Hollywood tenía razón (Esperando el colectivo)
No hay espera más larga
que la del colectivo que nunca viene. La gente arremolinándose en la parada
esperando que aparezca ese mamut metálico que indudablemente será el nexo para
llegar a la casa, al trabajo o a otro colectivo. Es sorprendente todo lo que
uno puede aprender estando allí, en el medio de todo eso. Decenas de historias,
de personas que pasan fugazmente por nuestras vidas. Personas que hablan en voz
alta sobre las cuestiones que les aquejan sin importar quién pueda estar
escuchando. Personas que al cruzarlas de nuevo algún otro día, las habrás
olvidado.
Una chica recriminándole
a un muchacho por qué decía que no iba a ir a la fiesta de mañana si ayer le
había dicho que sí; otra chica animándose a tildar, en un susurro, de turra a
otra que se acercaba caminando; otros, solos, parados, despidiendo aburrimiento
y ansiedad, preguntándose a ellos mismos cuándo llega el colectivo; también la
que cumple con los requisitos anteriores pero que hace la pregunta en voz alta
sin esperar contestación alguna. Todos tan distintos, compartiendo una causa
común.
Un poco apartados de la
multitud. Tres chicos. Uno ridículamente alto, los otros dos de estatura media.
Un trío bastante peculiar, o lo bastante como para llamar la atención dentro de
la monotonía reinante. Hablaban animadamente, casi ajenos al clima de
alrededor; excepto, quizás, un atisbo de esperanza por llegar a sus respectivas
casas más temprano que tarde. No obstante, el buen ánimo de la charla los destacaba
de los demás. Uno de ellos, comenzó a leer un texto de índole científica
imitando el acento paraguayo y despertó gran aceptación en su reducido público.
Jamás se sabrá si se reían solamente de la buena imitación o si estaba
alterando de alguna manera el contenido del libro a medida que iba leyendo. Imposible
entender el lenguaje paraguayo-técnico-científico del que tanto se mofaban. La
eterna dicotomía entre un aprendiz de las Ciencias Sociales y uno de Naturales.
¿Algo como Boca o River capaz? Definitivamente… no.
Al imitador se le acabó
la labia por fin. Su trabajo estaba hecho, sus dos espectadores no habían
llegado a reírse hasta las lágrimas, pero casi. Acto seguido comenzó a caminar
de un lado a otro, como si quisiese cavar una grieta en el pavimento. Los
restantes desparramados muy cómodos en un banco. Mientras tanto, desarrollaban
una charla trivial entre los tres. El alto, tenía una mochila negra con un
símbolo de una banda ajena a mi conocimiento, el otro, un bolso de un famoso
videojuego de zombies que contrastaba con su seriedad.
La magia se desató
cuando uno de ellos, el serio si mal no recuerdo, dijo: si tuvieran la
oportunidad de elegir ser un director de cine ¿a quién elegirían? Buena
pregunta, contestaron. Uno se escudó bajo la vasta trayectoria de un fulano
desconocido para mí (y eso que acabo de cursar Tecnología Cinematográfica el
cuatrimestre pasado, pero todo puede fallar dijo Tusam); otro nombró a un par
pero finalmente se quedó con el sueco Ingmar Bergman aludiendo a la complejidad
de significado de sus películas como “El séptimo sello” o “El rito”; y cerró el
círculo de respuestas el imitador con Tarantino, destacando el afán y el
entusiasmo con el que el director estadounidense estimula a los actores para
filmar sus películas.
A todo esto, un
colectivo había hecho su pasada triunfal. Ninguno de ellos se inmutó. Unos
segundos después, la parada quedó casi vacía y el colectivo parecía irse
rebalsando de gente apretujada contra los vidrios. Cualquiera podría hacer como
Eisenstein (ya que hablamos de directores de cine) y comparar la imagen con el
ganado. De todas maneras, el resultado indicaba que habían tomado una sabia
decisión.
Menos mal, si se
hubieran subido me habrían privado de tan buen momento. Siguieron con un juego
de palabras entre Justo y Uriburu. La discusión tomó un viro inesperado hacia
la historia argentina. Fue algo así como “fue Justo Uriburu, Uriburu Justo”.
Cierta comicidad que no supe apreciar. Sí, de los directores de cine al golpe
de estado de 1930, todo en un pasar de colectivo. Y Botana. El serio preguntó
qué diario había dirigido. Sus amigos respondieron La Prensa con cierta duda en
la voz. Aquí mis conocimientos sobre la historia del periodismo argentino
salieron a flote y me jacté mentalmente de que por lo menos en algo sabía más
que estas personas que la sociedad tilda como nerds. Enseguida el serio, indignado, corrigió a sus compañeros y
coincidió con lo que yo ya estaba pensando. Crítica. El diario era Crítica.
Aquel diario que fue cerrado por Uriburu, pese a que en su momento había
apoyado el golpe.
Sin embargo, y como
parecía haber quedado claro, la historia no era el fuerte de sus conocimientos.
El tema siguiente fue la literatura erótica que el gobierno difundió en por lo
menos una escuela de Mendoza. Un par de anécdotas relacionadas más tarde, la
agenda volvió al cine. Bruce Lee y Jackie Chan. Que era mejor elegir otro
luchador, porque esos son muy bajitos. El alto no estuvo de acuerdo con eso.
Acérrimo defensor del señor Chan y conocedor de las artes marciales, sostuvo
que no necesitaba mucha altura porque el arte marcial que practica (nombre
oriental incomprensible y demás inexpresable) se basa en la rapidez y la
agilidad, ser alto, por ende, sería más desventajoso.
El debate político sobre
a quién iban a votar en las PASO (las elecciones Primarias, Abiertas,
Simultáneas y Obligatorias) comenzó. Desafortunadamente, el segundo colectivo
ya estaba esperando a sus pasajeros. Subieron, se alejaron, y la parada quedó prácticamente
en soledad.
Al final, Hollywood
tenía razón. Es común pensar que los papeles de “nerds” están exagerados y muy sobreactuados. Pero después de
presenciar lo relatado en “la vida real” como suele decir la gente, me veo
obligado a darle la derecha a los grandes estudios estadounidenses. A decir
verdad, la vida no sería igual sin ellos. Por lo menos, la vida de aquellos que
esperamos el colectivo.
Comentarios
Publicar un comentario