libro sea reconfortante para algunos. Quizá no. No hay manera de saberlo.
            Aparte del chico el vagón comenzó a llenarse con el correr de las estaciones. Dos asientos a la izquierda, un hombre enorme leyendo el diario Clarín, ocupaba su lugar y la mitad del que por un derecho tácito y temporal correspondía al chico. En la hilera de enfrente, un treintañero medio con aspecto de cansado del trabajo, varias señoras y un anciano de esos que conservan el vestirse bien de épocas perdidas. Todos con la mirada fija en sus celulares, cual zombies tecnológicos. El único a salvo de esa epidemia, y aunque resulte una obviedad destacarlo, el anciano que seguro deleitaba su amplia imaginación durmiendo lo que el ajetreo del recorrido le permitía. Ya de pie, dos hombres luciendo buzos del último campeón del fútbol argentino (para ese momento a River todavía le faltaban dos días para consagrarse) parados como patovicas de boliche en una de las puertas del subte. Si tenían entradas para el partido contra Quilmes, seguro eran para la popular.
            Solo una persona dentro de esas cuatro paredes metálicas podía discernir si había un demonio allí dentro o no. Sin embargo, ella estaba absorta en la lectura. Distraída de su propio mundo, absorta en otro que era de seguro más interesante. “Hay otros mundos además de este”, dice en algún pasaje de “La torre oscura” de Stephen King. Parece estar en lo correcto. Hasta King podría ser otro de estos cazadores.
            De reojo ella mira todo. Sabe todo. Se da cuenta de que el chico se turna para leer las noticias del Clarín del señor que está del otro lado y luego para ver qué libro está leyendo ella. Es esa capacidad que solo los cazadores de demonios tienen para habitar dos mundos al mismo tiempo. De un lado de su mente “Cazadores de sombras” de Cassandra Clare, del otro, un día más en el subte D.
            Ya por Bulnes y Agüero el vagón se empezó a llenar, como siempre. Ella se vio sonsacada de su mundo preferido al recibir una llamada de su padre. Mientras él miraba sus cabellos negros y la piel blanca de sus manos, ella tenía una de esas conversaciones posibles e imposibles por la mala señal del celular bajo tierra. Y todavía no había ningún demonio al acecho.
            Después de que el subte parara en Facultad de Medicina, el joven, de repente, le dijo:
 - ¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Hay una película de ese libro, no?
 - Sí- contestó ella, mirándolo. Sorprendida, sin saber cómo terminar de reaccionar frente a una pregunta de esa índole. Quizás en otro lado, pero que en el subte le preguntaran sobre su libro… No. Inconcebible. Y justo que estaba concentrada.
 - ¿Y está buena?
 - La película no sé, no la vi. El libro sí, está buenísimo- le concedió una sonrisa como para por lo menos aparentar cortesía ante tal salvaje atropello de la política del subte de no hablar con desconocidos, a menos que sea alguno pidiendo indicaciones. Pero entrometerse así, un desubicado total.
 - ¿Y de qué trata la obra?
            Otra sonrisa.
 - Es complicado de explicar- en otras palabras: “no me hables más”.
 - Voy a tener que mirar la película entonces- dijo él. Por lo menos fue lo bastante inteligente para entender el mensaje que las palabras no decían.
            Un minuto después el chico se levantó y se acercó a la puerta de los “millonarios” para bajarse en Callao. Cuando quiso bajar, una vieja sin códigos subteísticos se arrojó hacia adentro sin dejar bajar primero a nadie.

            Puteada de por medio y agradeciendo a uno de los hinchas de River que evitó que la puerta se cerrase, me bajé.

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